En su discurso de la pascua militar del pasado día 6, Felipe VI hizo una defensa de la constitución, como hace siempre, y dijo: ‘todos estamos incondicionalmente comprometidos porque es el origen de la legitimidad de todos los poderes e instituciones del estado’.
Debemos recordar que es un rey, representante de la monarquía impuesta por Franco, y ‘legitimada’ de rebote, ya que Adolfo Suárez nos privó la posibilidad de efectuar un referéndum sobre la forma del estado, y la coló en la constitución, como un mero artículo más.
Y que un rey así defienda la constitución que ‘legitima’ su genética, y que proclama su inviolabilidad, así como los privilegios de la casa real, demuestra que, ante todo, defiende su estatus, el estilo de vida y privilegios de su familia. Y eso es todo, menos una conducta ética y moral. Cuanto menos, debería callarse, no ‘cachondearse y regocijarse’.
En ese mismo sentido, los piratas respetaban el código pirata; los mafiosos el código de la omertá, y los cleros defienden su respectiva biblia.
Franco, como todos los dictadores, impuso las leyes que le convenían, le consagraban y le perpetuaban y, en el caso español fueron las leyes fundamentales del movimiento (fuero del trabajo, fuero de los españoles, etc.).
Pues por eso, que Franco defendiese sus leyes, como Felipe VI hace con la constitución, lo que demuestra es que defienden su propio blindaje por encima de todo.
Y esto no lo deberíamos olvidar, ya que tenemos suficientes pruebas de ambos personajes no defendiendo a la población, tal como demostró Franco aplicando la ley de fugas, por ejemplo, o Felipe VI dando carta blanca al ‘a por ellos’ el 3 de octubre del 2017, por haber votado, o aceptando los militares con mensajes golpistas. Ya que, en realidad, el rey, como el ejército, saben que defendiendo la constitución, que les define a ellos como los garantes de la integridad territorial y del ordenamiento constitucional (art. 8), se autodefienden y autojustifican.
Es una circularidad perfecta, el rey, jefe de las fuerzas armadas, es el garante de la constitución que le blinda.
De este modo, la constitución, como las biblias, se convierten en el gran Gólem, el monstruo amorfo (creado de barro del río Vltava – Moldava-, como Adán y Eva, según la Biblia) que, descontrolado, crece sin parar hasta volverse violento e incontrolable, sembrando el pánico entre los que no los ‘adoran’ (como el golem judío contra los gentiles, es decir, los no judíos), según la leyenda de Praga, que narra las proezas de Judá Leví ben Betzalel, conocido como Rabbí Löw (rabino Loew), en la época del emperador Rodolfo II (1572-1612) que, al instalar la corte en Praga, desterró y mató a los judíos.
No hay que olvidar que originariamente, la constitución, las biblias, etc., como el golem, fueron creados para ‘defender’ a sus seguidores. El golem, para defender a los judíos del gueto de Praga de los ataques antisemitas; y sólo los santos, próximos a sus respectivos dioses, podían insuflarle vida, como Dios hizo con los primeros hombres, según el relato bíblico. Y aquí, sólo los verdaderos demócratas pueden promover la modificación de la constitución y hacer lecturas actualizadas.
‘La existencia de un golem presenta ventajas y desventajas. El golem es fuerte, pero no inteligente. Si se le ordena llevar a cabo una tarea, la llevará a cabo de un modo sistemático, lento y ejecutando las instrucciones de un modo literal, sin cuestionamiento ninguno.
Famosa en este sentido es una anécdota, según la cual, la esposa del rabino le pidió al golem que fuera ‘al río a sacar agua’ a lo que el golem accedió pero al pie de la letra: fue al río, y comenzó a sacar agua del mismo sin parar, hasta que terminó por inundar la ciudad.
Según sostiene una leyenda, la incapacidad principal del golem era la incapacidad de hablar. Además, para hacerlo funcionar había que meterle un papel con una orden por la boca u otro orificio. Otra manera de hacerlo funcionar era inscribiendo alguno de los nombres de Dios, o bien la palabra hebrea ‘Emet’ (verdad). Al borrar la primera letra de esa palabra (alef), de su frente, y quedar en ella ‘met’ (muerte), el golem podía ser desactivado y volvía a ser una masa de barro inerte.
(…)
Según la leyenda, el golem aparece cada 33 años’.
