Impaciencia, orden y caos

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Hay días y momentos que todo, a nivel personal y social, lo vemos muy negro, que no somos capaces de atisbar una salida exitosa o, cuanto menos, honorable.

En realidad, es que solemos ser impacientes, y el desconocimiento de la globalidad nos hace sentir una cierta frustración derivada del caos percibido.

Un ejemplo de hoy, lo hemos tenido con el anuncio, por sorpresa, de la disolución de la asamblea de representantes (elegida en octubre del 2021), por parte del Consejo de la República, dirigido por el president Carles Puigdemont; disolución que tiene por objetivo redefinir la operativa de los diferentes órganos, que deberá ser aprobada por una consulta vinculante por parte de los miembros del citado Consejo.

Sabemos que es difícil disponer de la totalidad de la información verídica, pues todo momento, toda decisión, es debida a una notable complejidad motivada por conflictos de intereses, más o menos ocultos.

Por eso, me parecen pedagógicas las siguientes fábulas del pensamiento zen:

‘La impaciencia

Un alumno llevaba dos años practicando artes marciales con un reputado maestro, hasta que un día, cansado de que no avanzaba tanto como quería, se acercó a él y le preguntó.

Maestro ¿cuánto tiempo cree que me llevará aprender todo lo que usted sabe?

Unos diez años, le contestó el maestro de forma improvisada.

¡Diez años! -exclamó-, pero no puede ser, yo quiero dominar las artes marciales mucho antes. ¿Y si comienzo a practicar más duro? Si en lugar de practicar seis horas al día, practico diez o doce o más … si le consigo quitar horas al sueño ¿cuánto podría tardar entonces?

El maestro se quedó durante unos segundos meditando, y respondió: en ese caso, tardarás unos veinte años’.

(…)

‘Un estudiante preguntó a su maestro de zen, cuánto tiempo le llevaría iluminarse.

El maestro respondió: unos quince años.

¿Qué?, exclamó el estudiante. ¿Quince años?

Bueno, para ti llevaría unos veinticinco años.

¡Qué en mi caso llevaría unos veinticinco años!

Ahora que lo pienso mejor, dijo el maestro, puede que te llevará cincuenta años’.

(https://www.contarcuentos.com)

Por experiencia, sabemos que todo proceso requiere tiempo y forma, y su aceptación no nos ha de provocar frustración ni conformismo, pues eso comportaría más caos y menos orden, ya que todo conflicto conlleva un cierto nivel de caos, si bien, su resolución se caracterice por un mejor orden.

Lo importante, a mi modo de ver, es no perder nuestra capacidad crítica y evitar caer en la frustración.

Sobre el particular es preciso resaltar que a los pensadores Karl Heinrich Marx (1818 – 1883), Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844 – 1900) y Sigmund Freud (1856 – 1939) se les considera los máximos representantes de la filosofía de la sospecha, pues los tres criticaron los valores de la sociedad de su momento, las deficiencias de los sujetos, su libertad limitada por los estados y las religiones; y todo ello lo criticaron con el objetivo de cambiarlo todo.

Estos pensadores sospecharon que la sociedad occidental está sustentada sobre un error: la creencia ciega en la razón, en el progreso y en la preeminencia de los sujetos libres de la subjetividad.

Pensando en el movimiento independentista, transversal e inequívoco, sabemos que todos somos importantes, en todos los niveles; y que, por ensanchar las bases, NO debemos rebajar nuestras exigencias, está claro.

Y sí ciertamente, todos los que permanecemos activos, de un modo u otro, somos importantes, y tenemos claro que no podemos aceptar críticas de los que han sido vencidos por sus frustraciones (acción de llevar a alguien al error, decepción y equivocación).

Sobre el particular, para aligerar y amenizar un poco el texto, me parece interesante reproducir la siguiente fábula:

‘Nansen corta el gato en dos

Nansen vio a los monjes del ala del este y del oeste pelear por un gato. Lo atrapó y le dijo a aquellos: si alguno de ustedes dice una buena palabra, podrá salvar al gato.

Nadie respondió. De manera que Nansen, con arrojo, cortó el gato en dos.

Esa tarde, Joshu regresó y Nansen le contó el episodio. Joshu se quitó las sandalias, se las puso sobre la cabeza, y salió.

Nansen dijo: si hubieras estado aquí, hubieras podido salvar la vida del gato’

(https://beaire.com)

Como he dicho, todos los que seguimos movilizados, de un modo u otro, somos importantes, y no debemos dejarnos ofuscar por los que ya lo están.

Sabemos que no es preciso que nadie presente su ‘cursus honorum’, como exigían en la antigüa Roma, es decir, el cumplimiento de determinadas funciones y papeles, por ejemplo: qüestor, pretor, cónsul, censor, etc.

Y tampoco necesitamos que nos vengan ‘paracaidistas’, aprovechando, ahora, la proximidad de la Diada de Catalunya (11 de setiembre), pues muchos de ellos buscan la notoriedad mediática del momento y, después, volver a sus poltronas para seguir ninguneándonos.

Dada nuestra ya larga experiencia, sabemos lo que somos, lo que necesitamos y lo que es prescindible, como en la siguiente fábula zen:

‘¿Qué necesito?

Un maestro se desplazó, junto a un grupo de monjes, a una gran ciudad para participar en unas jornadas sobre la meditación y el desapego de lo material.

Habló sobre lo fácil que es vivir con poco, sin lujos, sin las necesidades impuestas por el consumismo desmedido. Contó que él, apenas tenía muebles o ropas, y era muy feliz.

Tras acabar las jornadas, el maestro y sus alumnos se fueron al aeropuerto para coger el avión de regreso. Como tenían dos horas libres, decidieron entrar en un centro comercial, pues la mayoría de ellos no había estado en ninguno.

Pasearon por los pasillos observando todos los productos que les rodeaban, y cuando ya había transcurrido más de una hora, decidieron que era el momento de irse, pero no encontraban al maestro por ningún lado.

Finalmente, lo descubrieron yendo por los pasillos, tocando la mayoría de objetos, examinándolos, interesándose por ellos … incluso llegó a preguntar a algún vendedor por el precio o la utilidad de los mismos.

Asombrados por aquel comportamiento, ninguno se atrevió a decir nada y, lentamente, de dirigieron a la salida para esperarlo allí.

Cuando ya apenas faltaban unos minutos para embarcar, observaron que el maestro salía tranquilamente del centro comercial y se dirigía hacia ellos.

Bien, hermanos, se ha hecho un poco tarde, creo que ya es hora de marchar, les dijo.

Todos se quedaron en silencio. En realidad, ninguno de los alumnos se atrevía a decir nada, pero no entendían que justamente él, hubiera caído en las redes del consumismo.

Finalmente, uno de ellos, el más joven, se atrevió a hablar.

Maestro, ¿puedo hacerle una pregunta?

Claro, adelante.

¿Cómo es que usted, que cultiva la austeridad, ha estado tanto tiempo observando todo lo que había allí dentro?

Es que me he quedado maravillado de todas las cosas que existen y no necesito.

(https://www.contarcuentos.com)

Y en estas estamos, si queremos que el fin del principio (no el principio del fin), sea realmente efectivo para reiniciar la fase definitiva, con la experiencia y sin ataduras más o menos sibilinas.

Ya no creemos en las Sibilas, ni en la cumana griega, ni en las romanas, y menos, en las que ya se han rendido al sistema.

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