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Si bien, históricamente, las actividades diplomáticas fueron consideradas como un triunfo de la civilización, ya que permitían superar los impulsos primarios de los gobernantes; ayer, el mamporrero Donald Trump y James David Vance, nos mostraron que, de ser cierta la mencionada concepción de la diplomacia como test, los EUA (y, por extensión todo el mundo occidental) hemos iniciado el declive de nuestra actual civilización, como intento explicar en el presente escrito.
Es cierto que la propia actividad diplomática (burocratizada y patrimonializada familiarmente) ha ido degenerando, de tal modo, que el mismo término se ha ido satanizando; y, cuando se aplica como adjetivo, expresa que algo o alguien es complicado, que no lo entiende ni él mismo.
En ese sentido, hay un chiste popular, machista, por cierto, que expresa muy bien esa interpretación negativa de la diplomacia:
‘¿En qué se diferencia una dama de un diplomático?, en que:
- Cuando una dama dice no, significa tal vez; cuando dice tal vez, quiere decir que sí; pero si dice que sí, es porque no es una dama.
- Con el diplomático, ocurre lo contrario: si dice que sí, en realidad está diciendo tal vez; si dice tal vez, en verdad quiere decir que no; pero si dice que no, es porque no es un buen diplomático’
Teóricamente, se considera que un buen diplomático debe ser prudente, reservado, experto en no revelar lo que no procede ser conocido; y claro, el poder de todo diplomático, está en función del poder económico / militar del estado al que representa, pues, su poder coercitivo, le da mayor o menor ‘credibilidad, prestigio y poder de convencimiento’ en todo tipo de negociaciones. Asimismo, y volviendo a la cultura popular, un diplomático ha de ser ‘un culo de hierro’ (*), aferrado a la butaca de la mesa de negociación, sea la que sea, hasta conseguir sus objetivos encomendados por el poder ejecutivo al que representa.
(*) Enrico Berlinguer (1922 – 1984), secretario general del Partido Comunista Italiano, era conocido como ‘culo di ferro’ (culo de hierro), por su capacidad innata para la negociación: pegaba el culo a la silla y no se levantaba de las reuniones, por más agotadoras que fueran, sin conseguir un acuerdo.
Pero, en la actual época (supongo que, más o menos, como en todas las precedentes y futuras) la política es decadente, amoral, carente de toda ética; y, por eso, su diplomacia se ha convertido en un arte de gestionar las mentiras, la hipocresía, opciones toleradas y aceptadas socialmente.
Fernando António Nogueira Pessoa (1888 – 1935), dijo: ‘en nuestra época, nadie confía en nadie, vivimos bajo la ley del sálvese quién pueda. Es difícil creer que la política sea el arte o la ciencia de gobernar con Paz y Justicia, o que la diplomacia sea atributo y virtud de espíritus liberados de sus defectos’.
Volviendo a Trump / Vance, ayer, ante Volodímir Zelenski, presentaron su peor cara (en realidad, la que tienen, cuando se quitan la máscara), de mala educación, prepotencia, mentiras, insultos (incluso contra Joe Biden), y todo ello, como prueba de su desconocimiento. Y eso fue impropio de los máximos representantes de los EUA, y de su función, en ese caso, de anfitriones.
Y por lo visto, los principales medios de comunicación de ese país, por ‘convicción interesada’, por temor, por pelotería hacia su ‘amo’, en definitiva, como muestra de su vasallaje, demostraron su condescendencia con su gobierno y se han apuntado a seguir insultando a Zelenski.
Y es evidente que ese tipo de políticas y diplomacias coercitivas, generan dos tipos de reacciones: la de la rendición y asunción de vasallos, o, por el contrario, endurecer las posturas y tesis, provocando una escalada de la tensión y de los conflictos.
Hay una fábula de Esopo (s. VI a. C.), que ejemplifica muy bien esta segunda situación:
‘Las dos cabras
Érase una vez dos cabras que, ansiosas por vivir en libertad, abandonaron sus respectivos rebaños y bajaron las montañas, por diferentes lados, hasta la orilla de un río.
Por una extraña coincidencia, las dos cabras se encontraron en lados distintos del río, separadas por un tronco de árbol que hacía de puente sobre el ancho del río.
El tronco era demasiado estrecho y solo lo podía pasar un animal o una persona a la vez.
Las dos cabras se miraron, y por lo testarudas y tercas que eran, decidieron avanzar por el tronco a la vez.
Al cruzar por el tronco, las dos cabras se encontraron frente a frente en la mitad del tronco. Pero ninguna de las dos quiso ceder el paso a la otra.
Y allí se quedaron horas y horas sin que ninguna retrocediera, hasta que, en un determinado momento, el tronco empezó a romperse, debido al peso de las dos cabras, y ellas acabaron cayéndose al río.’
(https://search.app/53eEqDrko9LbjWX67)
A mi modo de ver, es evidente que en la actual era de los Motosierras, la política y, en consecuencia, la diplomacia, está llevando a la ciudadanía occidental a unos niveles de estrés difícilmente imaginables y soportables; y está claro que la mayor parte de los gobernantes no aprueban el pertinente ‘test de estrés’, pues no tienen la formación ni los niveles mínimos exigibles de ética.
Obviamente, desapruebo totalmente la actitud y las formas de los mencionados Trump y Vance; y también la de la mayor parte de gobernantes de la UE, que se han limitado a rasgarse las vestiduras, pero no en exceso, para no molestar al jefe supremo, y pagar las consecuencias (y se limitan a dar ánimos a Zelenski, pero no se deciden a armarlo y apoyarlo militarmente, de forma unilateral, como requiere). Un claro ejemplo de ese ridículo, lo podemos ver en Pedro Sánchez, aparentemente muy gallito, pero evitando citar los nombres de Trump, como evita citar a Carles Puigdemont.
