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La ampliación del concepto ‘yo piel’

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Trump y sus siete magníficos (Apple, Microsoft, Alphabet, Amazon, Nvidia, Meta y Tesla) dominan y manipulan las redes sociales, mostrándonos la verdadera cara de la globalización: la mundialización, en mayor medida, de las ‘genialidades / imbecilidades’ de los más prepotentes, para imponernos su pensamiento único a todos sus vasallos – consumidores. Hoy hemos tenido un nuevo ejemplo, con un video ‘oficial’, efectuado por IA, con Trump / Musk, en un futuro Gaza.  A continuación, expreso algunas reflexiones sobre la incidencia a nivel psicológico.

Podríamos considerar que el imperio romano fue un claro ejemplo de globalización, si bien, según los diferentes especialistas, la globalización se inició hacia el año 1500, con la expansión colonizadora europea.

Pero esa determinación y concreción europea, a mi modo de ver, es propia de un eurocentrismo, ya que no considera otros imperios, por ejemplo, en el continente asiático (la visión china (Zhöngguó, significa ‘reino del centro’ del mundo) o, en el continente americano (las culturas azteca, inca, maya, etc.).

La diferencia, en primera instancia, es la expansión europea en otros continentes, y eso es una simplificación, ya que, como he señalado, los romanos se expandieron en espacios de los continentes conocidos en ese momento.

Acercándonos al momento actual, se considera que el economista Theodore Levitt (1925 – 2006), en su obra ‘La globalización de los mercados’ (1983), fue el que creó el concepto de globalización económica, como tendencia de igualación hacia arriba.

Otros especialistas consideran varias fases en la globalización: la globalización 1.0 (iniciada en 1492, con el ‘descubrimiento’ de América, por Cristóbal Colón, 1451 – 1506); la globalización 2.0 (dominada por Occidente); y la globalización 3.0 (que empezó en 2001, al acceder China a la OMC (Organización Mundial de Comercio)) Y yo añadiría, la globalización 4.0 (la que nos está imponiendo Trump, centrándose, exclusivamente, en los EUA, en especial, de los blancos ricos)

Todas esas fases tuvieron y tienen diferente repercusión en los aspectos económico, cultural, social, político, tecnológico, movimiento de capitales, etc.

En este momento queda claro que la globalización 2.0, y celebrada por muchas empresas, básicamente, para reducir costes, sin pensar en otro tipo de repercusiones sociales, exigió vasallos ejecutores, de determinado perfil peculiar, con una visión amoral, cortoplacista y, en muchos casos, terraplanistas. Y tengo claros ejemplos, sufridos en la multinacional en la que trabajé durante décadas.

En la actualidad, hay muchos especialistas que consideran que la globalización comporta más desigualdades, pérdida de derechos, declive de las lenguas minorizadas (que no minoritarias), etc., y, por lo tanto, muy superiores a los ‘beneficios’ económicos concentrados en unos pocos, como facilita la híper-globalización.

Pero, como he anunciado, en el presente escrito me parece interesante centrarme en la repercusión psicológica, señalando unos aspectos que creo esenciales.

Y para ello, creo evidente que sería preciso efectuar una historia del concepto del ‘yo’, concepto inexistente, como tal, hasta la teorización efectuada por el psiquiatra Sigmund Freud (1856 – 1939), al diferenciar entre el ‘ego’ (yo), ‘superego’ (superyó) e ‘id’ (ello); Freud los denominó, en alemán, como ‘das Ich’, ‘das Über Ich’ y ‘das Es’, respectivamente.

Haciendo un gran salto en el tiempo, me parece que una ampliación del concepto del yo, la efectuó el psicólogo y psicoanalista francés Didier Anzieu (1923 – 1999), con su obra ‘Le Moi Peau’ (yo piel), publicada en 1985.

Anzieu tuvo una ‘especial’ relación con Jacques Lacan, con el que había iniciado su psicoanálisis, sin saber, ambos, que Lacan había tratado a la madre de Didier (Lacan la conocía por su nombre de soltera) y que después trabajó como empleada doméstica para el padre de Jacques Lacan; madre que abandonó a su hijo al nacer, por lo que no la conocía. Al desvelarse esas turbias relaciones, Anzieu rompió con Lacan, al que criticó por ‘sus derivas y arbitrariedades en sus prácticas’.

