CIUDAD DE GAZA, Franja de Gaza (AP) — Gritos y escombros envolvieron a Umm Majed al-Rayyes cuando varias explosiones la tiraron de su cama en la Ciudad de Gaza. A tientas en la oscuridad, la mujer de 50 años logró tomar a sus cuatro hijos y correr mientras las bombas israelíes hacían blanco el miércoles en el edificio donde se hallaba su apartamento, volando las ventanas en pedazos, convirtiendo las puertas en astillas y levantando el concreto.
Al tiempo que esta semana se acumularon los muertos por el estallido de violencia más fuerte entre Israel y la Franja de Gaza desde la guerra de 2014, la población palestina en la línea de fuego enfrenta una pregunta demasiado familiar: ¿a dónde ir?
“Todo este territorio es un lugar diminuto. Es una prisión. En cualquier lugar uno es un blanco de ataques”, dijo al-Rayyes en una entrevista telefónica desde la casa de un vecino, donde ella acudió en busca de refugio junto con sus hijos e hijas adolescentes y un par de bolsas con ropa luego del bombardeo israelí que, aseguró, llegó sin aviso.
En la Franja de Gaza, un atiborrado enclave costero de dos millones de personas, no hay sirenas que adviertan de ataques aéreos ni zonas de resguardo. Los refugios temporales de Naciones Unidas han estado bajo ataque en años anteriores del conflicto. En el último par de días, los bombardeos israelíes derribaron tres torres enormes que albergaban oficinas importantes de Hamas y algunos negocios después de que las fuerzas militares de Israel lanzaron ataques de advertencia, lo que dio tiempo a que fueras desalojados.
Los aviones de combate también dispararon sin aviso contra varios edificios residenciales en vecindarios aglomerados donde Israel asegura que vivían milicianos. En total, más de 83 palestinos han perdido la vida en la Franja de Gaza desde el lunes, entre ellos 17 niños. Entre los fallecidos se encuentran tanto combatientes como civiles, incluso al menos dos mujeres y niños que murieron durante el bombardeo contra edificios de apartamentos.
En un hospital de Ciudad de Gaza, familias consternadas relataban cómo sacaron a parientes ensangrentados de entre pilas de escombros. Una mujer dijo que su nieto de cuatro años y una nuera embarazada murieron por un ataque aéreo israelí el miércoles contra el edificio de dos pisos en el que vivían.
“Ellos nos bombardearon si ninguna advertencia. En la casa sólo había niños”, lamentó Umm Mohammad al-Telbani en la morgue del hospital.
Desde hace mucho tiempo, el gobierno de Israel ha acusado a Hamas de usar civiles como escudos humanos ante los ataques de represalia. Los milicianos con frecuencia lanzan misiles desde zonas civiles y montan centros de comando dentro de edificios residenciales. Aun así, Israel fue criticado duramente por su táctica de bombardear edificios durante la guerra con Hamas en 2014.
Al traer a la memoria el horror de guerras anteriores, los residentes de la Franja dicen sentir que ningún lugar es seguro. Tampoco pueden abandonar el territorio estrecho, uno de los lugares de mayor densidad de población en el mundo. Ha estado bajo un bloqueo devastador de Israel y Egipto desde que Hamas tomó el control del territorio en 2007. A lo largo de sus fronteras, la Franja de Gaza está rodeada por vallas llenas de sensores, muros de concreto, barreras de acero galvanizado y el Mar Mediterráneo, donde las autoridades de Israel prohíben que las embarcaciones de Gaza naveguen más allá de 16 millas náuticas de distancia de las costas.
“No hay a dónde huir, no hay dónde ocultarse”, afirmó Zeyad Khattab, un farmacéutico de 44 años en Ciudad de Gaza y quien huyó de la casa familiar en la que creció en el distrito Deir al-Balah, en el centro de Gaza, junto con decenas de parientes cuando las bombas cayeron en el edificio residencial de varias plantas. “Es imposible describir ese horror”.
Cuando Hamas y otros grupos extremistas lanzaron cientos de misiles hacia ciudades de Israel, entre ellas Tel Aviv, matando al menos a siete israelíes, aumentó la preocupación de que los hechos de violencia más recientes pudieran generar un conflicto extendido.
