Si bien algunas de las personas que ocupan actualmente asientos dentro del Consejo General del Instituto Nacional Electoral (INE) no son el mejor ejemplo de responsabilidad, rectitud e imparcialidad, la defensa irrestricta de esa institución sí es una misión que corresponde a todas y todos los mexicanos.
¿Por qué?, porque desde hace décadas, distintas generaciones de ciudadanos han empujado, no con pocos desafíos y sobresaltos, la defensa irrestricta de la Democracia, la Libertad y el Estado de Derecho. Existe una cadena compuesta por millones de mujeres y hombres que han participado a lo largo de los años en marchas, debates, protestas, exigencias y demás presiones ante el autoritarismo, que finalmente desembocaron en la existencia primero del IFE y, después, del INE.
El Instituto Nacional Electoral hoy está bajo asedio por las constantes reducciones presupuestales que debilitan su operatividad y que, además, ponen en riesgo el objetivo de su génesis: proteger el voto de los mexicanos, promover los canales de participación ciudadana, y fomentar y proteger que las personas puedan elegir libremente a sus representantes.
El INE como institución es un bien preciado para la cultura democrática del país, es resultado del combate a oscuros fantasmas dictatoriales que resurgen hoy nuevamente disfrazados de algo que al oficialismo le ha dado por denominar humanismo mexicano.
Bajo el falso debate de los altos costos que representa para el erario una institución como la que dirige Lorenzo Córdova, se ha desatado una peligrosa confrontación en la que se tambalean ideales democráticos que pueden tener consecuencias inimaginables para los próximos años.
En la retahíla de culpar a todo lo que no encaje dentro del programa de la cuatroté, se busca desmoronar a, nada más y nada menos, que el árbitro electoral. A partir de ello, pregúntese usted quién cree que ganará con debilitar al INE. Le doy una pista: los mismos que usan los padrones gubernamentales con tintes electorales y que están haciendo hasta lo imposible para perpetuarse en la silla.
La ola guinda y su perorata adornada con palabras tales como: traidores, vendepatrias, rateros, saqueadores, neoliberales, explotadores, caciques, y un largo etcétera de términos para referirse a los de la acera de enfrente, ha creado una zanja en el corazón de la patria.
Desde hace tiempo ya no hay unidad social, ya no somos todos “el pueblo de México”; en su lugar hay por mandato gubernamental un juego retórico, el de los unos contra los otros, de los de aquí contra los de allá, de los que creen en esto pero aborrecen lo otro… de los que no están conmigo y que entonces están con ellos.
A dónde vamos a parar.