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Tras comentar los grupos sociales correspondientes a los independentistas indignados, los unionistas inconscientes, y los pragmáticos, ahora, para tener completa la fotografía de la sociología catalana, únicamente me queda por analizar el grupo de los catalanes pasotas; un grupo cuantiosamente muy relevante, ya que el pasotismo es la gran pandemia actual y es transversal.
Ese fenómeno no es actual, pues era observable en todos los tiempos, por lo que parece que es consubstancial con la naturaleza humana. Como ejemplo, es preciso recordar la siguiente cita:
‘Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio te vomitaré de mi boca’ (Apocalipsis 3: 15-17), referido a los que decían ‘soy rico, estoy lleno de bienes y no me falta nada’ (mismo libro 3:17)
Según el diccionario de la RAE, el pasota es una persona ‘indiferente ante las cuestiones que importan o se debaten en la vida social’; el término, de origen cheli, para ‘denominar peyorativamente a individuos que se situaban deliberadamente tanto al margen del orden social establecido como de los movimientos contraculturales y de la lucha política del momento. Socialmente se atribuye a la figura del pasota la frase ‘yo paso’, para indicar que cierto tema le es indiferente’ (Wikipedia)
Todos conocemos a muchas personas, familiares y amistades, que, decepcionadas por los políticos independentistas actuales, se declaran pasotas respecto al movimiento independentista. Pero, también, hay pasotas entre los unionistas, claro; si bien, éstos, cansados por los años de conflicto entre los independentistas de lo que consideran SU España, indivisible e indiscutible.
Me parece ilustradora la siguiente fábula:
‘La tortuga Todovabien
Esta es la historia de una tortuga, la tortuga Todovabien, que vivía en una isla del Pacífico. La tortuga Todovabien tenía su rutina, paseaba por diferentes partes de la isla en busca de los higos chumbos más sabrosos, siempre con la cabeza agachada y permanecía ajena a todo lo que sucedía en la isla, cada vez que alguien le preguntaba algo, ella canturreaba ‘todo va bien mientras haya algo que comer’.
El resto de los animales de la isla, la invitaban a disfrutar de la vida social de la isla, pero ella solo tenía en mente buscar higos chumbos para comer.
Un día, algo alteró la armonía y la tranquilidad de la isla, unos cerdos llegaron a la isla y fueron acabando con toda la vegetación, menos con los higos chumbos, pues tenían unos pinchos que les impedía echarles el diente. Después de la vegetación comenzaron con los animales. Algunos de ellos pidieron a la tortuga que les permitiera refugiarse en su caparazón, ya que era grande y duro y podía protegerlos de los depredadores. La respuesta de Todovabien fue la misma de todos los días: ‘todo va bien mientras haya algo que comer’.
Al cabo del tiempo, en la isla solo quedaban cerdos, higos chumbos y la tortuga Todovabien.
Tras un temporal llegó a la isla un náufrago sediento y hambriento, estaba desesperado por llevarse algo a la boca. Con tan buena suerte, se cruzó con la tortuga y escuchó su cancioncilla ‘todo va bien mientras haya algo que comer’. En ese mismo instante se cruzaron sus miradas, era la primera vez que Todovabien levantaba la cabeza del suelo.
A partir de ese instante la vida de la tortuga y del náufrago cambió por completo. ¿En qué medida? No os lo voy a desvelar’
No es difícil interpretar que los pasotas, actuando como la mencionada tortuga Todovabien, no se socializan, ni tienen empatía con los otros; pero eso no les salvará de su final, pues acabarán en la cazuela del ‘café para todos, pero, para los catalanes, menos’.
Me parece interesante resaltar que el pasotismo no deja de ser sumisión al statu quo; pues actúa como el abstencionista que tanto le da ‘ocho que ochenta’, pero que, finalmente, seguirá bailando, sumiso, al ritmo que le marque el poder de cada momento, y, aún así, seguirán sin cuestionarse nada.
También es preciso señalar que el pasotismo abunda, preferentemente, entre la gente joven; y, en gran parte, por incultura y falta de compromiso. Carecen de la cultura histórica, pues desconocen, incluso, quién fue el dictador y asesino Francisco Franco (1892 – 1975), y eso lo vemos frecuentemente los manifestantes de la avenida Meridiana, pues es habitual que críos nos griten ‘viva España’, ‘viva Franco’, y otras tonterías similares. Y eso dice mucho de nuestras instituciones y de nosotros, como padres, a nivel general, por no haber hecho la precisa pedagogía. Afortunadamente, también hay muchos jóvenes bien informados, aunque, desafortunadamente, en este momento, sin interés ni motivaciones sociales (si bien hasta el referéndum del 2017, e incluso durante todo el mes de octubre de ese año, estuvieron, mayoritariamente involucrados y motivados)
Y si ya no saben nada del franquismo, menos saben de hechos como el golpe de estado del 23 de febrero de 1981 (del teniente coronel Antonio Tejero, en primera instancia y el rey Juan Carlos I en la última). Golpe del que hoy, precisamente, se cumplen 42 años.