El ataque de Hamas hizo que cientos de miles de israelíes huyeran a refugios antibombas en todo el país. Los cohetes cayeron en numerosos blancos civiles, incluso un autobús y una escuela en la ciudad de Ascalón que se hallaba vacía debido a que las autoridades habían ordenado el cierre de todas las escuelas.
Entre quienes murieron por el fuego indiscriminado en centros de población israelí se hallaban tres mujeres y dos niños, propagando el miedo en ambos lados de la frontera.
“Siempre existe este trasfondo de ansiedad, pero esta vez es distinto”, afirmó Khattab. Los ataques aéreos sacudieron muros y ventanas del edificio donde se encuentra su apartamento durante las guerras devastadoras de 2008 y 2014, pero el edificio, en el que viven cerca de 400 personas, se vino abajo el miércoles.
En cualquier otro año, los palestinos se habrían amontonado esta semana en las calles polvosas de la Ciudad de Gaza antes del feriado Eid al-Fitr, uno de los festivales más grandes y alegres del calendario musulmán que marca el fin del mes sagrado de ayudo del ramadán. Los mercados habrían tenido mucha actividad, con compradores abasteciéndose de ropa nueva y alimentos para los banquetes. Los restaurantes frente a la playa habrían estado llenos de familias. Las peluquerías, llenas de hombres cortándose el cabello.
En vez de eso, los negocios permanecieron cerrados y las calles de la ciudad lucieron lúgubremente vacías. Casi no hay tráfico, a excepción de las ambulancias y vehículos de seguridad de Hamas. Las bombas estallan a la distancia. Nubes de humo negro salen de edificios bombardeados. Los residentes caminan entre tiendas reducidas a escombros y cables de electricidad derribados, inspeccionando los daños más recientes en una ciudad que ya mostraba cicatrices de los enfrentamientos intensos.
“Es el mismo ambiente de 2014”, subrayó Saud Abu Ramadan, un periodista independiente en Ciudad de Gaza, en referencia a la guerra sangrienta de siete semanas que mató a más de 2.000 palestinos, entre ellos cientos de civiles, y causó una destrucción masiva de la infraestructura de Gaza. “Los aviones de guerra sobrevuelan y la gente sólo trata de permanecer con la cabeza agachada”.
El caos de esta semana surgió de choques en el lugar más delicado en Jerusalén, el complejo venerado donde se encuentra la mezquita de Al Aqsa y el emblemático santuario del Domo de la Roca. Por mucho tiempo, los analistas han señalado que las tensiones encendidas en el complejo, considerado sagrado tanto por musulmanes como judíos, son el acelerante más peligroso en el conflicto entre israelíes y palestinos.
Grupos combatientes islámicos se aprovecharon de la violencia en Al Aqsa para lanzar una lluvia de misiles hacia Israel. En ocasiones, el bombardeo rebasó la defensa antimisiles israelí e hizo sonar las sirenas de alerta de ataques aéreos al tiempo que las explosiones hacían eco por todo Tel Aviv, la región metropolitana más grande de Israel, y otras áreas.
El lunes, la primera noche del combate, los adolescentes en Ciudad de Gaza treparon a los techos, autos y andamios para tener una mejor vista de los misiles que iluminaban el cielo y se dirigían a ciudades de Israel en una sucesión rápida. Algunos lanzaron gritos de júbilo, como si fuera una boda. Los gritos de “¡Dios es grande!” estallaban entre la multitud.
“La gente aquí ha estado furiosa”, explicó Adnan Abu Amer, un experto en Ciencias Políticas de la Universidad al-Ummah, en Ciudad de Gaza. “Se enorgullecen y sienten felices al ver que Hamas defiende la santidad de Al Aqsa y Jerusalén”.
Sin embargo, con el paso de la indignación, llega la angustia de saber los estragos del conflicto.
“Hay mucho dolor, pero gracias a Dios los niños ya han sorteado esto antes y son fuertes”, aseveró al-Rayyes, que huyó de su apartamento en ruinas en Ciudad de Gaza. La mujer, sin embargo, se corrigió: “ellos simulan ser fuertes”.
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DeBre reportó desde Dubái, Emiratos Árabes Unidos