Buscar

Los constructores de ruinas

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Hace unos días, leyendo la tercera obra de Carlota Gurt, ‘Biografía del foc’ (del fuego) (Editorial Proa, setiembre 2023), encontré una explicación que me pareció genial; en el segundo cuento, una niña pregunta a su padre, arquitecto, ‘¿qué hace un arquitecto?’, y el padre le contesta: ‘Es una persona que construye las ruinas del futuro’; la hija le contesta que las ruinas no se construyen, y el padre, le responde nuevamente: ‘Si no se construyen, ¿se puede saber de donde salen?’.

Buscando sobre esa imagen del ‘constructor de ruinas’, he encontrado que Herbert Rosendorfer (1934 – 2012) publicó una novela con ese título: ‘El constructor de ruinas’ (editorial Acantilado, 2007) en la que se relata un viaje en tren de un personaje, rodeado de 600 monjas que van de peregrinación a Lourdes, y en ese viaje se entrecruzan ambientes alocados con encuentros con Federico el Grande, Fausto, Don Juan, etc.

Pero la imagen del ‘arquitecto como constructor de ruinas’, que me parece genial, es de mi excompañera de estudios, la autora citada, y que yo reutilizo en el presente escrito, pues, por lo que respecta a la situación política española y catalana, me parece que la mayoría de los políticos son, precisamente, ‘constructores de ruinas’, pero no futuras, sino que ya lo son en el presente, y así nos va, de chapuza en chapuza, ya que actúan primando su postureo primario e instintivo.

Un buen ejemplo de ese postureo lo hemos tenido ayer y hoy en el congreso de los diputados (con la investidura fallida de Alberto Núñez Feijóo, del PP), y en el parlament de Catalunya (con el discurso de política general, por parte de Pere Aragonès, de ERC); pues, en ambos casos, se han cumplido las expectativas sabidas: meros trámites, sin novedades, más de lo mismo, es decir, el vacío, la vacuidad propia del teatro del absurdo (que resaltaba la incoherencia, el disparate y la ilógica).

La mayoría de los actuales políticos, son solipsistas, es decir, que tienen interiorizado el solipsismo, la doctrina filosófica que defiende que el sujeto no puede afirmar nada ajeno a su ser; es una forma extrema de subjetivismo, que afirma y valora sus sensaciones, pensamientos y acciones, despreciando las sensaciones, pensamientos y acciones ajenas. Para ellos, el realismo no tiene valor, sino es comprensible y aprehendido por su yo.

El solipsismo fue descrito por el filósofo Ludwig Josef Johann Wittgenstein (1889 – 1951), en su ‘Tractatus logico-philosophicus’ (1921), en el que expuso que el lenguaje es imperfecto, ya que permite afirmaciones contra la lógica, por ello aconsejaba profundizar en la intuición; más tarde, en su obra ‘Investigaciones filosóficas’ (1953) afirmó el uso pragmático del lenguaje, atendiendo al propio lenguaje y a su contexto.

Pero, claro, los políticos solipsistas están rodeados de un coro de aduladores y medios de comunicación afines, que, cerrando la cuadratura del círculo, les confirman y ratifican la excelencia de sus mensajes; y, así, esos personajes, en su contexto, siguen con su enfoque vinculado a la exaltación de su yo, pues consideran que la verdad absoluta no existe o no vale la pena, salvo la suya, claro.

Así, estos días hemos tenido varios ejemplos de ese solipsismo:

Congreso de diputados:

Alberto Núñez Feijóo efectuando un planteamiento crítico del gobierno de Pedro Sánchez, en lugar de hacer un planteamiento de candidato a presidir el gobierno. Y el summum de la incoherencia y mala fe de Feijóo, fue la repetición de que la posible futura amnistía no es moral. Se entiende que diga que políticamente no es correcta, que es discutible que los jueces (es decir, los inquisidores) la acepten (cuando su función es aplicar las leyes, nada más, todo exceso es prevaricar); pero, considerar que no es moral, es mostrar un desconocimiento, una incultura, que debería incapacitarle para todo cargo público.

Como escribe Antoni Bassas en su columna diaria en el Ara de hoy (27 de setiembre), titulada ‘Una amnistía contra el rey’:

‘Feijóo manifestó que la amnistía sería contra la igualdad de todos los españoles, contra la separación de poderes, contra la policía y la guardia civil, contra las cortes y, atención, contra el rey y su discurso del 3 de octubre del 2017. Feijóo puso al rey en su propia columna de activos, en una afirmación que no se coloca por casualidad en un discurso de investidura, haciendo un uso alarmista de la corona’

Allá se las compongan, nos importa un bledo el uso y desuso de su corona. Pero es verdad, la amnistía descalificaría a todos los poderes: ejecutivo, legislativo, judicial y, claro, a toda la cúpula celestial; por eso su aversión.

