La inmediatez y el olvido

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

La rapidez de las noticias hace que una tape otra y, así, enterradas, vayan quedando en el olvido. Seguidamente me detengo sobre este flujo cuotidiano.

Todos queremos conocer las últimas noticias sobre temas novedosos o atípicos, especialmente si tienen algún aspecto morboso. Y la proliferación de las redes sociales potencian esa inmediatez.

Pero difícilmente nos damos cuenta del progresivo nivel de desinformación que comporta el aluvión de informaciones. Y ese proceso, no es fruto del azar, al contrario, está buscado de forma interesada, ya que muchas de las noticias son falsas o deformadas.

Es evidente que surgen ‘noticias espectaculares’ cuando interesa tapar hechos sobre los que no interesa que se profundice, o que se quiera, directamente, que la ciudadanía no se preocupe si quiera.

Estos días hemos tenido un claro ejemplo, con una noticia que ha eclipsado todas las anteriores, por importantes que fueran. Y esa ‘gran’ noticia, ha sido la sentencia del futbolista Daniel Alves da Silva, condenándole a 4,5 años de prisión por la violación de una joven.

En realidad, esa condena es importante, por lo que representa, por tratarse de una persona notoria, rica, exjugador del C.F. Barcelona, etc.; pero, que esa noticia llenase las tertulias, informativos, etc., no deja de ser una desmesura, sólo justificable por el morbo; y, también, para hacer olvidar los desastrosos resultados del PSOE, Sumar y Podemos, en las recientes elecciones gallegas. Y ese fenómeno ha comportado que todos los medios, salvo honrosas excepciones, mostrasen su verdadero interés ese tipo de prensa rosa, con la excusa de que ‘eso es lo que interesa a la gente’.

Y como nada permanece, todo cambia, como dijo el filósofo Herákleitos de Éfeso (Heráclito, 544 a.C. – 475 a.C.): ‘nadie se baña dos veces en el mismo río, porque no es el mismo río y él no es el mismo hombre’; ese fluir ha hecho que ayer saliera una nueva noticia ‘estrella’, el incendio de un edificio de dos bloques, en el barrio residencial de Campanar, de la ciudad de Valencia; edificio que quedó totalmente quemado y, de momento, con 10 fallecidos y una docena de personas desaparecidas.

Ese catastrófico incendio, con el feliz rescate de dos vecinos, retransmitido en directo, nos dejó clavados a todos delante de la televisión, como sucedió con los atentados del 11 de setiembre del 2001, contra las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York.  

Si bien Heráclito se basó en el devenir, en el fluir, y por eso nada se puede conocer, pues todo fluye; Parménides (570 a.C. – 475 a.C.) se centró en la permanencia del ser, y argumentó que nada se puede conocer porque no existe el cambio, sólo el ser, y éste no tiene partes.

Parménides consideró que el hombre tiene dos vías, la de la verdad, en la que se ocupa de lo que es, el ente; y la vía de las opiniones, de las especulaciones. Sobre el particular, en su proemio describió el viaje que hace el ‘hombre que sabe’:

‘un viaje en carro, tirado por un par de yeguas, y conducido por las Helíades. El camino por el que es conducido, alejado del camino usual de los mortales, es la ruta de la noche y el día, camino que está interrumpido por un inmenso portal de piedra, cuya guardiana es Dice. Las hijas del Sol la persuaden, y esta abre la puerta para que pase el carro.

La diosa recibe al viajero y, entre otras cosas, le dice que es necesario que conozca todas las cosas, tanto el corazón inconmovible de la verdad persuasiva como las opiniones de los mortales, porque, a pesar de que en estas no hay convicción verdadera.

Le dice que hay dos vías de indagación que se pueden pensar. La primera es nombrada de la siguiente manera: ‘que es, y también’ no puede ser que no sea y también, es preciso que no sea (…) es imposible que nada sea’. Es la vía de la persuasión, que acompaña a la verdad; mientras que la segunda es completamente inescrutable o impracticable, puesto que ‘lo que no es’ no se puede conocer ni expresar.

