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La esencia del reino español

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Estos días vemos que se está recrudeciendo la crisis política española por aflorar diferentes casos de comisionistas corruptos, en los principales partidos políticos: el PP por el caso de Alberto González Amador, pareja de Isabel Díaz Ayuso; en el PSOE por el caso Koldo García Izaguirre; el caso de Luis Manuel Rubiales Béjar, expresidente de la federación española de fútbol; etc.  Y, como sabemos, estos casos son la punta del iceberg. A continuación, analizo esta situación.

Obviamente, ser comisionista es una actividad legal, siempre y cuando las transacciones lo sean, y se mantenga la transparencia precisa.

Pero los mencionados casos del PP y PSOE, se basaban en comisiones desproporcionadas para conseguir mascarillas; y, claro, aprovechar momentos tan cruciales como la pandemia, en la que todos estábamos confinados y muchos morían, y ver que en ese momento había personas dedicadas a lucrarse desproporcionalmente y con falta de toda ética, es imperdonable. 

Y como sabemos, la historia de la ‘democracia’ española está llena de casos de corrupción, de la monarquía, de los principales partidos políticos, y de muchos de los pequeños, pues la avaricia desmesurada es una característica generalizada. 

Por eso me parece que la corrupción forma parte de la esencia española y catalana, claro.

Etimológicamente, la esencia del latín ‘essentia’, que deriva del ‘esse’ (ser), es la naturaleza, la cualidad fundamental, lo que hace que algo sea como es.

La corrupción, del verbo ‘corrompere’ significa romper algo entre dos, destruir conjuntamente su integridad.

Por eso, no debemos reducir exclusivamente la corrupción a las comisiones mencionadas, o a poner la mano en la caja; pues es corrupción, también, aplicar políticas económicas que provocan, sistemáticamente, la infrafinanciación de Catalunya.

Y es corrupción, también, inventar, tergiversar, manipular, etc., argumentos para atacar a un contrincante político, con la finalidad de destruirlo; y a esa corrupción se añade el cinismo, cuando el corrupto se presenta como el ‘salvador de las esencias’.

Y esa forma de proceder es peligrosa, ya que se extiende como la tinta del calamar, y llega a los grupúsculos más pequeños, como podemos observar fácilmente.

Estos días estoy leyendo la nueva novela de Eva Baltasar, ‘Ocàs i fascinació’ (Ocaso y fascinación), (Club Editor, 2024), una autora que me gusta, y de la que recomiendo la trilogía: ‘Permagel’ (2018), ‘Boulder’ (2020) y ‘Mamut’ (2022); todas ellas unas novelitas breves, pero potentes.

Pues bien, la actual empieza con la siguiente cita: ‘Allà és on vaig entrar: la casa de la pols’ (Allá es donde entré: la casa del polvo), del poema de Gilgamesh.

Y, al leer esa cita, pensé que, efectivamente, hace años, décadas, que estamos en la casa del polvo; polvo que, interesadamente para este escrito, entiendo, metafóricamente, como la corrupción.

Buscando información sobre la cita de Gilgamesh (Bilgameix), el quinto rey sumerio de la primera dinastía de Uruk, según una lista de reyes sumerios encontrada en Xuruppak; según esa lista, gobernó durante 126 años y que su padre fue un espíritu. Podría corresponder a un rey histórico de los años 2700 a.C.

Sus gestas heroicas inspiraron el poema épico conocido con el nombre ‘La epopeya de Gilgamesh’, compuesto en Babilonia, siglos después; y que, con los siglos, fue ampliándose, hasta llegar a las once tablillas de barro, del rey Assurbanipal (alrededor del 650 a.C.)

‘Entre las numerosas aventuras y hazañas que se relatan, sobresalen las que cumple con su compañero Enkidu, el primer mortal que se atreve a amenazar y aún atacar a un dios y recibe como castigo una muerte lenta, un descenso gradual al infierno sumerio: la Casa del Polvo.

Enkidu tiene tiempo de relatar lo que ve allí. En ese lugar en penumbra todo está cubierto de polvo, especialmente los cerrojos de las Grandes Puertas, que no se han abierto en mucho tiempo.

Lo más llamativo en ese lugar, más que la presencia de la reina del infierno, Ereshkigal, con su escriba sentado frente a ella, más llamativo aún que las coronas de reyes, que se acumulan, polvorientas, a un lado de la entrada, son las voces de esos mismos reyes, también, amontonadas y también, presumiblemente, cubiertas de polvo, pues este elemento cubre todo el lugar.

Enkidu intenta escapar de la Casa del Polvo, sin poder superar diferentes pruebas, al final, se pregunta, lamentándose: ¿Para quién trabajé entonces, para qué me esforcé tanto?

Y esa pregunta, es la primera referencia de un hombre que se plantea el sinsentido del esfuerzo humano (…)

(https://letras-uruguay.espaciolatino.com)

Esta referencia me parece muy oportuna al momento actual, ya que muchos ciudadanos, independentistas y unionistas, podemos vernos desmotivados, desmoralizados, por la situación y la mediocridad de los ‘líderes’.

Y en ese estado depresivo, muchos podemos preguntarnos como Enkidu: ¿Para quién trabajé entonces, para qué me esforcé tanto?

Una respuesta, la podemos encontrar en el siguiente poema de Antonio Machado Ruiz (1875 – 1939):

Cantares XXIX:

‘Caminante no hay camino

Caminante, son tus huellas

el camino y nada más;

caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

Al andar se hace el camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino

sino estelas en la mar.

Sé que esta respuesta a la gran pregunta de Enkidu puede ser un falso consuelo, pero me parece que es lo más que podemos tener, ya que no podemos confiar en conseguir nuestros grandes sueños.

Por eso, me parece que nuestro objetivo es actuar de forma que nuestra conciencia esté tranquila, independientemente de que sepamos que los corruptos también tengan la suya tranquila. Allá cada uno con el papel que hace.

Y, si mirando atrás, vemos que, a pesar de habernos esforzado, hemos conseguido pequeñas cosas, pequeños pasos, no debemos desmerecerlos, siempre que los hayamos dado siguiendo las ‘estelas en la mar’, es decir, que sean coherentes con el objetivo deseado, pues, la suma de nuestras pequeñas acciones, con las de nuestros compañeros, harán que la acción sea mayor y más potente.

No hay otra, pues ese esfuerzo nuestro, cotidiano, es y será nuestra esencia, que es la que debemos intentar que sea coherente.