Esa nota biográfica motivó la ruptura académica de Didier Anzieu con el lacanismo, pero no con las tesis freudianas, y sus experiencias sociales (fundó la Facultad de Psicología en la Sorbona – Universidad París-Nanterre, siendo su presidente en el Mayo de 1968, y exhibiendo una actitud abierta y comunicativa), le permitieron hacer un gran avance cualitativo iniciando notables proyectos y obras: sociales: ‘Le groupe et l’inconscient’ (El grupo y el inconsciente) (1975); artístico-creativas: ‘Le corps de l’oeuvre’ (El cuerpo de la obra), 1981; y el mencionado ‘Le Moi-peau’ (Yo piel) (1985), ‘Una peau pour les pensées’ (una piel para los pensamientos) (1986), y ‘L’épiderme nomade et la peau psychique’ (La epidermis nómada y la piel psíquica) (1990, poco después padeció la enfermedad de Parkinson). En éste, su último proyecto académico, es en el que me voy a centrar.

Anzieu consideró que la piel, entendida metafóricamente como envoltura psíquica, es la frontera que separa el mundo interno del externo, y en ella se construye la realidad, en base a las interacciones entre ambos mundos. Es decir, con esta tesis, el autor amplió la perspectiva psicoanalítica tradicional.

Anzieu consideró que el yo-piel, cumple varias funciones: es una barrera protectora, un saco de interacciones, una envoltura del organismo, etc.; con importantes objetivos: evitar ser dañado, actuar como un espejo y como base de las relaciones transicionales.

Pues bien, basándome en estas teorías, me parece que, en la actualidad, dominada por diferentes dispositivos tecnológicos: teléfonos móviles, ordenadores, etc., que ya han pasado a ser una extensión de nosotros mismos, sería interesante considerar que el yo-piel, debería incluir esos elementos y, claro, también, las diferentes redes sociales con las que nos comunicamos, y en las que reflejamos, como un espejo más o menos diáfano, nuestra personalidad.

Así, ese yo – piel ampliado (yo + medios y redes), debería ser considerado como nuestro sistema de individualización, de separación entre los mencionados mundo interior y exterior. Y como vemos, esa diferenciación es frágil, vulnerable.

Anzieu señaló que, en el recién nacido, ‘la incorporación del objeto a través de la piel es previo a la incorporación del objeto a través de la boca, si bien ésta sirve tanto para tocar los objetos, en un primer momento, el pecho materno, como para incorporarlo y, a la vez, diferenciarlo de su propio yo’. De ese modo, Anzieu reformuló las tópicas freudianas, incorporando el yo-piel, como constructo (el cuerpo y lo material externo)

Pues bien, me parece que, en la actualidad, la complejidad ya no permite diferenciar entre los medios tecnológicos y nuestro yo interno; pues todo pasa por los medios, que condicionan y determinan / franquean nuestra barrera psicológica.

Anzieu consideró la formación del pensamiento y de la personalidad a través de las experiencias táctiles.

Pero, ahora, nuestro pensamiento deriva, principalmente, de nuestras experiencias virtuales, máxime, constatando que, de cada vez, a más temprana edad ya se facilitan medios tecnológicos a los niños.

Y me parece evidente que, como todo abuso, el excesivo uso y reconsideración de los medios tecnológicos, comportan una patológica configuración de nuestro ser individual, ya que no somos lo que queremos ser, si no que somos lo que los otros aprecian y valoran.

Y volviendo a Trump y sus siete magníficos, me parece que están consiguiendo su objetivo, que no es otro que la alienación humana.

Y eso comportan graves peligros. En esta línea, el pasado domingo, leí un interesante artículo de Catalina Serra, titulado ‘Guardarlo todo, que vienen malos tiempos’, y subtitulado: ‘Crece el peligro de manipulación de los archivos y las fuentes documentales’, en el que, entre otras cosas, decía:

‘Hubo un tiempo que tenía la fantasía, irreal, de una casa pequeña en la que casi toda la cultura la guardaría a través de pequeños aparatos que ofrecerían toda la música, el cine o la literatura del mundo. Hoy es posible hacerlo. Supuestamente, en un mundo digital, aparte de los objetos artísticos o para casos muy específicos, no harían falta estanterías, sino que solo un ordenador, un móvil, unos altavoces de calidad, una pantalla y un libro electrónico, lo podrías tener todo al alcance. Ahora ya no lo creo (…) No. Ahora pienso que definitivamente es el momento de guardarlo todo para salvaguardar los contenidos tal como están ahora. Al menos de momento, hasta que no veamos cómo evolucionan las cosas.

