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Imagogenia

Martha Nava Argüelles
Imagogenia
@mar_naa


Sin duda, hoy, tenemos que hablar del Papa Francisco, una figura cuya estética no era casual, sino profundamente simbólica. Su partida no sólo dejó un vacío espiritual para millones de fieles en todo el mundo, sino que también trajo de nuevo al centro del debate el papel que la indumentaria juega en la percepción pública de los líderes. Y es que no exageramos al afirmar que la imagen del Papa, tan austera como elegante, fue cuidadosamente construida y mantenida durante sus años como cabeza de la iglesia católica. Por eso, es sumamente interesante conocer a la persona que estuvo detrás de esa construcción, un hombre que, con aguja e hilo, desafió tradiciones, estereotipos y prejuicios: Filippo Sorcinelli.

Filippo Sorcinelli, es el diseñador italiano que confeccionó más de 70 ornamentos litúrgicos. Su estilo, impregnado por el arte sacro y una profunda sensibilidad estética, encontró en la figura del Papa Francisco el lienzo perfecto -a quién le diseñó cerca de 20 trajes litúrgicos-. En un tiempo donde lo visual comunica tanto como las palabras, Sorcinelli entendió que la imagen del sumo pontífice debía hablar de humildad, algo muy acorde con el mensaje que este buscaba transmitir en sus discursos, y a su vez reflejar autoridad un valor necesario en dicha figura; y también de cercanía, pero sin perder la solemnidad.

Muchos podrían cuestionar —como lo hicieron los sectores más conservadores— si la inversión en estas prendas, con costos que oscilaban entre los 2 mil y los 140 mil pesos, no contradecía el mensaje de humildad del Papa. Pero la realidad es que debemos ver esto desde varios puntos de vista y no sólo aquellos orientados a la inversión monetaria pues se usaban materiales costos para su elaboración o la mano de obra, ya que a veces estos requerían hasta mil horas de trabajo; debemos entender a esta indumentaria como uno de alto valor simbólico. Ciertamente el lujo de estos atuendos no estaba en su precio, sino en lo que representaban, en el detalle cuidadosamente bordado, en el uso del blanco como emblema de pureza y paz, en los hilos de oro que recordaban la luz de lo sagrado, por ejemplo. Sorcinelli sabía que no vestía sólo a un hombre, vestía un rol, una misión; apoyaba, en gran medida a la construcción de la imagen de un personaje con alcance mundial y esencia etérea. 

Por eso, es imposible no hablar del impacto que la imagen pública del Papa tuvo en la percepción de la Iglesia. Francisco fue muchas cosas: el Papa de los pobres, el Papa de la misericordia, el Papa del diálogo. Pero también fue un Papa cuya apariencia visual comunicaba coherencia con su mensaje, y es que Francisco optó por una estética sobria, clara y auténtica, a la que restó símbolos ostentosos que buscaban representar grandeza o superioridad. Por lo que sus prendas permitieron de alguna manera proyectar una imagen que no eclipsaba su discurso, sino que lo reforzaba. Y esa imagen fue, en parte, construida por Sorcinelli.

Un aspecto sumamente interesante es que, el creador de esa imagen, no encajaba en los moldes tradicionales de quienes suelen estar tras bambalinas en el Vaticano -y para muestra sólo busquen una imagen del diseñador-. Sorcinelli es abiertamente homosexual, católico practicante y defensor del arte como expresión espiritual, y desafió con su sola presencia una institución que muchas veces ha sido señalada por su resistencia al cambio. Su colaboración con el Papa Francisco no sólo fue profesional, sino también se convirtió en una declaración silenciosa: la fe y la identidad personal no tienen porqué estar en conflicto.

Al final, debemos entender que la ropa es más que un accesorio; es, en gran medida, un discurso que se pronuncia sin voz. La figura del Papa Francisco quedará en la memoria colectiva por su cercanía y sus gestos de humildad. Pero también, y de manera nada menor, por su impecable imagen física. Porque la obra de Sorcinelli entra en el terreno de la imagen pública como una herramienta de narrativa, identidad y espiritualidad. Esto no se trata sólo de estética, sino de construir una política simbólica y así lograr una genuina representación del poder desde lo sutil.