Ayer, un compañero de la piscina, lector de mis escritos, me envió la siguiente definición: ‘la caquistocracia (del griego ‘käkístos’: el peor; y ‘kratos’: gobierno) es un término utilizado en el análisis y crítica política para designar un gobierno formado por los más ineptos, los más incompetentes, los menos calificados y los más cínicos, de un grupo social’. Y, claro, me pareció muy oportuna para incluirla en el presente escrito, como comento a continuación.
Según Wikipedia, la primera referencia al término ‘kakistocracia’ fue el 9 de agosto de 1644 en St. Maries, Oxford, por el religioso Pablo Gosnold, durante un sermón:
‘Por lo tanto, no debemos tener ningún escrúpulo en orar contra tales: contra aquellos devotos incendiarios, que han buscado fuego en el cielo para incendiar su país, fingiendo ser religiosos para levantar y mantener la rebelión más perversa; contra esos de Nerón, que desgarraron el útero de la madre que los parió e hirieron los pechos que los amamantó; contra aquellos caníbales que se alimentaron de la carne y se emborracharon con la sangre de sus propios hermanos; contra aquellos de Catilina que buscan sus fines privados en el disturbio público y prendieron fuego al Reino para asar sus propios huevos; contra esas tempestades del Estado, esos espíritus inquietos quienes no pueden vivir más, además de ser pegajosos y entrometidos, quienes son picados con un afán perpetuo de cambiar e innovar, transformando nuestra antigua Jerarquía en un nuevo Prebisterio, y éste nuevamente en una renovada Independencia; y nuestra bien templada Monarquía en una loca especie de Kakistocracia. ¡Buen Señor! ¿Qué rumbos salvajes e irregulares han corrido estos hombres, desde que las riendas se han desatado sobre ellos?’
Efectivamente, la ‘kakistocracia’ me parece un término muy adecuado al contexto internacional, sólo hace falta ver a Donald Trump, a Carlos Mazón (president de la Generalitat valenciana), Alberto Núñez Feijóo (presidente del PP), etc.
Si ampliásemos el foco, para contemplar la empatía, la moral y la ética, es decir, el humanismo, esa lista sería mucho mayor, pues podríamos incluir a Benjamín Netanyahu, Vladimir Putin, etc.; en ese caso, estaríamos hablando de la ‘Kakocratia’ (del griego ‘kakós’ (malvado, malo), y del citado ‘kratos’: gobierno), el gobierno de los malvados; que es diferente de la mal adaptada ‘cacocratia’, pues para los ladrones el término adecuado es el de ‘cleptocracia’, del griego ‘kléptis’ (ladrón). Y la lista de este último grupo ya sería infinita, como todos sabemos, ya que incluiría a todos los anteriores.
Y como pasa en todas las sociedades, en la española y en la catalana, tenemos una ‘buena’ muestra de todos esos perfiles. Desgraciadamente, parece que es consustancial a la propia naturaleza humana, como si fuera una característica connatural, congénita; si bien, me parece que la causa, más bien debe ser social, fenoménica.
Y ante esta constatación, es evidente que no podemos ir en plan bonista (buenista), ya que el bonismo (buenismo) es una conducta basada en la creencia de que todos los problemas pueden resolverse mediante el diálogo.
Y eso no deja de ser una simple ingenuidad, ya que la incivilidad, la agresividad, la limpieza pública, etc., no se resuelven mediante simples diálogos, avisos y consejos; siempre se requiere una cierta coerción (multas). Y ya no digamos si el problema es de orden superior, más complejo, como puede ser la declaración de la independencia; en ese caso, los poderes del estado aplican todas sus medidas: violencia, represión, juicios farsa, prisión, etc., para matar esas esperanzas.
Por esto, me parece que el movimiento independentista catalán deberíamos estudiar el ensayo publicado en 1953, por el filósofo Isaiah Berlin (1909 – 1997), titulado ‘El erizo y el zorro’ (*), en el que diferencia entre la libertad positiva y la negativa; y divide al mundo, sobre todo a los pensadores y escritores, en dos categorías: los erizos y los zorros.
(*) basada en la fábula de Esopo ‘el zorro y el gato’
‘Entre los erizos incluyó a Platón, Lucrecio, Dante, Pascal, Hegel, Dostoievski, Nietzsche, Ibsen o Proust; mientras que entre los zorros: Herodoto, Aristóteles, Erasmo de Rotterdam, Shakespeare, Montaigne, Molière, Goethe, Pushkin, Balzac o Joyce.
