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Fraude generalizado

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Como sociedad ya nos hemos acostumbrado al fraude generalizado, y lo contemplamos según nuestra conveniencia, así, por ejemplo, ‘aceptamos’ el fraude de ley que está cometiendo Emmanuel Jean-Michel Frédéric Macron, boicoteando la voluntad popular, pero no se tolera que Nicolás Maduro Moros siga gobernando; y claro, muchos ven hasta correcto el uso y abuso prevaricador y delictivo de las leyes por parte del tribunal supremo español. Y esto demuestra nuestra falta de ética, que va por barrios, como intento explicar a continuación.

‘Según Cicerón (Marcus Tullius Cicero, 106 a.C. – 43 a.C.), la injusticia se comete de dos maneras: mediante la violencia y mediante el engaño (‘fraus’ o ‘fraudis’, en latín)

(…)

El Corpus Iuris de Justiniano (Flavius Petrus Sabbatius Iustinianus, 482 -565), la recopilación de Derecho romano que constituye una gran parte de nuestra legislación actual, menciona el fraude más de 200 veces, mientras que solo habla de ‘bona fide’ (de buena fe) unas 120 veces. Esto deja claro qué era lo que sucedía con más frecuencia en la vida cotidiana.

(…)

Una gran parte del comercio tenía lugar con barcos y ya en la época romana había seguros. Como se trataba de grandes cantidades de dinero, no es sorprendente que los barcos se hundieran con frecuencia en circunstancias muy sospechosas.

(…)

Caprilius consiguió sus riquezas con el comercio de esclavos, un hecho notable, ya que él también fue esclavo. El comercio de esclavos protegía su valiosa mercancía de varias formas. Por ejemplo, uno de los pies del esclavo se sumergía en tiza, para que, en caso de escapar, dejara un rastro.

Una vez llegaban al mercado, cada esclavo recibía un cartel que resumía sus cualidades, para que los compradores potenciales pudieran evaluar bien su valor. También era un requisito legal mencionar los aspectos negativos relevantes, por ejemplo, si alguien había intentado suicidarse. La no revelación de esos ‘defectos ocultos’ se consideraba fraude y constituía un motivo para cancelar una venta (…)’

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‘Bernard Mandeville (1670 – 1733) fue un filósofo, médico y economista anglo – holandés que influyó con su obra en el capitalismo y posterior neoliberalismo que hoy carcome el planeta y a sus habitantes.

A principios del siglo XVIII, en 1705, publicó un largo poema (La fábula de las abejas, o cómo los vicios privados hacen la prosperidad pública) que generó enormes controversias y que define la manera actual de entender la libertad sin límites para la especulación económica.

Mandeville nos habla de una colmena de abejas ‘que vivían con lujo y comodidad empeñadas por millones en satisfacerse mutuamente la lujuria y vanidad’. Los abogados demoraban las audiencias deliberadamente, los médicos valoraban más la riqueza que la salud del paciente, la justicia dejaba caer la balanza ‘sobornada con oro’.

El curioso resultado es que mientras cada parte estaba llena de vicios, todo el conjunto era el paraíso.

Asú y todo, ‘todos los tunantes exclamaban descarados, ‘Dios mío, si tuviéramos un poco de honradez’.

Júpiter, movido por la indignación, ‘prometió liberar por completo del fraude al aullante panal; y así lo hizo’.

Entonces, todo se derrumbó. La honestidad y la ética acabaron con la sociedad próspera: ‘Contemplad ahora el glorioso panal’, y ved cómo concuerdan honradez y comercio’.

Todo se vino abajo. Desapareció el comercio y la industria, y todo el mundo se lamentaba: ‘Dejad pues de quejaros: solo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal honrado. Querer gozar de los beneficios del mundo y ser famosos en la guerra, y vivir con holgura, sin grandes vicios, es vana utopía en el cerebro asentada. Fraude, lujo y orgullo deben vivir mientras disfrutemos de sus beneficios’.

Y termina: ‘para alcanzar la Edad de Oro, da lo mismo la honradez que la bellota’.

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Para Mandeville, las pasiones eran el motor de la vida humana, que nos gobiernan, queramos o no; y diferenció entre el amor a sí mismo (self-love) y el amor propio (self-liking). El primero coincide con el instinto de autoconservación, sobre el que había escrito Thomas Hobbes (1588 – 1679), el autor de la frase ‘homo homini lupus est’ (el hombre es un lobo para el hombre); mientras que el amor propio se remite a la idea del ‘amour-propre’ ilustrado, al que hacía referencia el cartesiano Pierre Nicole (1625 – 1695), es decir, el deseo innato que el hombre tiene con tal de ser bien considerado y loado por sus actos.

De acuerdo con estos pensamientos, que sabemos que siguen siendo muy válidos en la sociedad en la que estamos, no nos extraña ver que la falta de ética sea una práctica generalizada, especialmente, en los diferentes niveles del poder, así como en la mayor parte de los que lo desean y anhelan.

Por eso, otro de los vicios recurrentes es el odio (lo contrario al amor), la repulsa, el rechazo, de los que no son iguales (o son demasiado iguales y, por eso, los vemos como competidores); y ese resentimiento, justificado o no, es lo que sufrimos los catalanes, y, especialmente, los independentistas, mientras vemos que, como dijo Mandeville, ‘solo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal honrado. Querer gozar de los beneficios del mundo y ser famosos en la guerra, y vivir con holgura, sin grandes vicios, es vana utopía en el cerebro asentada. Fraude, lujo y orgullo deben vivir mientras disfrutemos de sus beneficios (…) para alcanzar la Edad de Oro, da lo mismo la honradez que la bellota’.

Por eso, me pareció fuera de lugar el mensaje de Salvador Illa (155), del pasado 25, diciendo que ‘Catalunya puede ayudar a mejorar España y es uno de mis objetivos’; pues falla en todos sus extremos: en primer lugar, España es irreformable, además, si lo fuera, nunca aceptaría la regeneración proveniente de Catalunya y, en segundo lugar, ¿qué interés podríamos tener los catalanes en regenerar a un estado represor, que no permite que podamos decidir nuestro futuro?

Efectivamente, el mensaje del represor Illa no deja de ser una burda frase, de alguno de sus ‘spin doctors’, para potenciar su ideología ‘pacificadora’, mejor dicho, ‘anestesiante’, en línea a la de su jefe, Pero Sánchez.

En definitiva, que todos somos cómplices de fraude o de permitirlo y tolerarlo.

Y, en concreto, los catalanes lo somos, considerando acríticamente a los represores Pedro Sánchez y Salvador Illa, que apoyaron la aplicación del 155, con el que cercenaron nuestras instituciones y que, ahora, gracias a unas elecciones manipuladas (por la indecente  incidencia del falso anuncio de dimisión de Pedro Sánchez, para hacer girar toda la campaña catalana sobre su figura, y no sobre el candidato Illa), han conseguido ostentar el poder en todos los niveles políticos, gracias a la traición de ERC, o gracias al PP en el ayuntamiento de Barcelona.

Si olvidamos, o no valoramos todas esas artimañas, seremos cómplices del fraude ético y moral que nos han impuesto con sus malas artes.

Para finalizar con una sonrisa, seguidamente reproduzco un chiste sobre el fraude:

‘Examen de derecho

Defíname usted el fraude.

Pues viene a ser una cosa así, como si usted me suspende.

¿Por qué?

Porque según el código penal, se hace reo de fraude el que se aprovecha de la ignorancia de otro, para ocasionarle un daño’