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Interés en marcar los temas a debatir: ahora el racismo

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Nota previa: en apoyo del compañero Nani, que está pasando por un mal momento en su lucha contra el cáncer.

En repetidas ocasiones he citado el libro de Óscar Pazos, ‘Madrid es una isla: el estado contra la ciudadanía’ (Libros del Lince, 2013), en el cuál el autor explica que:

‘gracias al secuestro de los órganos de poder se ha creado en Madrid una trama de instituciones e intereses mediante la cual el complejo político-económico español gobierna el país en su propio beneficio (…) Madrid, que se impuso como una solución totalizadora y unitaria para todos los retos e interrogantes de la modernización, se ha convertido en el gran problema político de los españoles’.

Y ese ‘beneficio propio del poder madrileño’ lo sufrimos, todas las comunidades autónomas, en primer lugar, las fronterizas con la comunidad de Madrid; pero, especialmente, lo sufrimos y pagamos los catalanes.

Y ese poder no se limita a su finalidad extractiva, si no que consigue dominar, incluso, nuestro lenguaje y discurso, pues nos imponen los temas que debemos debatir, especialmente en campaña electoral; por ejemplo, hace unos días el tema impuesto fue la crítica a las listas electorales de Euskal Herria Bildu, y, desde el pasado domingo, tras el partido de fútbol entre el Valencia y el Real Madrid, el ‘caso Vinícius’ (Vinícius José Paixäo de Oliveira Júnior), y, de ese modo, el estado tiene unificado todo su territorio, ya que todos los medios de comunicación siguen, disciplinadamente, las consignas al respecto.

Es una forma de marcar el ritmo, el pulso de la población, buscando que los diferentes comentaristas y tertulianos, apliquen su mejor neurona terraplanista, para tenernos ‘entretenidos’ y ‘teledirigidos’.

Esa es su forma de tenernos ‘entretenidos’, sumisos, para, evidentemente, no hablar de otros temas de dominio, por ejemplo, la iniciativa de Pedro Sánchez para que la UE prohíba la encriptación de los mensajes cifrados de punto a punto, que utilizan plataformas como WhatsApp y Signal; medida que, según apunta José Antich en su artículo: ¿Por qué España siempre se apunta a prohibir derechos? (elnacional.cat, 23 de mayo), es una propuesta más dura y contundente que las efectuadas por Hungría y Polonia.

Así, esa propuesta, que se implantará en España, acabará comportando una violación de la intimidad y una pérdida de derechos fundamentales, y eso sin recorrido mediático, ni críticas, claro. Es evidente que el gobierno de Pedro Sánchez, el autoconsiderado el más progresista de la historia, lo que busca es tener acceso a todas nuestras comunicaciones, complementando el sistema del Pegasus, etc. Y ahora, lo que pretende Sánchez, es, por lo tanto, como exigir que enviemos las cartas sin cerrar los sobres, para facilitarles el trabajo de espionaje preventivo.

Con todo, no quiero huir del tema de este escrito, el racismo; pero me ha parecido importante resaltar, asimismo, la utilización de este tema con fines oscuros e interesados.

Todos consideramos que somos antirracistas, aunque, en realidad, esa buena etiqueta no pasa de ser eso, una mera frase voluntarista; pues la práctica diaria nos muestra que nos consideramos superiores, que discriminamos a los que son diferentes, especialmente si su nivel económico es escaso; por eso, fundamentalmente, somos clasistas.

No es ajeno clarificar que ese clasismo afecta también a las ideologías, pues los independentistas catalanes vemos cómo los unionistas nos aplican todo tipo de prejuicios y estereotipos, siempre peyorativos, claro.

