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Falsos recuerdos: si somos nuestra memoria, ¿somos una mentira?

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Nuestro cerebro no es una simple máquina de filmar y conservar de manera perfecta, fiable y confiable nuestras vivencias; pues nuestra memoria es viva y cambiante, moldeable, y eso nos hace diferentes, como intento explicar a continuación.

Finalicé mi escrito de ayer anunciando que hoy trataría el tema de los falsos recuerdos, de recuerdos de cosas que nunca sucedieron, al menos, tal como los recordamos en el momento actual; por lo que, a continuación, traslado algunas puntualizaciones.

En primer lugar, y como es evidente, hay que diferenciar entre los engaños propios y los ajenos.

Si nos engañan, como está haciendo el estado español, prohibiendo que conozcamos la realidad de los hechos del golpe de estado ¿fallido? del 23 de febrero de 1981, impidiendo la desclasificación del ‘material confidencial’, como hizo anteayer Pedro Sánchez (junto al PP y Vox), lo único que podemos hacer es concluir que, si algo ocultan, como es el caso, es que tienen las manos manchadas, y eso es evidente. Así que, el engaño, no surte su efecto totalmente, aunque no podamos corroborarlo.

En otras ocasiones, el engaño es más sibilino, como las repetidas promesas respecto a la mejora de la financiación de Catalunya, que muchos ciudadanos se creen, por culpa de los partidos independentistas que participan en el engaño. También se da el engaño cuando nos dicen que todos somos iguales ante la ley (otra gran patraña como sabemos los independentistas), etc.

Pero, en este escrito me quiero centrar en el autoengaño, como si se tratara de un fallo de nuestra memoria, cuando no es tal.

La memoria, si fuera un simple registro de inputs, almacenados de forma literal y exhaustiva, sería accesible y fiable; pero no es así, como nos lo demuestra que recordar en exceso, es un hándicap, un inconveniente rayando en lo patológico.

Por eso, olvidar, no es un fallo de nuestra memoria, es un proceso selectivo, de priorización inconsciente, como lo es la modelación y adaptación de nuestros recuerdos, hasta convertirlos en falsos recuerdos, o falsos reconocimientos.

Y eso es debido, fundamentalmente, a nuestra subjetividad, que, con el paso del tiempo, adapta nuestros recuerdos en base a la narrativa que nos ‘conviene’ en cada momento y, para ello, nuestra memoria reconstruye los hechos y experiencias vividas, para hacerlas más soportables, agradables, o, en su caso, menos dolorosas. Y eso es debido a un mecanismo de defensa psicológico, que, por definición, son inconscientes.

Obviamente, el olvido sistémico y generalizado (como puede ser por el Alzheimer) propio de las patologías, es un tema aparte, pero nos muestra que, al perder nuestra memoria, perdemos nuestro ‘yo’, y también nuestro ‘superyó’ (ideales), si bien el ‘ello’ (instintos) pueden permanecer, por ser primarios, ancestrales. Y por eso he incluido en el título, la pregunta retórica, si tenemos falsos recuerdos y si somos nuestra memoria, ¿somos una mentira?, como veremos más adelante.

Nuestra memoria es reconstructiva, fruto de un complejo entramado de ingredientes procesales, como lo son, salvando las distancias, los algoritmos en internet y las redes sociales.

Pero eso no debe llevarnos a desconfiar totalmente de nuestra memoria, pero no podemos olvidar que es frágil, maleable y susceptible de ser distorsionada.

El caso extremo es el falso recuerdo, es decir, el recuerdo de un evento que no ocurrió, o una distorsión de un evento que ocurrió, según se puede contrastar objetivamente por informaciones externas.

Jorge Luis Borges consideró que ‘somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos’, que reflejan nuestras realidades dinámicas, mutantes e imprecisas, es decir, nuestras ‘realidades’ puntuales son reconstrucciones de los hechos y vivencias, reconstrucciones que, a su vez, son cambiantes en el tiempo y en el espacio (pues también dependen de nuestro entorno físico). En definitiva, nuestra memoria es ‘un ser vivo’, pero no un ‘alien’ extraño, ajeno y dañino, si no propio y adaptativo.

Una explicación, es que nuestra memoria almacena selectivamente aspectos impactantes de las escenas vividas, aspectos que nos motivan y emocionan (positiva y negativamente); es decir, no almacenamos todos los detalles como si se tratara de la grabación de un vídeo, con imagen y audio, pues registramos, asimismo, olores, tactos, etc. Y cuando evocamos esos recuerdos, reconstruimos esos fragmentos e, inconscientemente, rellenamos las lagunas mediante inferencias derivadas de experiencias de recuerdos de similares sensaciones.

