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La cadena trófica social

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Si bien se utiliza la expresión de ‘cadena trófica’ como sinónima de ‘cadena alimentaria’, en este escrito generalizo esa expresión, aplicándola al ámbito psicosocial, pues me parece que también podemos extraer conclusiones interesantes.

‘La cadena trófica (del griego tropos, alimentar, nutrir) describe el proceso de transferencia de substancias nutritivas a través de las diferentes especies de una comunidad biológica, en el cual cada una se alimenta de la precedente y es alimento de la siguiente. Es la corriente de energía y nutrientes que se establece entre las diferentes especies de un ecosistema. Un conjunto de cadenas alimentarias conectadas, constituyen una red trófica, que comprende la producción y obtención de alimentos dentro de un ecosistema.

La cadena trófica incluye las relaciones de producción y de obtención de alimentos entre las diferentes especies dentro de un ecosistema. Simplificando, la cadena trófica es el conjunto de relaciones lineales entre un número de niveles tróficos, donde cada uno obtiene alimentos del inmediatamente inferior y cede al inmediatamente superior (…)’

(Wikipedia)

Pues bien, haciendo un arriesgado salto intelectual, propio de un saltimbanqui, me parece que podemos asimilar las especies referidas de la comunidad biológica, a las clases sociales, y así, vemos que se cumple que una clase se alimenta, explota y enriquece de la inferior y, a su vez, alimenta a la que es su clase superior.

Nada nuevo bajo el sol.

Charles Robert Darwin (1809 – 1882) ya describió que sólo los más aptos, es decir, los que se adaptan mejor a su entorno (no precisamente los más fuertes), son los que triunfan y logran reproducirse, por lo que sus rasgos se transmitirán.

Y, efectivamente, sabemos que, gracias a las herencias, las clases privilegiadas, transmiten a su descendencia las mejores opciones para seguir siendo privilegiados.

Me parece evidente que sin la posibilidad de transmitir / heredar los bienes, fortunas, títulos honoríficos, etc., la sociedad, en general, sería muy diferente, con aspectos positivos y negativos, como pasa siempre, pero, a mi modo de ver, con predominancia de las ventajas, ya que nivelaría, en cierto modo, las diferentes clases, y evitaría que la acumulación debida a la corrupción y abusos de todo tipo se transmitiera.

La herencia nació con la propiedad privada, pero deslegalizando la herencia (y sus subterfugios como donaciones en vida; o mediante la creación de empresas, sociedades o patronatos; etc.), podría seguir siendo plenamente legal la propiedad privada personal puntual, fruto del trabajo directo y específico de cada persona. Y, claro, se evitaría que personas sin mérito alguno, pudieran vivir con todo tipo de prebendas heredadas.

Así, con una sociedad más moral y ética, basada en la cualificación especifica y puntual (intelectual, artesanal, técnica, etc.), la extrapolación, a nivel institucional, comportaría la supresión de las conquistas, robos, expoliaciones, etc., por parte de las sociedades más poderosas respecto a las menos favorecidas. Y, por lo tanto, no existirían los museos con fondos expropiados, expoliados.

La única excepción social en cuanto hace referencia a la transmisión, debería ser, exclusivamente, la acumulación de conocimientos (técnicos, humanísticos, artísticos, etc.), pues esa acumulación es la que ha permitido el progreso humano, ya que alimentarse de los conocimientos precedentes y transmitirlos a las generaciones futuras, es una característica humana que nos diferencia del resto de los animales.

Y, centrándonos en el corrupto reino español, es evidente que, si se eliminasen las herencias, muchas de las ‘grandes’ familias (nobiliarias, judiciales, política, empresariales, etc.), con reminiscencias franquistas y, con las consiguientes prebendas económicas, perderían su actual estatus, y su fortaleza ideológica quedaría mermada.

Pero todo esto es una utopía, claro, ya que, en el sistema actual vemos que de cada vez las riquezas están concentradas en menos manos; por lo que el sistema, progresivamente se va pudriendo, y lo que se pudre acaba descomponiéndose y, al final, desaparece.

Por todo lo expuesto, me parece muy adecuada la lectura del siguiente fragmento de Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844 – 1900), en su obra ‘Así hablo Zaratustra’ (1883), apartado ‘El último hombre’:

‘Cuando Zaratustra hubo dicho estas palabras, contempló de nuevo el pueblo y calló: ‘ahí están, dijo a su corazón, y se ríen, no me entienden, no soy yo la boca para estos oídos.

