Finalicé mi escrito de ayer hablando de la incoherencia, en referencia a la ‘autojustificación’ de Hannah Arendt.
Efectivamente, todos sabemos que una cosa son las obras: artísticas, filosóficas, literarias, etc., y otra muy distinta, es la vida de sus autores. Y no podemos esperar que haya una coherencia entre ambas realidades. Esa coherencia es, más bien utópica. Y la vida, las acciones y el comportamiento de los autores, debería tener menos importancia (nula), ya que lo realmente interesante y trascendente es su obra (si lo es), no su vida.
Un claro ejemplo de incoherencia lo podemos encontrar en Lucius Annaeus Séneca (4 a.C. – 65 d. C.), un estoico romano hipócrita, ya que su vida privada no se guiaba por la vida sencilla y reflexiva del pensador estoico, pues intrigó para ser nombrado consejero del emperador. Por lo que se ha considerado como un incoherente.
‘Séneca, finalmente, cayó en desgracia con Nerón, quien lo obligó a suicidarse. Y Séneca, a quien le gustaba publicitarse como una especie de nuevo Sócrates, quiso suicidarse como el maestro ateniense, en paz y rodeado de amigos. Eso salió un poco mal, porque se cortó las venas, pero no se moría; tomó cicuta, como Sócrates, y tampoco; hasta que finalmente se asfixió en un baño de vapor’ (…)
‘La pregunta realmente interesante no es por qué Séneca no practicaba lo que predicaba, sino por qué predicaba lo que predicaba’
(https://www.descartesenbata.com)
Efectivamente, es muy fácil decir que debemos separar el autor de su obra, máxime cuando estamos en un mundo invadido por informaciones de todo tipo, mayoritariamente contradictorias. Un mundo en el que los políticos profesionales (dependientes de los verdaderos poderes no democráticos, por no ser votados) intentan controlarlo todo. Y, unos medios de comunicación ejerciendo de verdaderos poderes, al ser los brazos ejecutores de esos poderes ocultos.
Así, podemos diferenciar entre la obra de los artistas y las vidas de sus autores; pero no podemos ni debemos hacer lo mismo de los políticos, pues, teóricamente, nos deben representar.
De los artistas, de los filósofos, juzgamos sus obras; que sean de calidad y coherentes con ellas mismas; que comporten un reto intelectual que nos haga elevar, mejorar. A los políticos debemos exigirles transparencia, coherencia y respeto a los compromisos tomados en las respectivas campañas electorales; nada más y nada menos.
Pero, vista la realidad actual, me parece que más bien predomina la incoherencia, la destrucción, por lo que podríamos pensar que podríamos aplicar las tesis de Averroes:
‘La destrucción de la destrucción’, ‘La refutación de la refutación’ o ‘La incoherencia de la incoherencia’, es la obra más conocida del filósofo Averroes (1126 – 1198), en la que estudió la relación entre la filosofía y la fe, en oposición a ‘La incoherencia de los filósofos, de su contemporáneo Al-Ghazali (Algazel) (1057 – 1111)
La actual situación en la que los partidos políticos pretenden destruir a los otros, refutar las políticas ajenas, importándoles bien poco la coherencia e incoherencia que eso les comporte, pues, para ellos, lo único interesante es conseguir la mayor ventaja posible respecto a sus contrincantes.
Por eso, los ciudadanos de a pie, nos encontramos como el personaje de la siguiente fábula existencialista de Lev Nikolàievitx Tolstói (1828 – 1910),‘Confesión’, (1882):
‘Hay una vieja fábula oriental que cuenta la historia de un viajero sorprendido en la estepa por una bestia furiosa. Para escapar de la bestia, el viajero salta al interior de un pozo sin agua, pero, en el fondo del pozo ve un dragón con las fauces abiertas.