El racismo lo tenemos inculcado en nuestro ADN, pues tenemos importantes ejemplos que lo confirman; por señalar unos pocos, pero relevantes:

  • El tratamiento de los pueblos americanos en 1492 y hasta ahora: ‘descubiertos’, ‘civilizados’, ‘beneficiados’ con la lengua española y la religión ‘verdadera’; y que nunca ‘han agradecido suficientemente’. Claro, todo ello impuesto gracias a las armas.
  • La expulsión de los judíos, también en 1492, para que dejaran de influir en los ‘cristianos nuevos’ (conversos); y, obvio, mediante la fuerza opresora de la Inquisición, que perseguía a los judeoconversos que, en privado, seguían practicando su antigua fe.
  • La expulsión de los moriscos, ordenada por Felipe III en 1609, aunque tras más de un siglo en la península, habían perdido la lengua árabe en favor de las lenguas romances, y de que su conocimiento del dogma y los ritos del islam, religión que practicaban en secreto, era, en general, muy pobre.
  • La persecución del pueblo gitano, iniciada en 1749, ideada y dirigida por el marqués de la Ensenada, ministro de Fernando VI; y materializada por la Gran Redada (Prisión general de gitanos), como intento para su exterminio, resultando un verdadero genocidio, pues el decreto decía: ‘estas gentes que se llaman gitanos no tienen religión; puestos en presidio se les enseñará y se acabará con tan malvada raza’.
  • El exilio del republicanismo español, tras imponerse la subversión militar (que no guerra civil, ni incivil) en 1939.
  • Etc.

Me parece evidente que, históricamente, nos hemos considerado superiores y lo hemos evidenciado en cada momento. Los castellanos viejos, han practicado, con muchos siglos de antelación, la persecución de los ‘mischling’, una palabra alemana que significa ‘cruzado’, ‘híbrido’, ‘bruto’ (que pusieron en práctica las leyes raciales de la Alemania nazi)

Y esa discriminación no siempre era fácil, pues ya en la cruzada contra los cátaros, los caballeros franceses tuvieron problemas para decidir sobre el derecho a la vida de los occitanos: ‘¿Cómo sabremos quién es hereje?’, le preguntaron a Simón de Montfort (1175  – 1218), y éste respondió: ‘Matadlos a todos y Dios ya reconocerá a los suyos’.

Pero la historia no justifica nada, únicamente explica de dónde venimos y qué somos. Y ahora, por los mayores niveles de ‘educación’ y de exigencias sociales, nos refrenamos y censuramos, así, no vamos ‘matando’ a los diferentes, si bien, cuando nos convertimos en ‘hombres masa’, como describió José Ortega y Gasset (1883 – 1955) en ‘La rebelión de las masas’ (1929), pasamos a ser hombres vacíos y dóciles; y podríamos decir, manipulables productos de los populismos al uso.

Ese fenómeno afecta a todos los niveles, incluso a los superiores, pues, para Ortega:

‘a ese ‘hombre-masa’ que domina la vida pública, no le preocupa nada más que su bienestar (…) y ese es uno de los males de su tiempo, es decir, que las clases populares accedieran a los espacios anteriormente reservados a las élites (…) esos hombres-masa, más que un hombre, son sólo un caparazón de hombre constituido por meros ‘idola fori’, carece de un ‘dentro’, de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no pueda revocar. De ahí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga -sine nobilitate-‘

No hace falta resaltar la perspectiva elitista de Ortega, ignorando que los grandes hechos mencionados anteriormente, fueron diseñados y ejecutados por dichas élites. Esa es una clara manipulación carente de toda ética; pues es evidente que, a mayor rango jerárquico, mayor responsabilidad y culpabilidad.

Volviendo con nuestro racismo actual, todos sabemos que los africanos tienen muchas dificultades para alquilar una vivienda, o regularizar sus papeles, pues, generalmente, los propietarios son reacios por temores varios; igualmente, oímos, con frecuencia, la denominación despectiva de ‘sudaca’; etc.

Es preciso destacar, evidentemente, que los inmigrantes, por su parte, también deberían ser respetuosos con la cultura (costumbres, lengua, etc.) del lugar de acogida. Esto es básico para integrarse. Pero, desgraciadamente, vemos, con frecuencia, que, salvo honrosas excepciones, pasan generaciones y sus descendientes no quieren integrarse, no hacen ni el mínimo esfuerzo para hablar nuestra lengua. Y, el colmo, como vemos casi a diario en la manifestación de la avenida Meridiana, nos gritan: ‘viva España’ (ignorando su propia historia como excolonias de esa monarquía corrupta que, aquí y ahora, sí admiten).

