Un proverbio árabe dice: ‘Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas’, y si Salvador Illa (155) fuese mínimamente ético, callaría, pero no, él cree que su misión de vasallo le exige ir a la rueda de lo que marca su amo y rey, como intento explicar a continuación.
Groucho Marx fue más duro, al decir: ‘Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente’, y éste es el papel del caballero de la triste figura que siempre ha sido Salvador Illa, y lo corroboró de nuevo ayer en su discurso navideño, a rebufo del efectuado por su ‘preparaO’ rey, confirmándonos que ambos son verdaderos ‘tontos útiles a su propio sistema’.
Ya comenté que Felipe VI, en su discurso de la vigilia de Navidad, volvió a sobrepasar las funciones y atribuciones que le marca su constitución, pues él no tiene ninguna prerrogativa para amonestar y pedir serenidad a los líderes democráticamente elegidos, que tienen todo el derecho para discutir y pelearse (salvo si con ello perjudican a la ciudadanía, como fue con la reciente gota fría valenciana) Bastantes problemas tiene para intentar enderezar y convertir a su casa real neofranquista, o postfranquista, en algo mínimamente democrático.
Un papel que si que le asigna la constitución es la de ‘arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones’ (art. 56), y está claro que el rey incumple con sus deberes, aceptando y normalizando que el poder judicial esté dando un golpe de estado, desacatando la ley de la amnistía. Y eso todos los partidos institucionales lo asumen, sin más, pues tienen un sentido de la lealtad que es inconstitucional.
Y en ese caldo de cultivo, el vasallo Salvador Illa, aprovechó los minutos de su breve discurso de ayer (26/12), para seguir con la línea marcada por su rey, y profundizar en la línea de la serenidad, tomando como eje la fraternidad entre las comunidades autonómicas y la esperanza en un mundo mundial al abogar por la paz en la galaxia.
Una persona sabia seguiría el mencionado proverbio árabe, y si no tuviera nada que decir, ni aportar, callaría.
Illa no tiene ninguna obligación de seguir con la rutina de esos discursos navideños, que anteriores presidentes de la Generalitat aprovechaban para reivindicar el derecho a decidir, la amnistía, etc. Pero, en el caso de Illa, desoyó a Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (1899 – 1986) que, en línea con el consejo árabe, escribió: ‘No hables a menos que puedas mejorar el silencio’.
Pero claro, esta es mi lectura equivocada, pues el represor Illa sí que tiene una importante misión: seguir anestesiando a la ciudadanía catalana, y por eso, siguió con su estrategia de gris burócrata, de fiel funcionario y servil servidor, esquivando todo tipo de temas conflictivos internos de Catalunya, y externos, con el estado, por ejemplo, recordando que la amnistía esta siendo torpedeada por el poder judicial, o la infrafinanciación.
Y esa estrategia de Illa intenta ser como la tinta de los calamares, pues, con sus discursos aburridos y amanerados, intenta esconderse y evadir sus responsabilidades, como presidente de ‘todos’ los catalanes, como presume ser.
Es evidente que, olvidándose de los problemas, no hace que desaparezcan; como tampoco desaparecerá su incumplimiento de los acuerdos con ERC, pues la financiación singular no puede enmarañarse en la singularidad de las 17 comunidades autónomas; o con la ‘rebaja’ de la deuda del fondo de liquidación autonómica, camuflada en una rebaja general.
Los independentistas catalanes no queremos la paz de los cementerios que nos quieren imponer, poniéndonos a todos en una metafórica y anodina fosa común, como están haciendo con su actual retórica vacía, aburriéndonos con su sistema ‘slow’.
Con esa estrategia del calamar, en realidad, Felipe VI, Pedro Sánchez, Salvador Illa, Jaume Collboni, etc., buscan mantener y potenciar el ‘poder blando’, es decir, para que los verdaderos poderes (económico y financiero, fundamentalmente) sigan dominando el cortijo del reino, un cortijo que, bajo el paraguas de la ideología franquista, lo avala todo y, de ese modo, el verdadero poder, el ‘poder duro’ (el militar, comandado por el rey) no se mancha las manos para que todo siga ‘atado y bien atado’.
Hoy hemos visto la película ‘Cónclave’, dirigida este año por Edward Berger, basándose en la novela homónima que escribió Robert Harris en 2016.
En esta película se muestra el poder de la curia y del colegio cardenalicio, para organizar el cónclave, tras la muerte del Papa; y en ese cónclave, se muestra la trama de luchas de poder entre las diferentes facciones, reflejándose la descreencia de esos personajes y su ambición de poder. Y en ese período, el responsable de la organización del cónclave recae en la figura del cardenal decano Thomas Lawrence (interpretado por Ralph Fiennes), que, bajo su máscara tradicionalista y de buen gestor desinteresado por el poder, en realidad no deja de ser un manipulador más, con sus ambiciones personales.
El final de la película (bueno, de la novela) no me ha gustado, pues, entre tanto fango, al final triunfa el ‘buenismo’, y eso no pasa nunca, como sabemos.
Por su parte, Sánchez intenta asumir el papel del decano mencionado, y su monaguillo Illa, el papel del cardenal Vincent Benítez, arzobispo secreto en Kabul; pero la realidad no tiene nada que ver con la ficción, por más que nos quieran confundir ambos represores.
Ya que esos papeles ‘buenistas’ que intentan reflejar Pedro Sánchez y Salvador Illa, pasa por hacernos olvidar su lado oscuro.
Illa, como todos los exresponsables de organización de los partidos políticos, que cuidan de todos los trapos sucios de su organización; sólo por eso nunca deberían poder llegar a representar el liderazgo de sus respectivos partidos.
Además, el represor Illa tiene muchas cosas negras que nunca olvidaremos, como sus manifestaciones con la derecha extrema y extrema derecha, contra el independentismo; o su petición repetida de que el 155 debía haberse aplicado antes, de forma preventiva. Otro refrán árabe dice: ‘las palabras, una vez dichas, no se olvidan’, y los independentistas nunca olvidaremos ni perdonaremos.
Y estamos cansados de tanto ‘parto de los montes’ (fábula de Esopo, s. VII a.C.), de tantas promesas de maravillas, para resultar, finalmente, el parto de un ratón (parturiunt montes, nascetur ridiculus mus: parieron los montes, nació un ridículo ratón); y tampoco nunca olvidaremos ni perdonaremos que fue culpa de ERC, que tenemos al virrey Illa y, a ese paso, lo seguiremos sufriendo muchos años, para mayor desgracia nuestra, si no nos animamos a unirnos y activarnos de forma efectiva.