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La ignavia de todos nosotros

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Si bien es muy difícil generalizar, a mi modo de ver, desde hace bastantes meses se observa en Catalunya, en nuestra sociedad, en nuestros políticos y, también, en nosotros mismos, una cierta pereza respecto a los temas ‘políticos’ (como si alguno no lo fuera).

Lógicamente, todos, cada uno a nuestro nivel, somos responsables de las consecuencias de esa pereza, que nos auto-justificamos de mil maneras. Ahora bien, a los que ocupan puestos de representación popular y cobran por ello, aún menos se les puede perdonar ese ‘pecado’; si les faltan ánimos, fuerzas, valentía, lo que sea, que dimitan.

Es muy humano ver la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio, como recordamos todos de las citas bíblicas (Lucas 6, 41-42); así, los votantes no nos sentimos responsables de los fracasos de los gobiernos que hemos votado; y viceversa, los gobiernos aún se consideran más irresponsables de dichos fracasos. A los éxitos les salen muchos padres.

Y en este momento, en Catalunya, se puede apreciar una gran pereza respecto a todo lo que represente el independentismo. Hoy, la ANC ha presentado el programa para la próxima Diada (11 de setiembre), compraremos las camisetas (esta vez negra) y haremos la performance mayor y más estética, y volveremos a casa satisfechos, pues ya habremos cumplido.

Y los políticos independentistas, muchos ‘desaparecidos mediáticamente’, otros mareando la perdiz, y otros divagando; y esto es grave y, como he dicho, deberían marchar a casa y dejar de cobrar un sueldo público, ni tener prebendas. Algunos siguen mereciendo nuestro respeto por lo que hicieron el 2017 y años previos; pero de cada vez son menos, a medida que disponemos de una mayor información de lo que realmente hicieron.

A todos nos falta una mayor sinceridad y transparencia, elementos básicos, si queremos actuar ética y moralmente; y los que ocupan cargos públicos, además, por deber.

Ahora, con la pretendida mesa de diálogo, se nos dice que no todas las negociaciones deben ser públicas. Esto hay falsos y supuestos gurús de la negociación que lo defienden y justifican. Todo se puede ‘justificar’. Pero, si eso es así, es, única y exclusivamente, por el interés oscurantista que tapa todo tipo de vergüenza. Todo debería ser conocido; incluso si fuera en la línea de una de las ‘joyas’ de Mariano Rajoy, que cité ayer: ‘A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión, que también es tomar una decisión’.

Decidir, aunque sea después del debido estudio, comporta el riesgo de equivocarse, esa es la gracia. Y si se da ese caso, siempre podremos explicar los motivos que nos han llevado a cometer el error de nuestra acción, manifiesto, expresión, etc. Y en ese caso, podremos valorar, desde fuera, la viabilidad de nuestros líderes políticos, y hacérselo pagar en las siguientes elecciones.

Pero, lo que es imperdonable, es que dichos líderes mantengan una notable ambigüedad, tanto en lo referente a la ruta prometida hacia la implementación de la independencia, como en otro tipo de posiciones, como hoy, en el Parlament, que la abstención de ERC, ha impedido que se siga considerando la participación telemática del exconseller, Lluís Puig, desde el exilio.

¿Se sienten así menos culpables, facilitando, la victoria de la derecha (PSC incluido)? Es esa una actitud ética y moral. A mi modo de ver, en absoluto, es una muestra de cinismo, una forma de mentir y, por lo tanto, alejada de la honestidad.

Que la abstención sea legal, no quiere decir que sea legítima.

Igualmente, en las elecciones, votar en blanco, o abstenerse. Pues, aunque tenga muchas posibles lecturas, incluso la del castigo, toda inhibición inhabilita después para criticar / participar.

Y esa postura la podemos encontrar en la base de nuestra cultura, pues ya en la Biblia: ‘Yo conozco tus obras, que ni eres frio ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero, por cuanto eres tibio, y no frio ni caliente, te vomitaré de mi boca’ (Apocalipsis 3.15)

El tibio es aquel que se comporta con indiferencia y se muestra indiferente, insensible, desapasionado, ante los hechos que le rodean.