La primera razón es que la premisa de que todo está al alcance es mentira. No está todo, y, de cada vez más, buena parte de lo que hay, es de pago. Se puede dar la circunstancia, de hecho, que hayas comprado la misma película en diversos formatos que se han ido quedado obsoletos y, al final, la tendrás que acabar viendo en una plataforma de pago, que, en cualquier momento, puede quitarla del catálogo.

Es cierto que todavía hay muchas cosas de acceso libre en internet, pero el círculo se está cerrando y si no eres un crac de la informática, no es tan fácil encontrar lo que buscas con la calidad que buscas.

La segunda razón es que desde la irrupción de la inteligencia artificial (IA) o, mejor dicho, desde que las aplicaciones de IA han puesto al alcance de mucha gente y de manera tan fácil la manipulación de contenidos, se podría dar el caso que en poco tiempo aquellos contenidos culturales originales sean modificados de maneras tan perfectas y disimuladas, que ya se pierda todo recuerdo original. Nunca como ahora había sido tan fácil falsificarlo todo, y esto irá a más en los próximos años, o meses.

Y la tercera razón es que la involución cultural que se aproxima puede hacer desaparecer muchas cosas que hasta ahora dábamos como seguras. No es ninguna tontería. Los de la motosierra no sólo se quieren cargar el aparato interno del estado, aquello que lo hace funcionar, que son los servidores públicos que no se deben a ningún partido (…) sino también los referentes culturales que no se adecúan a lo que ellos piensan. No es paranoia. Muchos científicos de muchos ámbitos, especialmente los que tratan temas como el clima o la biomedicina, por ejemplo, han corrido a descargar y guardar los estudios que tenían colgados en páginas oficiales del gobierno norteamericano porque sabían, como ha pasado en algunos casos, que serían retirados y puestos fuera del acceso público por que no se avienen con las nuevas teorías del gobierno trumpista. Los archivos son lo primero que se destruye en una guerra, y el objetivo último es borrar la memoria y el patrimonio del enemigo. La cultura es patrimonio, es memoria compartida y, por lo tanto, un objetivo a combatir o modificar por los que la quieren adaptar a sus intereses (…)

(Ara, 23 de febrero del 2025)

Pido perdón por esta larga transcripción, pero me ha parecido interesante, máxime tratando el tema de la ampliación del yo que he planteado, y que es una ampliación del yo-piel de Didier.

Pues bien, y en definitiva, si realmente, nuestro ser incluye los medios informáticos y las redes sociales, y esos medios y redes están tan manipuladas, nuestra fragilidad que he anunciado, se multiplica, se eleva a la enésima potencia.

Y si esos medios y redes están gobernados y manipulados por prepotentes ególatras, sin la menor ética y moral, nuestra fragilidad llegará a niveles verdaderamente graves y peligrosos.

Efectivamente, la evolución tecnológica no debe parar, ya que aporta infinitas ventajas de todo tipo, especialmente sanitarias (quirúrgicas, diagnósticas, farmacológicas, etc.); pero, por todo lo expuesto, se requiere un control; control actualmente inexistente, al ser los propios gobernantes parte del problema, como Trump y sus adláteres (los lobos vigilando los corderos)

Y la conclusión debería ser la de limitar nuestro ‘yo + los apéndices tecnológicos y redes’, reducir éstos a lo mínimo indispensable; y saber vivir esa ‘amputación’ como una ventaja, no como una castración traumática; sólo así los actuales poderosos perderán la actual influencia que ejercen en nosotros, en nuestro ‘yo’; influencia directa o subliminal, pero, siempre, negativa, ya que sólo buscan su propio interés. Y, especialmente negativa en la juventud, que carece de las experiencias vitales que le permiten diferenciar entre lo esencial y la basura.