(…)
‘Decirle a alguien que es un golem, implica tratarlo de aparato, de hombre máquina, descorazonado, y decirle ‘no seas golem’ funciona como una petición para que reflexione antes de proceder al acto que esté dispuesto a realizar’
(fuente Wikipedia)
Y, obviamente, siempre salen los cortesanos serviles, que se convierten en hooligans de esos respectivos golems, de esos libros que les consagran, por lo que esas constituciones o biblias, quedan reducidas, metafóricamente, a meros artefactos autómatas, descerebrados, para controlar a los hombres masificados que, de ese modo, se conforman. Y de esos hooligans tenemos desde el rey, como hemos visto, pasando por Lesmes, Marchena, Llarena y toda la magistratura y, también los políticos sistémicos, fuerzas armadas, etc., que sostienen esa figura de barro como un ídolo, para que no dejemos de ser meros súbditos (acríticos), es decir, que no llegamos a ser ciudadanos (críticos).
Un día como hoy, 8 de enero, de 1642 murió Galileo Galilei (n. 1564) que, como todo el mundo sabe, fue perseguido por la iglesia católica, por defender su teoría heliocéntrica, y, para salvar su vida, tuvo que abjurar de su teoría (sustentada por Nicolás Copérnico (1473-1543), si bien dijo, según la leyenda, su famosa frase ‘E pur si muove’, y sin embargo se mueve; mostrando el poder de la censura inquisitorial ante los avances científicos.
El juicio contra Galileo no fue anulado hasta el año 1992, por san Juan Pablo II, tras encargar una comisión para estudiar la controversia desde los siglos XVI-XVII; pero la anulación fue un homenaje, no una rehabilitación, pues defendió la inocencia de la iglesia.
El mismo cardenal Ratzinger (más adelante papa Benedicto XVI), en aquel momento prefecto de la congregación para la doctrina de la fe (antes, santo oficio, la inquisición) escribió:
‘La iglesia der la época de Galileo se atenía más estrictamente a la razón que el propio Galileo, y tomaba en consideración también las consecuencias éticas y sociales de la doctrina galileana. Su tendencia contra Galileo fue razonable y justa, y solo por motivos de oportunismo político se legitima su revisión’ (P. Feyerabend, ‘Contra la opresión del método’, Frankfurt, 1976).
Es preciso señalar que precisamente, Roberto Francesco Romolo Bellarmino (1542-1621), sobrino del Papa Marcelo II, ascendido a cardenal, prefecto de la inquisición:
‘Defendió la fe y la doctrina católica durante y después de la Reforma protestante, por lo que fue llamado el ‘martillo de los herejes’
(…)
En 1599 dirigió el proceso de la inquisición contra Giordano Bruno (que fue encarcelado y quemado en la hoguera). Y en 1616, dirigió el primer proceso contra Galileo Galilei, exigiéndole que presentase la teoría heliocéntrica como una mera hipótesis.
(…)
Fue beatificado y canonizado por Pio XI en 1930, y declarado doctor de la iglesia en 1931’
(Wikipedia)
Es curioso destacar que el actual papa Francisco I, durante los años 2001-2013, fue nombrado, por Juan Pablo II, cardenal de la iglesia de san Roberto Belarmino.
Pues bien, como sabemos, inquisidores como Bellarmino, abundan, como he señalado: Felipe VI, Lesmes, Marchena, Llarena, Casado, Arrimadas, y todo el largo etc., que asumen el papel de martillo de los herejes independentistas catalanes, y para ello, nos lanzan su golem, su monstruo de la constitución.
Nosotros, los independentistas catalanes, cansados de tantos inquisidores, sabemos que esa constitución es descerebrada y descorazonada, pues al Emet le han quitado la ‘e’ inicial, y nos ha quedado el ‘met’ la muerte. Y si no somos resilientes y perseverantes, si no nos unimos para tener la fuerza precisa, acabaremos como Giordano Bruno o como Galileo Galilei.
Y como Galileo dijo su ‘e pur si muove’, nosotros decimos ‘lo volveremos a hacer’, confiando que no tengamos que esperar 376 años para que nos reconozcan, como le pasó a Galileo.
Pero ni en 1992 la iglesia reconoció su error, como hemos visto. Y aquí, en el sacrosanto reino de España, vemos que después de 80 años del fusilamiento del president de la Generalitat Lluís Companys i Jover (1882-1940), también siguen sin rehabilitarlo. TODO EN SU ORDEN.
Por todo eso, tenemos que independizarnos, no hay otra, y que los lacayos ‘Bellarminos’ se confiten su Golem, para mayor bicoca / chollo del ‘preparao y prepagao’ Felipe VI.
Amadeo Palliser Cifuentes