La diosa aparta al hombre que sabe, de la segunda vía. Inmediatamente, le habla de un tercer camino que debe dejarse de lado: aquel en el que deambulan los mortales errantes, puesto que son arrastrados por una mente vacilante, que considera que ser y no ser es lo mismo, y a la vez no es lo mismo’

(Wikipedia)

Heráclito es considerado como el ‘filósofo oscuro’, pues sus teorías eran difíciles de comprender, mientras que la idea de la permanencia parece más asequible.

Y eso nos pasa a muchos, que todo lo que nos exige un esfuerzo de lectura, de contraste y verificación, etc., lo consideramos oscuro, y lo olvidamos, pues preferimos la vía fácil, que todo nos lo den masticado y digerido, como explica la siguiente fábula sufí:

‘Fruta masticada y el aprendizaje

Cierto maestro sufí contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían por completo el sentido de la misma.

Maestro le dijo en tono desafiante uno de ellos una tarde, tú siempre que nos hablas nos cuentas los cuentos, pero no nos explicas nunca su significado más profundo.

Pido perdón por haber realizado estas acciones que dices, se disculpó el maestro, permíteme que en señal de reparación te convide con un rico durazno.

Gracias, maestro.

Quisiera agradecerte como verdaderamente te mereces, pelarte tu durazno yo mismo, ¿me permites?

Sí, muchas gracias, se sorprendió el alumno, halagado por el gentil ofrecimiento que recibía del maestro.

¿Te gustaría, mi querido alumno que, ya que tengo en mi mano el cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo a la hora de ingerirlo?

Me encantaría, pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro.

No es un abuso si yo te lo ofrezco. Sólo deseo complacerte en todo lo que buenamente esté en mi mano. Permíteme que también te lo mastique antes de dártelo.

¡No, maestro, no me gustaría que hicieras eso!, se quejó sorprendido a la vez que contrariado el discípulo.

El maestro hizo una pausa reflexiva al tiempo que interiorizaba y dijo:

Si yo les explicara el sentido de cada cuento a mis alumnos, sería como darles a comer fruta masticada’

(https://www.contarcuentos.com)

Efectivamente, si no evitamos los estímulos que nos representan un reto, este camino nos exigirá un esfuerzo, que redundará en la potenciación de nuestra agilidad mental y emocional.

Esta mañana he leído un artículo de Clara Queraltó, titulado ‘Si us agradeu, lieu-vos’ (si os gustáis, liaos’, que empieza explicando que el término desear significa esperar alguna cosa de las estrellas (de sidus-sideris, de donde viene también sideral), y explica, también que, ‘en términos filosóficos, según Lacan, el deseo es la falta. Una falta que quizás no se acaba de resolver nunca. La naturaleza del deseo, entonces, es la insatisfacción. No sé si siempre escogemos lo que deseamos, pero sé que el deseo es un motor colosal y que a veces asumir que deseamos aquello nos confronta con un yo que esperamos que no vea nunca nadie’

(elnacional.cat, 23 de febrero)

Pues bien, volviendo al tema central, si no nos dejamos despistar por las noticias más fulgurantes, y nos detenemos en las informaciones que nos puedan parecer más interesantes, con un deseo de conocer, de profundizar en las mismas, nos daremos cuenta que las estrellas nos iluminarán.

Una nota etimológica sobre la siguiente ‘familia’ de términos:

Deseo viene del latín ‘desidium’, ociosidad, deseo, libido;

Desider’ (de-sedere), permanecer sentado, detenerse.

‘Desiderare’, echar de menos, dejar de contemplar, dejar de ver, que proviene, asimismo del latín sidus-sideris (astro).

‘Considerare’, mirar los astros, contemplar, mirar conjuntamente las estrellas.

Pues bien, sería ideal que nos empeñásemos en buscar, e intentar conseguir, nuestros deseos y que considerásemos conseguirlos conjuntamente (mejor que solos), ya que, sólo compartiendo, será verdaderamente positiva su luz y superaremos la falta señalada por Lacan.

Y eso requiere, inexcusablemente, no dejarnos despistar por las ‘noticias’ que nos vayan tirando progresivamente en nuestro abrevadero particular, para que olvidemos nuestros deseos.

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