Los políticos nos vendieron que fue un golpe fallido, pero la realidad fue muy otra, ya que un año después, el PSOE de Felipe González implantó la LOAPA (la ley orgánica de armonización del proceso autonómico), que comportó un importante recorte de la libertad en general y, especialmente, de las leyes de educación autonómicas.
En ese mismo sentido, todos los partidos políticos españolistas, unionistas, consideran que el referéndum del 2017 fue un ‘acto fallido’, pero todos sabemos que, desde ese momento, aplican una represión desmedida; y, aunque los pasotas (independentistas o españolistas) ‘pasen’, es evidente que también se les aplica la represión y todo tipo de castigo, por la infrafinanciación, la merma de las libertades, etc.
El psiquiatra Sigmund Freud (1856 – 1939) consideró que los actos fallidos son actuaciones anómalas de los sujetos, que dejan entrever motivaciones inconscientes que, con una conducta sin esos errores, no serían evidentes y quedarían reprimidos. Son actos involuntarios, como los ‘lapsus linguae’, que enmascaran deseos inconscientes.
Siguiendo con esa línea argumental, y haciendo un salto en el vacío sin red, me parece que los actos, voluntarios (esos sí), de los poderes del estado español, también reflejan su real interés y voluntad (también conscientes, aunque no los expliciten abiertamente), de que nos quieren eliminar como sujetos políticos y, si pudieran, físicamente, como expresó en 1968 el infumable Santiago Bernabeu (1895 – 1978): ‘Me gusta Catalunya a pesar de los catalanes’, o, como dijo Magí Camps, ‘les gustan más los catalanes muertos que los vivos’ y también el impresentable Albert Boadella, que, en febrero del 2022, a la pregunta ¿En qué país le gustaría vivir?, respondió ‘En Catalunya sin catalanes’.
Y ese pensamiento ya viene de lejos, pues Francisco de Quevedo (1580 – 1645) ya escribió en 1640 que ‘los catalanes son un aborto monstruoso de la política’, y consideró que la Guerra dels Segadors no era ni por el güevo ni por el fuero’; y el presidente del gobierno español, Francisco Silvela (1843 – 1905), en el pleno del congreso del 20 de febrero de 1900 consideró que ‘el catalanismo es una enfermedad nerviosa’. Y Gonzalo Queipo de Llano (1875 – 1951) manifestó su deseo de ‘convertir Madrid en un vergel, Bilbao en una gran fábrica y Barcelona en un inmenso solar’. Y José Artero Pérez (1890 – 1961), en una misa en la catedral de Salamanca, dijo: ‘¡Perros catalanes! No sois dignos del sol que os alumbra’, frase repetida por Wenceslao González Oliveros (1890 – 1965), gobernador de Barcelona entre 1939 y 1940.
Y, como vemos, los distintos gobiernos españoles siguen aplicando esa máxima de Queipo de Llano; y, claro, lo pagamos y sufrimos todos, también los catalanes que se consideran unionistas, pragmáticos o pasotas. Aunque todos estos no lo quieran ver ni reconocer; y por eso, no les sabe mal el pensamiento que dijo Manuel Fraga Iribarne (1922 – 2012), en 1968: ‘ocuparemos Catalunya tantas veces como sea preciso’, les parece bien y por eso callaron ante la violencia que nos aplicaron el 1 de octubre del 2017, y la represión que nos siguen aplicando, como expresó claramente José Ignacio Wert, en 2012: ‘españolizar a los alumnos catalanes’.
Como se puede ver, ante ese pensamiento españolista imperante, poner la cabeza bajo el ala, como los avestruces, y aceptar todo eso como un ‘mal menor’, como ‘el pago preciso’, etc., no lo puede justificar ni un pragmatismo radical ni un españolismo visceral, ni, tampoco el pasotismo descerebrado.
Y muchísimo menos lo pueden tolerar ni toleran los independentistas desmotivados, pero, aún siendo conscientes de esa cruda injusticia, consideran preferible quedarse en el sofá de su casa, a la espera de que lleguen tiempos mejores para manifestarse; y eso no es más que mostrarse sumisos al statu quo y darle cuerda y combustible para que la maquinaria represora siga funcionando.
En definitiva, que, a mi modo de ver, sólo hay una opción ética y moral, la del independentista cabreado, insumiso, disconforme, que muestra su disgusto, aunque sea con pequeñas manifestaciones que el sistema considera irrelevantes.
Pero sabemos que no lo son, como observamos por las respuestas críticas de los partidos españolistas en el ayuntamiento de Barcelona y de los medios de comunicación subvencionados y/o españolistas.
Ya lo escribió Miguel de Cervantes (1547 – 1616) en su Quijote: ‘Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos’.