El logro de haber alcanzado el poder no siempre va acompañado con la virtud de saber gobernar. Hoy en México vivimos una realidad convulsa gracias a que las filias y fobias del Presidente se instalaron con él en Palacio Nacional.
Conforme pasa el tiempo, los límites de la autodenominada izquierda progresista, a la que López Obrador dijo pertenecer desde hace años, son cada vez menos perceptibles. La ideología se ha convertido en una especie de moda acomodaticia que suele adaptarse a las necesidades del momento, y en ello el populismo resulta una aliado útil y perverso usado por falsos profetas.
En este contexto, la moral viperina suele señalar desde el púlpito a los «otros» en contraposición del «nosotros» y derramar la bilis sobre quienes osan criticar, cuestionar o, siquiera, pensar distinto a lo que la nueva realidad «purificada» dicta. El discurso gubernamental pretende encasillar y muchas veces lo logra, con las palabras construye rejas para la libertad y pone diques al pensamiento divergente.
En el día a día el fantasma dictatorial hace su aparición cabalgando sobre la yegua de la postverdad. Las realidades personales cubren el horizonte, y, de la honda división se sirven los mismos que la provocaron; cosechan los frutos de las mentiras, los ataques y la polarización promovida de manera cruel e irresponsable.
Y en medio de todo este pantano están las mexicanas y mexicanos que trabajan, estudian y hacen lo posible por salir adelante. En un escenario que pareciera estar alejado de las guerras intestinas de los partidos y de los golpes y sombrerazos que vuelan en la política, la verdad es que los efectos de la polarización que vive México se resienten mucho más de lo que se cree en la cotidianidad de las familias.
La cosa es fácil, con tanto golpeteo la gente se ve obligada a decidir, o está en un bando o en el otro, porque es común escuchar «si no estás con nosotros, entonces estás contra nosotros». Y en esta paradoja que se alimenta de insultos, descalificaciones, burlas, memes y escándalos, la gente navega esquivando ataques a sus creencias y opiniones.
Defender la libertad es fundamental, que cada quien crea y piense en lo que quiera, que cada persona sea libre de decidir. La postverdad nos aniquila atrayéndonos con la zanahoria del individualismo, cuando lo que hace es encerrarnos en un cuarto de espejos en donde Narciso parece sentirse cómodo aunque afuera todo sea un caos.
ENTRETELONES.
Dicen que aquel que no aprende de la historia está condenado a repetirla. Si la sociedad civil de verdad busca un cambio en el país, deberá empezar por plantearse estrategias y metas distintas. Si la política actual no cambia y no parece tener intenciones de cambiar, la respuesta está en crear otro tipo de dinámica, incluso estructural, que responda a las necesidades actuales de la sociedad.