¿Habrá que romperles antes los oídos, para que aprendan a oír con los ojos? ¿habrá que atronar igual que timbales y que predicadores de penitencia? ¿o acaso creen tan sólo al que balbucea?

Tienen algo de lo que están orgullosos. ¿Cómo llaman a eso que los llena de orgullo? Cultura lo llaman, es lo que los distingue de los cabreros.

Por esto no les gusta oír, referida a ellos, la palabra ‘desprecio’. Voy a hablar, pues, a su orgullo.

Voy a hablarles de lo más despreciable: ‘el último hombre’.

Y Zaratustra habló así al pueblo:

Es tiempo de que el hombre fije su propia meta. Es tiempo de que el hombre plante la semilla de su más alta esperanza.

Todavía es bastante fértil su terreno para ello. Más algún día ese terreno será pobre y manso, y de él no podrá ya brotar ningún árbol elevado.

¡Ay! ¡llega el tiempo en que el hombre dejará de lanzar la flecha de su anhelo más allá del hombre, y en que la cuerda de su arco no sabrá ya vibrar!

Yo os digo: es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina. Yo os digo: vosotros tenéis todavía caos dentro de vosotros.

¡Ay! Llega el tiempo en que el hombre no dará ya a luz ninguna estrella. ¡Ay! Llega el tiempo del hombre más despreciable, el incapaz ya de despreciarse a sí mismo.

¡Mirad! Yo os muestro el último hombre.

¿Qué es el amor? ¿qué es la creación? ¿qué es anhelo? ¿qué es estrella? Así pregunta el último hombre y parpadea.

La tierra se ha vuelto pequeña entonces, y sobre ella da saltos el último hombre, que todo lo empequeñece. Su estirpe es indestructible, como el pulgón; el último hombre es el que más tiempo vive.

Nosotros hemos inventado la felicidad, dicen los últimos hombres, y parpadean.

Han abandonado las comarcas donde era duro vivir: pues la gente necesita calor. La gente ama incluso al vecino, y se restriega contra él: pues necesita calor.

Enfermar y desconfiar considerándolo pecaminoso: la gente camina con cuidado. ¡Un tonto es quien sigue tropezando con piedras o con hombres!

Un poco de veneno de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para tener un morir agradable.

La gente continúa trabajando, pues el trabajo es un entretenimiento. Mas procura que el entretenimiento no canse.

La gente ya no se hace ni pobre ni rica: ambas cosas son demasiado molestas. ¿quién quiere aún gobernar? ¿quién quiere aún obedecer? Ambas cosas son demasiado molestas.

¡Ningún pastor y un solo rebaño! Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio.

En otro tiempo todo el mundo desvariaba, dicen los más sutiles, y parpadean.

Hoy la geste es inteligente y sabe todo lo que ha ocurrido: así no acaba nunca de burlarse. La gente continúa discutiendo, más pronto se reconcilia -de lo contrario, ello estropea el estómago.

La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero honra la salud.

Nosotros hemos inventado la felicidad, dicen los últimos hombres, y parpadean.

Y aquí acabó el primer discurso de Zaratustra, llamado también ‘el prólogo’: pues en este punto, el griterío y el regocijo de la multitud lo interrumpieron. ¡Danos este último hombre!, Zaratustra, gritaban, ¡haz de nosotros esos últimos hombres! ¡el superhombre te lo regalamos! Y todo el pueblo daba gritos de júbilo y chasqueaba la lengua. Pero Zaratustra se entristeció y dijo a su corazón: No me entienden: no soy yo la boca para estos oídos. Y ahora me miran y se ríen: y mientras ríen, continúan odiándome. Hay hielo en su reír.

Así habló Zaratustra’, Alianza, Madrid 1981, 9ª edic, p. 39-40.

(https://encyclopaedia.herdereditor)

Quizás este escrito, y la transcripción de un fragmento tan largo, puede ser considerado pesado, pesimista y, hasta cierto punto, irracional y utópico, pero estoy convencido de que puede ser útil para pensar, repensarnos, al margen de los discursos oficiales y homogeneizadores; y eso será positivo, incluso si lo enmarcamos en el problema entre el reino español y Catalunya, o si lo aplicamos al actual contexto negociador en el que está inmerso el partido de ERC.

Sólo así romperemos la cadena trófica que nos atenaza e inutiliza.