Y tras esa prepotencia ‘trumpista’, como ya he explicado en varias ocasiones, se esconde un acomplejamiento extremo, que, inconscientemente, intenta ‘compensar’ con sus excesos opuestos, evidenciando, más si cabe, su negatividad y prepotencia. Y confiamos que, más pronto que tarde, a las cabras Trump / Putin, les pase lo mismo que expuso Esopo en su fábula mencionada.
Pero, aún así, esa gente bruta y bestial, expresa claramente sus deseos, sin subterfugios, no esconde ni disimula sus instintos primarios y, por lo tanto, sabemos a qué atenernos.
En el polo opuesto tenemos a los políticos / diplomáticos (y personas en general), que engañan, que cuando hablan, no sabes si te dicen que suben o bajan las escaleras; y si a ese comportamiento se le añade un cierto tinte ‘opusdeístico’, mejor salir corriendo; y, desgraciadamente, tenemos muchos ejemplos así: Pedro Sánchez, Salvador Illa, Oriol Junqueras, Pere Aragonès, etc., que anteponen sus intereses personales y de partido, a los de la ciudadanía en general, a la que se deben, o deberían atender y servir.
Respecto a Pere Aragonès, anterior president de la Generalitat, anteayer (27/02) nos mostró su verdadera incapacidad, ética, intelectual y de gestión operativa, ya que, en una conferencia en la Universidad de Yale, confirmó y defendió su experiencia en desescalar conflictos secesionistas y el papel del liderazgo político en la restauración de la estabilidad.
Aragonès, en su discurso de investidura a su breve presidencia, dijo: ‘Quiero ser president de la Generalitat para culminar la independencia de Catalunya, para hacer inevitable la amnistía y para ejercer con total libertad el derecho a la autodeterminación, gobernando para toda la ciudadanía, para el país entero’.
Y eso que dijo en Yale, es una clara muestra de engaño, desfachatez, inmoralidad e incompetencia; pues, reconocer, ahora, sus virtudes desescaladoras del conflicto y de restauración de la estabilidad, es demencial, aunque no es nada nuevo, todos los independentistas hemos vivido esos esfuerzos para desactivar a los grupos, para ridiculizar las manifestaciones populares que todavía persistimos, pero que, ahora, tontamente, reconozca esa gestión suya, como un éxito, denota su total sometimiento a los poderes del estado, por temor, por convicción, por interés personal (y familiar, dados sus antecedentes) y de partido.
Por eso, es más claro un Trump que un Aragonès. Al menos, el primero no engaña.
El próximo 10 de marzo se cumplirán 30 años del fallecimiento del polifacético cantante Ovidi Montllor i Mengual (1942 – 1995); y deberíamos asumir su mensaje ético, moral, en definitiva, solidario y comprometido. Y a este respecto, me parece interesante recordar la siguiente canción del año 1972: ‘Perquè vull’ (Porque quiero), ya que nos muestra el poder que podemos tener, si queremos:
‘Perquè vull’ (Porque quiero)
Llovía aquel día,
porque quiero,
porque tengo ganas de que llueva.
Salía de casa,
porque quiero,
porque tengo ganas de salir.
Tenía yo un paraguas,
porque quiero,
porque tengo ganas de tener.
Le dije que la quería tapar,
porque quiero,
porque tengo ganas de ayudar.
Me dijo ‘encantada’,
porque quiero,
porque tengo ganas de encantar.
Se abrazó a mi,
porque quiero,
porque tengo ganas de querer.
Vivimos un mundo precioso,
porque quiero,
porque tengo ganas de hablar.
Volamos por el mundo,
porque quiero,
porque tengo ganas de volar.
Sentimos un nuevo mundo,
porque quiero,
porque no me gusta éste.
Y lo vimos mejor,
porque quiero,
porque sé que es mejor.
Comimos lo que es bueno,
porque quiero,
porque sé que se puede comer.
Vivimos con gente preciosa,
porque quiero,
porque estoy harto de la contraria.
Todo era maravilloso,
porque quiero,
porque estoy harto de ascos.
Todo era de todos,
porque quiero,
porque todo es de todos.
Y acabo la canción,
porque quiero.
Todo empieza en uno mismo.
En definitiva, si no queremos vivir pasivamente en esta actualidad que nos imponen, y que, atendiendo a otra canción de Ovidi, puede durar años, debemos querer, pero no sólo querer, si no, querer hacer, para cambiar las formas y los fondos con los que comulgamos, pues ya tenemos unas tragaderas que comulgamos con ruedas de molino, sin el menor pudor.
Así que las formas son fundamentates, tanto como el fondo, en todos los aspectos: personal, familiar, profesional, político, etc.
Sobre el particular, y para acabar, estas semanas he podido contrastar las opiniones de dos médicos oncólogos, uno, que actuó prepotentemente, como Hernán Cortés en su conquista mexicana; y la otra, una doctora, con un apellido de la ‘familia’ de Moctezuma (Montezuma, Moteuczoma, Motecuzoma, Motecuhzoma, o Motekwosoma Xocoyotsin, ésta última en la lengua náhuatl); ambos, con toda seguridad, buenos técnicos, pero la segunda (la doctora), con una amabilidad, empatía, confianza, proximidad y sensibilidad, me pareció una verdadera profesional, y me congració con el mitológico dios heroico, milagroso y educador de su pueblo amerindio.
Es decir, las formas son fundamentales en todos los órdenes, y no debemos asumirlas acríticamente, ni las de Trump y sus incondicionales, ni las de Aragonès y sus palmeros (afortunadamente, de cada vez menos).