Tras las próximas elecciones catalanes vendrá la política de pactos entre todos los partidos políticos, ya que ninguno conseguirá una mayoría suficiente para gobernar; y en este escrito traslado mis observaciones sobre el particular.
Sabemos que la igualdad entre personas no deja de ser un mito o el resultado de una media, que no es más que un conjunto vacío, que no se ajusta a ninguna realidad, pues, lo que predomina, de forma generalizada, es la diversidad, la diferencia, la desigualdad: económica, ideológica, etc.
Asimismo, pertenezcamos al grupo dominante o al dominado, todos queremos ser singulares, todos nos queremos considerar únicos y, aunque no lo manifestemos, es habitual que nos consideremos mejores.
Joan Ramón Resina, catalán nacionalizado en los EUA, en su interesantísimo artículo titulado: ‘¿Ciudadanos o catalanes?, expresa, de forma clara, los principales aspectos sociales, en los que deberíamos profundizar todos, los independentistas y los unionistas:
‘(…) Resina hace referencia al ensayo ‘Els altres catalans’ (*) (Los otros catalanes) de Paco Candel, en el que describe que ‘(…) de los españoles llegados entre los años cincuenta y sesenta, una gran parte nunca mostrará ningún interés en catalanizarse. Tampoco sus hijos o sus nietos’. Eran la ‘Catalunya real’ a la que apelaban los socialistas contra la ‘Catalunya histórica’. El nacionalismo, de otra parte, ponía el énfasis en integrar aquella masa humana de lengua, cultura y costumbres lejanas con un contrato implícito por el cual la catalanidad asumida se convertía en el motor de la movilidad social’.
El autor, Resina, señala la diferencia existente en la concepción del president Josep Tarradellas i Joan (1899 – 1988), que se basaba en el reconocimiento de los ciudadanos residentes en Catalunya, sin distinguir entre autóctonos y los llegados.
Y ante esa consideración que refleja una visión de Catalunya como una mera región española, el president Jordi Pujol planteó una ‘forma aparentemente generosa y en realidad abusiva: ‘es catalán todo el que vive y trabaja en Catalunya’; abusiva, porque no tenía en cuenta el sentimiento identitario de los españoles desplazados ni suponía ninguna transacción con las personas que se identificaban con la catalanidad por necesidad biográfica. Desde entonces, todos eran catalanes, si no de hecho, sí por decreto.
(…) Resina, de forma acertada, apunta que ‘la identidad es un sentimiento porque nadie ni ninguna institución tiene la capacidad de imponerla. Y es ineludible porque no es optativa, como lo sugería la modificación del citado mensaje de Pujol, que pasó a ser: ‘es catalán todo el que vive y trabaja en Catalunya, y quiere serlo’
(…) Si bien debe diferenciarse entre ‘la identidad nacional, que es una comunidad de sentido, generalmente heredada; y la ciudadanía, que puede cambiarse, adquirirse, abandonarse, y añadirse a cualquier otra, como la doble nacionalidad.
(…) El autor comenta que su pertenencia a la catalanidad no la había escogido, sino que le fue transmitida por identificación natural con unos progenitores y un círculo de familiares, vecinos y amistades que conformaron el entorno de sus primeros años y dejaron una huella imborrable en su carácter. Con el tiempo, el círculo se amplió con la especificidad social y con las lecturas, hasta incluir todas las generaciones que conforman la historia pobre y sufrida del país. Inicialmente los propios antepasados hasta donde llegaba la memoria familiar, demasiado delgada, y más adelante los extraños que, con coraje y cobardía, generosidad y conveniencia, fe y desesperación, astucia y ceguera, conformaron la historia, más bien triste y alocada, pero con momentos admirables, de Catalunya y le dieron continuidad.
(…) Este principio de cohesión que concatena siglos y personas en continentes distantes no tiene nada que ver con la ciudadanía de un estado ni con la ubicación jurisdiccional, sino con una comunidad de referentes, uno de los cuales, ciertamente, es el territorio, pero otro la lealtad a la lengua que conserva, transmite y reproduce la historia común con la herencia que es preciso actualizar.
(…) Cuando se interrumpe la cadena de obligaciones mutuas, porque la gente ya no siente el calor de la identidad, o porque la emoción se diluye y disgrega con el ingreso de intrusos (no entendido peyorativamente) que no la comparten, la comunidad nacional se desmoviliza. Entonces los deberes se tornan utilitarios, provisionales y revocables, y la idea de sacrificarse para salvar el fundamento último se torna una aspiración panglosiana o un sarcasmo.
