Carles Castellanos Llorens
Con la presidencia de Trump en Estados Unidos de América, proclamada el pasado 20 de enero, comienza una nueva época en la que hace irrupción el despotismo más descarnado que es este tipo de exageración totalitaria de los despropósitos, que encaja con la denominación de neronismo (según las narraciones que se han hecho de aquel cruel, arbitrario y ponzoñoso emperador de la Antigüedad).
El mundo está con el alma en vilo sólo por las banalidades que salen de la boca de este nuevo emperador desquiciado, que parece que nos acerquen a un gran cataclismo mundial, un comportamiento que nos aparece fuera de toda orientación razonable. Pero esto no es del todo preciso porque la figura de este Nerón de nuestros días (y de los otros Nerones que le están acompañando) sigue una lógica bien establecida.
La dirección que toma este Neronismo del tiempo presente es la que se desprende de la crisis generalizada del Estado capitalista, una forma de poder que, independientemente de sus denominaciones formales, no es otra cosa que el despotismo construido sobre una práctica económica y social sostenida por la ideología de un sistema, lanzado hoy a una fase obsesiva de exacción imperialista.
Las formas políticas dentro del sistema económico y político dominante ya no se pueden explicar como simples exabruptos (sobre el avance político de las derechas, de los fascismos, de los despotismos…). Este pasado enero ha empezado lo que podemos llamar, con toda razón, la época del “Neronismo” que es la última fase ideológica del Estado capitalista. La defensa de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad que permitió, a la nueva clase gestora del capital naciente, imponerse al Antiguo Régimen por medio del recurso a los derechos democráticos ya no sirve al sistema capitalista terminal que sufrimos, donde los llamados de izquierda dentro del sistema sólo perviven por medio del engaño; y los de derecha se complacen en destruir las bases mismas del sistema parlamentario que un día defendieron.
El Neronismo ha nacido, pero sus terribles contradicciones internas no permiten presagiar una vida perdurable. Nerón mismo pudo rechazar el peligro de los Partos en la frontera oriental del imperio pero los bárbaros que rondaban por todas partes derrumbaron finalmente aquella forma de dominación que parecía eterna.
Los ‘bárbaros’ de hoy somos las clases populares de cientos y cientos de naciones y pueblos ahogados por un sistema de dominación más y más depredador, más inhumano, más vertical, más corrupto y menos participativo. La exageración de ello que es el Neronismo no hace más que acelerar su fin.