Es verdad que la velocidad de las noticias nos insensibiliza, ahora apenas de habla de la guerra de Ucrania, salvo para explicar las consecuencias energéticas y alimentarias (egoístamente). Pero, hace cinco meses, llenaba portadas, las imágenes de los bombardeos y muertos, eran noticia; hoy ya no. Igual pasa con los que mueren ahogados en el Mediterráneo (el Open Arms Uno sigue retenido por la burocracia española, y nos es igual y no pasa nada, aunque comporte salvar menos personas), o los refugiados de Siria, las guerras de África, o, más próximos, los que duermen en la calle y piden limosna. Ya no los vemos, pues han pasado a formar parte de nuestro paisaje.

Otros ejemplos los tenemos en nuestra manifestación diaria en la avenida Meridiana de Barcelona, pues una minoría nos insultan o nos gritan ‘España’, ‘Viva Franco’, etc.; pero la mayoría ni nos ve, hemos pasado a ser invisibles, nos han integrado en su paisaje. Evidentemente, si continuásemos siendo muchos más, como años atrás, la situación sería diferente, pero nuestra rutina ha quedado desvalorizada, precisamente por los que la han abandonado.

Dante Alighieri (1265-1321), en su ‘Divina Comedia’ (1320), explicando el infierno (canto tercero), habla también del anteinfierno, en el que se castiga a los indiferentes, a los ignavos, las tristes almas que vivieron sin infamia y sin honor. Ellas son los ignavos, almas que en vida no hicieron ni el bien ni el mal por su elección de cobardía.

Entre esos ignavos están los ángeles que, al tiempo de la revuelta de Lucifer, no tomaron ni la parte de Lucifer ni la de Dios, sino que se retiraron apartándose de la revuelta. Estos condenados son echados del cielo, porque arruinarían su esplendor. Ni el infierno los quiere porque los condenados podrían vanagloriarse respecto a ellos porque ellos pudieron, en la vida, elegir por lo menos de qué lado estar (aunque sea el lado del mal).

Los ignavos, en el mundo, no dejaron ninguna fama, menospreciados, ahora son ignorados, y Dante los describe siguiendo un trapo sin valor, a modo de bandera, que se mueve sin parar. Son un grupo tan grande que Dante nunca había creído que la muerte hubiera matado a tantos.

Y, por contrapaso, son condenados eternamente a correr desnudos, atormentados por avispas, moscas y gusanos. Despreciados también por Virgilio, en su diálogo con Dante, que acepta el castigo de esas almas, porque quien no supo elegir en vida, es decir, elegir en que lado quedarse, en la muerte quedará como un paria obligado a correr detrás de una bandera que no pertenece a ningún ideal. (…) El mundo no conserva ningún recuerdo suyo y tanto la misericordia como la justicia los desprecian, dice Virgilio a Dante.

(Wikipedia)

En nuestro entorno, muchos somos ignavos, indiferentes y pusilánimes, delante de muchos temas y problemas, y por eso vivimos sin infamia, pero también, sin honor.

La ‘ignava ratio’ latina, es decir, la ‘razón perezosa’, motivada por rehuir la fatiga, el estrés, el compromiso físico o intelectual y la acción en general, o que actúa lentamente y sin entusiasmo, basándose en argumentos falaces, es, a mi modo de ver, la pandemia que tenemos los independentistas catalanes.

Es preferible reconocer a los contrarios, por sus acciones y opiniones, pues, Dante los castigaría al infierno, pero con un cierto honor, aún en su error. Es preferible ser frío o caliente, pero no tibio.

Otros, como los ángeles que se apartaron, siguiendo esa novela que nos ocupa, y que prefirieron mantenerse neutros para elegir bando al finalizar la contienda, son los peores de los ignavos. Y, de esos, también tenemos y conocemos a muchos que carecen de empatía, o que tienen miedo, o son egoístas.

Estos días veremos como se comporta ERC en el Parlament, respecto a la inhabilitación de la presidenta Laura Borràs, veremos si siguen siendo ignavos, (indolentes, flojos, cobardes). Y mucho me temo que sí, ya que la ignavia, la segnitia, como he dicho, es nuestra pandemia mortal. Si es así, los veremos correr tras un trapo sin sentido (el pacto), por los siglos de los siglos.