En esa línea, es sabido que testigos oculares de accidentes u otro tipo de sucesos que han vivido personalmente, pueden aportar información falsa, por estar contaminados, inconscientemente, por prejuicios, erróneas informaciones y motivaciones varias. Y ese conglomerado de informaciones y emociones, son las que almacenamos. Por eso, en los juicios, esos testimonios son considerados como evidencias no concluyentes, no por la posibilidad de que nuestros recuerdos sean mentiras, sino que pueden ser erróneos.  

La psicóloga Elizabeth (Fishman) Loftus (n. 1944) demostró, experimentalmente, que también pueden ser implantados falsos recuerdos traumáticos, y eso nos lleva a la alteración de nuestra identidad y de nuestras relaciones con los otros; si bien, los consecuentes síndromes no están validados por la comunidad científica.

Los falsos recuerdos no siempre son individuales, pues existes falsos recuerdos colectivos, como demuestra el ‘Efecto Mandela’, que evidencia la narrativa colectiva de hechos distorsionados, explicados de forma muy vívida, como si hubieran sido reales y totalmente correctos.

Fiona Broome introdujo la denominación ‘Efecto Mandela’, al constatar que en la década de los 80, muchísimas personas creían que Nelson Mandela había muerto en la cárcel años atrás; y eso fue debido a la imponente censura sobre cualquier noticia suya, cualquier referencia o recuerdo; es decir, en esa situación, inconscientemente, reconstruimos un falso recuerdo, que es fruto de la confabulación del estado, de los poderes del momento.

Y posteriormente, al constatarse que seguía vivo, que fue excarcelado, y que vivió hasta el año 2013, en nuestra memoria no se produce ningún shock, si no que se readapta rápidamente, ‘olvidando’ acríticamente, las falsas conclusiones anteriores.

Efectivamente, tenemos pruebas claras de manipulaciones a través de la inducción de falsos recuerdos, como, por ejemplo, la acción del estado español, respecto al mencionado golpe de estado ¿frustrado? del 23 de febrero del 1981, pues, mayoritariamente, se ha impuesto la narrativa de que el rey Juan Carlos I salvó a la democracia, cuando la realidad que nos ocultan, es, justamente, lo contrario, es decir, que actuó de gran ‘padrino’ de los golpistas, juntamente con subordinados necesarios, como Felipe González.

Igualmente, vemos que entre muchos independentistas se ha instalado el relato de que no estábamos preparados, que era una quimera querer ser independientes, y que hemos perdido una década, con graves perjuicios económicos y sociales.

Y ese relato no es inocuo, pues ha sido machacado con todos los medios y por tierra, mar y aire. Y ese puede ser, es y será, el falso recuerdo de los hechos, la gran narrativa, el gran relato del estado; sin acordarse, repudiando y censurando, todo recuerdo de la represión del estado (que todavía sigue) y del insulto a la lógica democrática que es estar sometido a la fuerza, como una mera colonia, dependiente de la corte y de la gran metrópoli madrileña, es una grave distorsión de la realidad del 2017.

Existen, asimismo, falsos recuerdos colectivos de orden menor, como, por ejemplo, recordar a Mickey Mouse sin cola; recordar el logotipo del Monopoly con un monóculo; la frase ‘Ladran Sancho, luego cabalgamos’, que no existe en El Quijote; recordar la frase de la película Casablanca: ‘tócala otra vez, Sam’, cuando fue ‘tócala Sam’; o ‘Elemental, querido Watson’, que Sherlock Holmes no dijo nunca; etc.

Y eso se debe a la intercesión de otros aspectos y patrones culturales; más que a burdas imposiciones de determinados estados, como los mencionados anteriormente.

En definitiva, sabemos que la realidad a veces es dura, por ejemplo, por la pérdida definitiva de familiares y amigos, que, durante el período de duelo, consideramos que será insuperable; pero  el paso del tiempo, afortunadamente, como el mejor bálsamo adaptativo, nos hace ir relativizando el dolor de dicha pérdida, y así es almacenado en nuestra memoria, reconstruyendo los recuerdos anteriores.

Y ese mecanismo balsámico es el que nos permite superar el ‘duelo’ de muchas situaciones y vivencias, ya que los falsos recuerdos cumplen una función defensiva; por lo que no debemos ni podemos desconsiderarlos; pero, tampoco consagrarlos, ya que, en ese caso sería caer en el ‘Síndrome de Estocolmo’, sobradamente conocido.

Más bien al contrario, debemos relativizarlos, ponderarlos de la forma más objetiva posible, en función de los conocimientos y racionalidad puntual de cada momento; solo así podremos evitar caer en nuevas trampas para dinosaurios, como la que montan Pedro Sánchez y su monaguillo Illa, para introducir la idea de que ‘Catalunya ha regresado a España, y quiere ayudar a reconstruirla’, mensaje con el que quieren manipular nuestros recuerdos, pues los poderes del estado saben que, con la fuerza y difusión, paulatinamente, irá calando en la ciudadanía. Y ese sería su gran éxito, y nuestro gran fracaso, claro.

Así, que todo depende de nosotros.