La fábula cuenta que el zorro puede llegar a desarrollar complejas estrategias para atacar al erizo, día si día no, patrulla alrededor de su madriguera, para hincarle el diente. Como es tan rápida y flexible, parece que sea la que va a ganar. El erizo, al fin y al cabo, es un animal raro y poca cosa, mezcla de un ratón y un armadillo, y se mueve alrededor de su guarida, simplemente cuidándose de buscar comida y de guardar su casa.
El zorro está esperando emboscado a que pase el erizo. Éste, ajeno a todo, pasea tranquilamente y se pone a tiro de su depredador, el cual se abalanza sobre él con una rapidez inigualable, se cree el caballo ganador. Pero el erizo, que ve el peligro, simplemente se enrolla en una espiral de espinas puntiagudas que apuntan en todas direcciones.
El zorro, que se pincha la primera vez que intenta morder al erizo, se repliega al bosque humillado. Pero como se cree muy listo, planea otro ataque contra su enemigo. No se da cuenta que siempre tendrá la batalla perdida. Día tras día se repite esta batalla, y aunque pueda parecer que el zorro es muy superior, el erizo siempre gana. Tiene claro lo que es, cual es su punto fuerte, y qué es lo que sabe hacer bien.
Berlin adoptó esos dos animales, basándose en un proverbio atribuido al poeta griego Arquiloco, que dice: ‘Mientras que el zorro sabe de muchas cosas, el erizo sabe mucho de una sola cosa’.
Los erizos simplifican la complejidad del mundo y reúnen su diversidad en una única idea; los zorros, por otra parte, son incapaces de reducir el mundo a una sola idea y están constantemente moviéndose entre una inmensa variedad de ideas y de experiencias.
Por eso, los zorros tratan a los erizos con el desprecio habitual que tratan a todo el mundo, acostumbrados a conquistar todo lo que quieren.
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Efectivamente, aplicar esa distinción de manera rígida, es peligroso, por cuanto, en realidad, todos tenemos aspectos de ambos animales, pero nos puede servir para recapacitar, para evitar obviar ciertos hechos, determinados errores; para no reescribir la historia de acuerdo con nuestras necesidades; en definitiva, para dejar de ser inexactos.
Y los catalanes en general, y el colectivo independentista en particular, deberíamos analizar, asimismo, las siguientes teorías, también sobre los puercoespines:
‘Arthur Schopenhauer (1788 – 1860) escribió ‘Parerga y Paralipómena’, explica que cuando los puercoespines tienen frío, deciden reunirse todos y juntarse mucho para darse calor unos a otros. Por supuesto, la excesiva unión por parte de los animales tenía como resultado que se clavaran las espinas unos a otros, haciéndose daño.
Los puercoespines se veían en una situación comprometida, ya que por un lado tenían que elegir entre enfrentarse al frío o a las espinas de sus propios congéneres. La necesidad de calor los llevó a tomar una solución intermedia: seguirían reuniéndose, por necesidad biológica, pero procurando mantener una distancia de seguridad mínima, para evitar hacerse daño unos a otros. Así conseguir satisfacer su necesidad de calor y al mismo tiempo conseguían salvarse de las espinas.
No hay que pensar mucho para darse cuenta de que en la historia de Schopenhauer, los humanos son los puercoespines. El miedo a la soledad, el miedo al yo y a la individualidad, el sentimiento gregario, o simplemente porque como señaló Aristóteles, el hombre es un animal político – es decir, social-, nos lleva a reunirnos en comunidades. Pero hay algo en forma de espina -ya sea el egoísmo, el odio, etc.- que lleva a que, si nos acercamos demasiado, los seres humanos nos hacemos daño unos a otros. Por eso, la sociedad, siguiendo unas convenciones, establece una distancia mínima entre los seres humanos. Esta distancia mínima, es la de los buenos modales, el saber estar y la cortesía. De no existir, nos pincharíamos unos a otros, y la convivencia sería insoportable.
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En definitiva, que la convivencia no es fácil, nunca lo es, pues requiere renuncias.
Y, en concreto, los diferentes partidos autodenominados independentistas, deberían ser los primeros a efectuar ciertas renuncias, ya que ERC, Junts, la Cup y AC (Aliança Catalana) es evidente que no pueden acercarse mucho, sin dañarse por sus propias espinas. Pero todos deberían tener la inteligencia precisa para unirse, salvando la distancia de respeto sin dañarse, y garantizar el calor colectivo, es decir, la fuerza necesaria para enfrentarnos al kakistocrático, kakocrático y cleptocrático estado español, con mayor éxito.
Y eso requiere, asimismo, que cada partido, y todos nosotros, nos inmunicemos de nuestros propios virus, es decir, que expurguen a sus propios zorros y expurguemos determinadas conductas nuestras como las de esos animales, y eliminemos la kakistocracia que nos invade; sólo así podremos salir victoriosos.