Otro ejemplo, Feijóo propuso la inclusión de un nuevo delito, el de ‘deslealtad institucional’, para suplir el de la eliminada ‘sedición’; y ese sería otro campo de minas, pues los jueces, con sus puñetas (físicas y mentales), tendrían las manos libres para valorar esa ‘deslealtad’, ya que, por más tasada y detallada que fuera, los inquisidores siempre encontrarían recursos y subterfugios, como sabemos; y esa actuación judicial sí que es inmoral, en muchos casos, la experiencia nos lo ha mostrado repetidamente. Y, claro, en el supuesto de que ganase un día Feijóo y aplicase esa nueva figura delictiva, los primeros a ser inculpados debería ser el propio PP, ya que impedir la renovación del poder judicial es la máxima deslealtad institucional.

Otra muestra de esos fuegos de artificios lo vimos ayer, protagonizada por el fatuo (*) Pedro Sánchez, que realizó una mera táctica de tahúr del Mississippí, al no efectuar la réplica, dejándola a un diputado de base del PSOE, Óscar Puente, exalcalde de Valladolid, despojado de su cargo el pasado mes de mayo, por un pacto entre el PP y Vox. Por eso, se dirigió a Feijóo, diciéndole: ‘de vencedor a vencedor’.

(*) ‘lleno de presunción o vanidad infundada y ridícula’, según el diccionario de la RAE.

Pedro Sánchez, con esa táctica, evitó responder a Feijóo, ninguneándole. Con toda seguridad, los asesores de la Moncloa le habrán aconsejado que era preferible, y que guardar hasta el último segundo el secreto de quién respondería a Feijóo, sería una impactante táctica. A mi modo de ver, fue una táctica propia del juego del mentiroso, el guiñote, la canasta, etc. de la baraja de naipes.

Efectivamente, fue impactante ver que bajase Óscar Puente del gallinero del hemiciclo, para hacer la réplica a Feijóo, y, claro, oír los gritos de los diputados de PP y Vox, vociferando ‘cobarde’ a Pedro Sánchez.

Pero esa táctica de Sánchez tiene el éxito de los vuelos gallináceos, pues es meramente puntual. La imagen que quedará es su deslealtad institucional (no como delito, si no como falta de respeto).

Es sabido que la consecución de todo objetivo requiere la planificación de una estrategia; y esta estrategia debe estar formada por acciones, por hechos, y eso son las acciones. Las tácticas dependen de la estrategia, no son aconsejables las tácticas sin estrategia; ni estrategias que no tengan diferentes tácticas. La diferencia entre estrategia y táctica es fundamental.

Pues bien, la citada táctica de Sánchez, por si sola, es una inutilidad que se le puede girar en contra a corto o medio plazo.

Y pensar que esa táctica está comprendida en una estrategia, como puede ser el desgaste y el desprecio del candidato Feijóo, o evitar el propio desgaste de Sánchez, es, simplemente infantil e impropio de una democracia parlamentaria, como lo fue que Sánchez se pasase la mayor parte del tiempo de las exposiciones de Feijóo, mirando su teléfono móvil, un ‘gran ejemplo’.

Parlament de Catalunya:

Y, aquí en Catalunya, Pere Aragonès haciendo más de portavoz de ERC, vanagloriándose de los, según él, previsibles éxitos de la ‘ya conseguida amnistía’, en lugar de hacer un discurso propio de un presidente de la Generalitat.

Es cierto que los medios de comunicación se limitan a resaltar los aspectos más llamativos de todos los discursos, y en todos ellos no han faltado referencias a temas más propios a la gobernabilidad. Pero, lo que queda, es lo que la ciudadanía lee y ve, pues pocos tienen el tiempo y el humor para oír y ver todos los discursos íntegramente.

Todos conocemos el sistema hidrostático (estática de los fluidos) de los vasos comunicantes, compuesto por dos o más depósitos, con un fluido, y unidos por unos tubos por debajo del nivel de los fluidos en cuestión.

Y así, vimos que la coincidencia de estos dos días, entre las dos actividades parlamentarias señaladas, nos presentó, precisamente, ese fenómeno comunicante, ya que hemos visto que el tema de la amnistía ha sido el eje dominante en ambas cámaras; y eso da relevancia a la centralidad que tiene el conflicto entre España y Catalunya.

Pero los independentistas no debemos conformarnos con esa relevancia, el 1 de octubre del 2017 no votamos para conseguir la amnistía y quedarnos como estábamos. Votamos por la independencia, ese es nuestro objetivo, claro. Un objetivo común a todos los partidos independentistas. Pero esos partidos discrepan en la estrategia, como desgraciadamente vemos. Y así, las diferentes acciones que vamos haciendo (como, por ejemplo, nuestra concentración diaria en la avenida Meridiana de Barcelona), al no formar parte de ninguna estrategia conocida, no tienen más que el valor simbólico. Valor que es importante, como referencia, manifestación de la constancia, perseverancia y memoria; pero que carecen de la eficacia precisa.

Esta mañana, una amiga me ha enviado un WhatsApp con el meme: ‘La vida es demasiado corta para distraernos en aquello que no suma’. Pues bien, debemos centrarnos, saber lo que es importante, establecer las estrategias y sus tácticas, para conseguir el objetivo deseado. No tenemos tiempo que perder. No debemos construir ruinas presentes ni futuras, debemos construir y conformar una forma de vida que nos llene personalmente, y que podamos legar a nuestros nietos.