El escritor y filósofo Albert Camus (1913 – 1960), hijo de menorquines refugiados en Argelia (su madre, Caterina Síntes, era familiar lejana de mi familia), en su obra ‘El hombre rebelde’ (1951) escribió:
‘¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes toda su vida, de pronto juzga inaceptable un nuevo mandato ¿Cuál es el contenido de este ‘no’?
Significa, por ejemplo, ‘las cosas han durado demasiado’, ‘hasta aquí bueno, más allá no’, ‘casi demasiado lejos’, y también, ‘hay un límite que no franquearéis’. En resumen, este no afirma la existencia de una frontera. Se halla la misma idea de límite en ese sentimiento del hombre en rebeldía de que el otro ‘exagera’, de que extiende su derecho más allá de una frontera a partir de la cual otro derecho le planta cara y lo limita. Así, el movimiento de rebeldía se apoya, al mismo tiempo, en la negación categórica de una intrusión juzgada intolerable y en la certeza confusa de un derecho justo, más exactamente en la impresión en el hombre en rebeldía de que tiene ‘derecho a…’
(…) En este sentido, el esclavo en rebeldía dice a un tiempo sí y no. Afirma, a la vez que la frontera, todo lo que sospecha y quiere preservar más acá de la frontera. Demuestra, con obstinación, que hay en él algo que ‘merece la pena de …’, que exige que se tenga cuidado de ello. En cierta manera, opone al orden que lo oprime, una especie de derecho a no ser oprimido más allá de lo que puede admitir.
(…) Hasta entonces, callaba al menos, abandonado a esa desesperación, en la que una condición, aunque se juzgue injusta, es aceptada. Callar es dejar creer que no se juzga nada, y, en ciertos casos, no desear efectivamente nada. La desesperación, lo mismo que el absurdo, lo juzga y lo desea todo, en general, y nada, en particular. El silencio la traduce bien. Pero a partir del momento en que habla, aún diciendo no, desea y juzga. El hombre en rebeldía, en el sentido etimológico, se vuelve. Caminaba bajo el azote del amo. Ahora planta cara. Opone lo que es preferible a lo que no lo es.
(…) El esclavo, en el momento que rechaza la orden humillante de su superior, rechaza, al mismo tiempo el estado de esclavo. El movimiento de rebeldía lo llevaba más lejos de lo que estaba en el simple rechazo. Supera hasta el límite que fijaba a su adversario, exigiendo ser tratado ahora como si igual. Lo que al principio era una resistencia irreductible del hombre se convierte en el hombre entero, que se identifica con ella y en ella se resume. Esta parte de sí mismo que quería hacer respetar la sitúa entonces por encima del resto y la proclama preferible a todo, incluso a la vida. Se convierte, para él, en el bien supremo. Instalado antes en un compromiso, el esclavo se lanza de golpe (ya que es así …) al Todo o Nada. La conciencia nace a la luz con la rebeldía (…)’
Esta defensa del rebelde con causa es una clara proclamación de la libertad y de la igualdad, que no puede parcelarse, es un ‘Todo o Nada’, ya que no hay semi libertad, ni semi igualdad, ni semi embarazos.
Los rebeldes sin causa, como erróneamente se quiso vender la película de Nicholas Ray, (Rebelde sin causa) de 1955, con James Dean y Natalie Wood, no es más que la visión patriarcal del poder incuestionable.
Y en estas estamos. El poder no quiere dejar de serlo, no acepta cuestionamientos. Nos quiere esclavos.
Mónica Planas Callol, en el Ara de hoy (5 de febrero), publica un artículo titulado ‘Callas o te quejas’, en el que explica varios ejemplos (traducción propia):
‘Perdona. No me pongas esta carne porque has tosido encima’, dice la señora con naturalidad, sin parecer enfadada. Los que esperan el turno quedan pasmados a pesar del buen todo con que ha expresado su petición. Admito que cuando he visto al joven estornudar sobre los bistecs -yo también me he fijado, sí- he pensado que aún suerte que aquella carne no era para mí.
El joven se justifica: ‘Perdone, es que estoy un poco constipado, hace tanto frío estos días en este mercado …’ Y la señora le respondió con tono comprensivo: ‘Sí, tienes razón, pero, entonces convendría que te pusieras una mascarilla para trabajar’, ¿Qué hago? Le dice el joven mirando la carne. ‘No, no me la pongas. No me hace falta nada más. Me puedes cobrar el resto’. (…) Pagó, cogió la bolsa y se despidió ‘hasta el próximo viernes’.
La autora sigue con otros ejemplos, ‘¿Le dices a la chica del tren que pone los pies en el asiento de delante, que haga el favor de retirarlos?, ¿Le dices al hombre que se sienta espatarrado en su asiento ocupando el espacio del pasajero de al lado?, etc. ‘A qué sector perteneces?, ¿a los valientes o a los que aprietan bien fuerte los dientes y callan?