(…) Si la independencia se basase en una ciudadanía sin substancia histórica, ¿con qué convicción pronunciarían los ciudadanos del nuevo estado el ‘nosotros’ que liga los miembros de una comunidad que para subsistir necesita la lealtad de todos, no solo unas leyes formalizadas sino a otras inscritas en las costumbres, el trato social y las tradiciones? El ‘nosotros’ es implícito en toda comunidad capaz de encarar un futuro común porque se basa en un pasado compartido (…)’
(Vilaweb de ayer, 5 de mayo del 2024)
(*) Francesc (Paco) Candel Tortajada (1925 – 2007), escritor, periodista y político valenciano establecido en Catalunya, de pequeño, con apenas dos años; y publicó esa novela mencionada en 1964.
Pues bien, como sabemos, la fotografía social de todas las comunidades ha cambiado mucho, muchísimo, desde las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado, con una inmigración básicamente española, como reflejó el citado Paco Candel; mientras que, actualmente, hay una diversidad mucho mayor, cuantitativamente y también atendiendo al origen: racial, cultural, religioso, etc., si bien, con un denominador común con la inmigración del siglo pasado, pues entre los inmigrantes predomina, de forma generalizada, la pertenencia a una clase económica media / baja, o muy baja, con las consecuencias que comporta, obviamente.
En base a cuanto expone el citado Resina, me parece que debemos ser conscientes de los siguientes puntos:
Según datos del Idescat (Institut d’Estadística de Catalunya):
La población extranjera en Catalunya, al 1 de enero del 2023, era de 1.361.981 personas, es decir, el 10,2%. Y atendiendo al origen de ese colectivo, el 22,2% fue de la UE; el 9,3% del resto de Europa; el 23,9% de África; el 9,1% de América del Norte y Central; el 21,7% de América del Sur; y el 13,8% de Asia y Oceanía.
Y es muy importante recordar que no existe la categoría social de emigrante de segunda generación; pues, los nacidos aquí, no son inmigrantes. Y, obviamente, si se cuantificara la inmigración incluyendo, también la primera generación, cuantitativamente el número sería muchísimo mayor.
Pero, como señaló Candel: ‘de los españoles llegados entre los años cincuenta y sesenta, una gran parte nunca mostrará ningún interés en catalanizarse. Tampoco sus hijos o sus nietos’, y, pasados cincuenta años, me parece que en buena parte se ha confirmado su descripción, ya que no debemos olvidar que en el estado español sufrimos el golpe de estado del asesino y dictador Francisco Franco, y la inmigración potenciada por el franquismo, hacia el País Vasco y Catalunya, tenía el objetivo de desnaturalizar la cultura de ambas comunidades, especialmente la catalana, considerada rebelde entre los rebeldes, tierra conquistada. Y es verdad que muchos vinieron con el único objetivo de buscar nuevas oportunidades para poder sobrevivir. Pero también es cierto que muchos vinieron con la mentalidad del vencedor y con la lengua ‘del imperio’, por lo que no tenían ningún interés en integrarse y en conocer la cultura catalana.
En esa misma línea podemos encontrar a los inmigrantes americanos, que, teniendo el castellano como lengua propia, generalmente, viven la comodidad de no tener que esforzarse para aprender el catalán; y, claro, eso dificulta que lleguen a valorar nuestra cultura y, también, a identificarse con la nacionalidad catalana.
Mayoritariamente, los emigrantes españoles y americanos, son ciudadanos catalanes, atendiendo a la matización efectuada por Resina, pero, mentalmente, mantienen y viven su identidad nacionalidad original, como es lógico.
Igual pasa con los otros inmigrantes, africanos básicamente, que aprenden el castellano, pero viven agrupados en sectores de la sociedad, ya que así, supongo, mantienen mejor sus costumbres, idioma, y por más que la educación, basada en la inmersión, practicada en Catalunya desde hace muchas décadas, y se facilite que los niños aprendan el catalán, se ha constatado que esta lengua reduce su uso en las clases (y aún), pues en el recreo, en la calle y en las familias, no se utiliza. Y eso dificulta una futura integración total, claro.
Este sábado pasado, paseando por mi barrio, llegué a la Rambla de Prim, y por qué sabía dónde estaba, pero si me hubieran dejado a ciegas, nunca hubiera dicho que era Barcelona; y esto demuestra, lógicamente, lo asumidos que tenemos los esquemas mentales.
Pero no hay que olvidar que siempre hay excepciones, muchas, afortunadamente, que no cumplen este patrón mencionado, ya que han aprendido y usan el catalán con normalidad, y se han esforzado en conocer nuestra historia y nuestra cultura; por lo que han superado la condición de meros ciudadanos.
