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¡Goya! La UNAM frente al autoritarismo

Miguel Ángel Sosa
Miguel Ángel Sosa
@Mik3_Sosa

La carrera por la candidatura presidencial de Morena se ha vuelto un lastimero desfile de complacencias para seducir al mandamás.

Hay quienes, impulsados por la distraída imaginación de sentirse ungidos, galopan desbocados hacia terrenos pantanosos.

Tocó a la UNAM convertirse en el saco de boxeo para las fobias de Palacio Nacional, a los ataques se sumaron prestos los suspirantes, quienes se subieron a la ola de descalificaciones en contra de la Máxima Casa de Estudios.

En un acto de absoluta pérdida de memoria, que destaca por su carácter selectivo, hablan mal de la institución que a muchos de ellos abrigó dentro de las aulas y que, incluso, fue ateneo para sus años rebeldes.

El problema, está claro, no es la UNAM, sino las ansias que desde el poder tienen por perturbarlo todo. El conflicto se ha vuelto norma y si este no existe se le crea, como sea y donde sea.

Por ello no es raro que las declaraciones de aquellos que quieren la silla grande se vuelvan un eco fiel de la conferencia mañanera. Es claro que solo hay que convencer al tabasqueño, ya que se acerque el momento, sobre la pertinencia de elegir en uno u otro sentido.

Lo que parecen olvidar es que hay de temas a temas y la UNAM no es uno de esos con los que se deba jugar o tomar a la ligera. En la historia hay ejemplos suficientes del porqué en territorio puma se pueden escenificar batallas dolorosas que terminaron en más que tropiezos para la clase política.

Qué paradójico sería que fuera justo en el alma máter del presidente donde se produjera el cisma de proporciones incontrolables que pudiera noquear al régimen rumbo al 2024.

El expresidente Peña tuvo en la Ibero a ese némesis que fue imposible de domar, es por ello que nadie podría descartar que por los rumbos de Ciudad Universitaria se pueda construir un ariete hecho de peligrosos materiales como la autonomía, la libertad de cátedra y el respeto institucional.

ENTRETELONES

Los nuevos partidos aprobados tanto por el INE como por el Tribunal Electoral resultaron un fiasco muy caro para los mexicanos. No solo no alcanzaron la votación mínima para conservar el registro, sino que, como expertos magos, desaparecieron hasta el último peso de las millonarias prerrogativas.