Me parece que este artículo también es muy ilustrativo, ya que fotografía claramente los dos tipos de personalidad, los éticos coherentes y los cobardes (por diferentes motivos / excusas)
Evidentemente, trasladando estos ejemplos con la dependencia del reino de España, que defienden los unionistas / españolistas, es preciso señalar que por más que lo he intentado en repetidas ocasiones, nunca, nunca, he encontrado una razón válida que justifique seguir siendo sumisos, esclavos, sin llegar a tener la libertad de ser tratados de igual a igual.
Entiendo el miedo al cambio, esto es muy humano. Pero ese sentimiento no justifica la dependencia, la sumisión. Y menos, pensando que esa sumisión no la asume sólo para él mismo, si no que la asume para sus hijos y nietos. Y eso no es ético ni moral, precisamente, es amoral e inmoral.
En el mismo diario Ara de hoy, Laia Bonals escribe una entrevista al futbolista, ex jugador del FC Barcelona, Lilian Thuram. En ella, el deportista dice: ‘Yo me convertí en negro a los 9 años, cuando llegué a París’ (…) ‘Hemos de educar a los jóvenes para que comprendan que la igualdad se gana, no se da’.
Y volviendo al independentismo, es así, ya que muchos hicimos ese giro cuando vimos cómo maltrataron, amputaron y tergiversaron el Estatut de Cayalunya del 2006, aprobado en referéndum tras ser ‘cepillado en el congreso de diputados’, y ser sancionado por el rey.
Y desde ese momento, la desconexión mental no ha hecho más que acelerar, ya que todas las actuaciones del estado, como todos sabemos, se han exacerbado para mantenernos todavía más esclavizados y maltratados.
Así que, como Thuram, en ese momento nos dimos cuenta que éramos esclavos (él, negro), y que la igualdad debe conquistarse, no pedirla (como pretende ERC).
Por eso, nunca entenderé que haya personas (que no quieren ser ciudadanos) que acepten ser subordinados, que no quieran la igualdad de tú a tú. Los nacionalistas españoles son independentistas de facto, ya que tienen la independencia. Por eso queremos esa igualdad. Pero hay otros que quieren seguir subordinados y minusvalorados.
El argumento que nos quieren imponer es que unidos somos más fuertes, que el futuro pasa por quitar fronteras, pero ellos son los primeros que las defienden a sangre y muerte, como vimos en Melilla, con 23 personas muertas, como mínimo. E, igualmente, el valeroso José M. Aznar defendió el peñasco de El Perejil, poblado por unas cabras.
Pero claro, el argumento central es la defensa de su gran ‘libro gordo de Petete’ (en referencia al pingüino creado por Manuel García Ferré en la década de 1970), que consideran su Biblia intocable, cuando, como muy acertadamente comentó hace unos días Vicent Partal, director de Vilaweb, esa constitución quedó devaluada al ser aprobado el Tratado de Lisboa y la Carta de Derechos Fundamentales, firmado por todos los países integrantes de la UE, el 13 de diciembre del 2007. Ese tratado, al ser aprobado, pasó a denominarse: ‘Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea’; así, la constitución española pasó a ser un documento de segundo nivel, es decir, como un mero estatuto de autonomía.
Y esto nunca lo quieren asumir los gallardos españolistas, que siguen con su quijotismo, luchando contra los molinos de viento.
En definitiva, vemos que los españolistas son nacionalistas duros, pétreos, que no asumen ni interiorizan las normas europeas, como vemos estos días con la sentencia del TJUE, que muchos critican y dicen que debe ser interpretada. Cuando no es así, ‘las leyes pueden ser interpretadas, las sentencias deben ser acatadas’, como dijo el abogado Gonzalo Boye.
Y esa sentencia del TJUE, que es como el tribunal constitucional europeo, es inapelable, ya que es el órgano superior.
Por todo eso, me extraña que haya catalanes españolistas que sigan aceptando ser tratados como el patito feo, o el patito negro, de los cuentos de Hans Christian Andersen (1805-1875), siendo discriminado por sus cualidades diferenciales. Quizás confían y sueñan como la lechera de la fábula de Félix María Samaniego (1745-1801), que al final tendrán su recompensa.
Yo confío que cuando vean la República Catalana, se les caerá la venda y se les romperá su cántaro, el sueño de ser subordinados del ‘imperio’ español.
De todos modos, seguro que habrá otros muchos que seguirán con el ADN español, y que no querrán romper su cordón umbilical con la corona borbónica. Pero, en esos casos, deberán asumir, democráticamente, nuestra decisión, o marcharse. No habrá otra.
Y esa decisión nuestra será democrática, no aceptaremos que se aplique la decisión establecida para Montenegro (55 % de participación y 55 % de votos afirmativos), pues si partiésemos de esas premisas antidemocráticas, tendríamos una república con pies de barro, ya que habríamos demostrado que seguimos considerándonos inferiores a los españolistas.