El president Jordi Pujol, como ya he comentado, en su mensaje ampliado, ‘catalán es quien vive, trabaja y quiere serlo’, además del aspecto abusivo comentado por Resina, que comparto, no deja de ser ambiguo, ya que el ‘querer serlo’ puede ser entendido de forma muy amplia, pues los catalanes unionistas, incluso los autóctonos con muchas generaciones viviendo en Catalunya, son catalanes, pero con sentimiento de dependencia española. Y, por lo tanto, su identidad nacional es española, no catalana.
Por eso, y pensando en el actual momento político, veo claro que ese ‘querer ser’ debe ir unido, de forma ineludible, con la idea identitaria nacionalista catalana.
En este contexto social, me parece que es preciso destacar que todas las encuestas sobre los resultados de las elecciones del próximo domingo 12, muestran que no habrá una mayoría suficiente para formar gobierno, y deberán buscarse pactos posteriores, o repetir las elecciones, con el riesgo de que pase lo mismo.
Y ese panorama no es nada diferente del que se puede ver en el congreso español desde hace bastantes años, pues tras la emergencia del movimiento de los indignados del 15 de mayo del 2011, se acabó el bipartidismo clásico. Así, la fragmentación requiere pactar.
Pero me parece interesante resaltar el doble efecto:
Por una parte, todos los partidos que se presentan a estas elecciones autonómicas tienen como objetivo el de diferenciarse de sus contrincantes, potenciando las cosas que les singularizan, y obviando las que les asimila. Y esa actuación la multiplican en la campaña electoral, en la que vemos que todos los partidos ponen líneas rojas respecto a otros partidos, con los que aseguran que nunca pactarán.
Si bien, tras las elecciones, veremos que todos intentarán pactar, para conseguir la presidencia de la Generalitat, especialmente los que tengan más opciones para ello.
En definitiva, que, viendo la fotografía social catalana, en la que hay ciudadanos catalanes (en gran parte no involucrados en la política catalana y más bien próximos al españolismo), catalanes unionistas y catalanes independentistas, realmente el gobierno resultante no lo tendrá fácil, si quiere ser sentido como legítimo por parte de todos.
Máxime sabiendo la diferencia entre los propios catalanes independentistas, tan dados a primar los personalismos.
Sobre este particular, un ejemplo interesante, si bien del ámbito lingüístico, lo explica Alfred Bosch en su libro ‘Obriu pas: l’epopeia dels que van salvar el català … a pesar d’ells mateixos’ (editorial Columna, 2024) (Abrid paso: la epopeya de los que salvaron el catalán … a pesar de ellos mismos), que ya he citado en un par de ocasiones, explica las rivalidad entre los lingüistas: Pompeu Fabra i Poch (catalán, 1868 – 1948), autor del ‘Diccionari General de la Llengua Catalana’ (1931) y Antoni María Alcover i Sureda (mallorquín, 1862 – 1932), impulsor del ‘Diccionari català-valencià-balear’ (1963).
En esa rivalidad por ser considerados los máximos responsables del proyecto de normatizar el catalán, Alcover era un enciclopedista de la lengua, inclusivista de todas las variantes; mientras que Fabra era restrictivo, reduccionista.
Y Alcover, al ver que perdía el apoyo del president de la Mancomunidad de Catalunya, Josep Puig i Cadafalch (1867 – 1956) y del diputado y ministro Francesc Cambó i Batlle (1876 – 1947), en favor de Fabra, tomó varias decisiones del todo improcedentes:
Denominar a su diccionario ‘català-valencià-balear’ atacando, así, de base, la unidad de la lengua, dando lugar a movimientos diferenciados hasta hoy día.
Buscar el apoyo y la financiación del rey Alfonso XIII, para lo que no dejó de adularlo y de criticar a los políticos catalanes y a Fabra; e incluso, llegó a proponer al rey que se eliminase el nombre de ‘catalán’ para la lengua, y pasase a denominarse ‘español oriental’ y el castellano ‘español occidental’ (pág. 253). El rey inicialmente subvencionó el trabajo de Alcover, pues todo lo que fuera dividir a los catalanes le iba bien, pero, al poco, se olvidó y dejó de cumplir con la subvención.
En definitiva, que, llegado el caso, nuestras rivalidades internas son más perjudiciales que las que nos inflige el estado español; sin olvidar lo perniciosas que son las que nos aplica el estado, utilizando, cuando les conviene, a personajes como Oriol Junqueras (a modo del mossèn Alcover).
Por todo ello, tenemos mucho trabajo, si realmente queremos conseguir, en algún momento, la República Catalana.