Y en infeliz, sin atreverse a salir, por temor a convertirse en presa de la bestia feroz, ni a saltar al fondo del pozo para no ser devorado por el dragón, se agarra a las ramas de un arbusto salvaje que crece en las grietas del pozo, y así, queda colgado. Los brazos se le debilitan y siente que pronto tendrá que abandonarse a la muerte, que le espera a ambos lados, pero sigue aferrándose, y mientras se aferra, mira alrededor y ve que dos ratones, negro uno y blanco el otro, giran regularmente en torno al tronco del arbusto del cuañ está colgado, y lo roen.
De un momento a otro el arbusto se quebrará, y él caerá en las fauces del dragón. El viajero lo ve y sabe que su muerte es inevitable; pero, mientras continúa suspendido, busca a su alrededor, y halla sobre las hojas del arbusto algunas gotas de miel; las alcanza con la lengua y las lame. Así me aferro a las ramas de la vida, sabiendo que el dragón de la muerte me espera inevitablemente, preparado para despedazarme, y no puedo comprender por qué soy sometido a este tormento.
E intento chupar esa miel, que antes me consolaba; pero esa miel ahora no me da placer, y, entretanto, el ratón blanco y el negro roen día y noche la rama de la que cuelgo.
Veo claramente el dragón, y la miel ya no me parece dulce. No veo más que una cosa: el ineludible dragón y los ratones, y no puedo apartar la vista de ellos.
Y esto no es una fábula, sino la auténtica, la incontestable, la inteligible verdad para todos’.
Y como ese viajero, muchos ciudadanos nos sentimos en una situación de extrema vulnerabilidad, vista la compleja situación mundial: guerras, crímenes, desigualdades sociales, hambre, enfermedades, en definitiva, la miseria generalizada.
Y, claro, nos enteramos de lo que nos quieren mostrar, ahora, la guerra entre el ejército judío y hamás (palestino), sabiendo que ambos colectivos no representan a ambos pueblos, como tampoco lo representan los políticos actuales de ningún país.
Por ejemplo, al presidente Joseph Robinette Biden, un personaje que lleva en la política activa desde 1970, 53 años, y, por lo tanto, totalmente alejado de la vida cotidiana de la ciudadanía, y, con negocios nada claros a nivel familiar.
Pues bien, en las elecciones del 2020, la participación fue del 66,2%, y Biden consiguió el 51,31% de esos votos. Es decir, apenas un 30% del censo global. Pero la democracia es la democracia, y las reglas establecen las normas. Así que Biden tiene la legalidad democrática. Pero extrapolar esa legalidad a la representación popular es un salto un abismal.
Y esa diferencia cualitativa la obvian claramente, es una manera de callar a los vencidos. Y no es más que una muestra de ‘incoherencia práctica’ del citado Séneca. Una carrera de éxito en paralelo a una vida hipócrita.
Aún así, ese es el juego de la democracia. Pero, la figura de las monarquías, como la española, que están por encima de los ciudadanos, y que son inmunes, y, su único mérito, es el ejercicio sexual del titular, ‘que lo es por la gracia de Dios’ (del ‘diablo’ Franco, claro), no tiene lógica ninguna, ni ningún argumento que lo justifique. Y, encima, Felipe VI es el culpable directo y máximo de la represión del movimiento independentista, claro, pues su objetivo principal y exclusivo es el mantenimiento del negocio familiar.
Y ese es un argumento más para independizarnos. Ya pueden decir misa los partidos unionistas o los independentistas renegados y diletantes con su juego de informes y más informes y mesas de falso diálogo. Allá ellos con su hipocresía.
Si nosotros queremos ser coherentes, solo tenemos esa opción, pues ya no nos placen las gotitas de miel que nos dan de tanto en tanto.
Nuestra coherencia comporta ser lo que fuimos, creemos y queremos ser. Y si para ello debemos ser radicales, ir a la raíz del problema, no dudaremos buscar ‘La destrucción de la destrucción’, ‘La refutación de la refutación’ o ‘La incoherencia de la incoherencia’, siempre de forma pacífica y dialéctica, claro.