Con relación al caso de Vinicius Jr., ante todo, es preciso reconocer que tiene todo el derecho del mundo para criticar los gritos racistas (llamándole ‘mono’) del campo del Valencia. Es deplorable, y no es justificable por el fenómeno del ‘hombre-masa’, aunque sí explicable, ya que, al perder la singularidad, pasamos a ser más bien bestias de carga que nos hacen aflorarlos los instintos más básicos: gritos e insultos sexistas, racistas, ideológicos, etc.

Es frecuente que a los equipos catalanes les griten todo tipo de improperios contra el conjunto de los catalanes, especialmente tras nuestro referéndum del 2017. Así hemos visto insultar a Pep Guardiola, Gerard Piqué, etc., por motivos ajenos al propio partido (victoria de la Premier League, o sus ex relaciones con Shakira). Y en ningún caso la fiscalía ha actuado de oficio, como sí que ha hecho ahora por Vinicius.

También vemos que todos los medios estatales y unionistas han multiplicado y elevado a la enésima potencia, el caso que nos ocupa. Por ejemplo, Antonio García Ferreras, directivo de la Sexta (Al rojo vivo), y anteriormente jefe de comunicación del Real Madrid, ha llegado a tratar de racista al citado Guardiola y de sicarios a los árbitros; unos árbitros que, rápidamente, le quitaron una tarjeta a Vinícius, que fue expulsado por una agresión a un contrario, sin estar el balón en juego.

Todos sabemos que el Real Madrid tiene otros siete jugadores de raza negra, y nadie les dice nada, ni les insultan; también, en todos los restantes clubes de fútbol hay jugadores de todas las razas y, con carácter general no hay gritos racistas, afortunadamente. 

Pero Vinícius, además de un gran jugador, es un provocador nato, con cierta agresividad descontrolada, que no dudó a hacer gestos diciendo que el Valencia bajaría a segunda división, etc.

Es evidente que ser unos trabajadores de élite, multimillonarios, no lleva en su sueldo tener que tragar ni soportar insultos de ningún tipo.

Y que Vinícius sea como es, tampoco justifica que dejemos salir lo peor de nosotros.

Y que Florentino Pérez, tras el fracaso de su Real Madrid, al ser eliminado de la Champions League, intente imponer su voluntad, y sacar el tema del racismo, para tapar su propia frustración, muestra, efectivamente su poder, como ‘jefe de estado’ in pectore’.

Y claro, en seguida salen los pelotas y aduladores de turno, para congraciarse con Florentino Pérez, así, el infumable periodista Eduardo Inda, en un programa de Ana Rosa Quintana (Telecinco), llegó a decir que Vinícius era equivalente a la activista Rosa Louise McCauley, conocida como Rosa Parks (1913 – 2005), defensora de la equiparación de los derechos civiles entre blancos y negros en los EUA.

Y eso es vergonzoso, pronto le gritarán a Vinícius ‘santo súbito’; pues entre todos le han elevado a la categoría de Nelson Rolihlahla Mandela (1918 – 2013), o de Martin Luther King (1929 – 1968). Y que Luiz Inácio Lula da Silva, también se hiciera eco de las protestas de Vinícius, y que apagasen durante una hora la imagen del Cristo Redentor del Corcovado, ya es el súmmum de la tontería.

Hay miles de problemas graves y guerras, y el racismo es uno de ellos, está claro, y todos deberíamos trabajar para superarlos; pero de eso, a identificar el caso Vinícius como un caso excepcional y hacer la gran bola de nieve que se ha hecho …

La filósofa Victoria Camps señaló en su momento, que ‘nuestra sociedad tiende a hacer homogéneos e indiferenciados a los individuos’, pero hemos de ponderar, adecuadamente, esas homogeneidades.