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Los pseudologos españoles y el elefante que perdió el anillo de boda.

“Mafalda: ¡¡¡Paren el mundo, que me quiero bajar!!! “(Quino, Joaquín Salvador Lavado)

Pasear por Barcelona, ver el mercado de la Boquería casi desierto y medio cerrado, poder comer en una de las tres mesitas del Pinotxo sin problemas (la barra vacía, como marcan las normas), ver las Ramblas vacías y las tiendas mayoritariamente cerradas, visitar una gran papelería (Raima) de cuatro plantas, sin ningún cliente, pasear por el recinto del antiguo Hospital de la Santa Creu y verlo tomado por mendigos e inmigrantes sin papeles, y, obviamente, en todo momento con la mascarilla y demás medidas de seguridad en pleno verano, puede ser la ‘nueva normalidad’, pero es decepcionante, depresiva.

Siempre nos hemos quejado de la invasión de turistas, pero la verdad es que la actual ciudad, así, es muy diferente; ya que es más fácil acceder a ciertos sitios, hacer fotos inéditas, sin gente. Pero, falta vida, es triste, con más sensación de inseguridad, paradójicamente. En definitiva, poco atractiva.

Y los científicos y sanitarios nos vienen repitiendo que esta situación actual puede durar mucho tiempo, hasta que se disponga, a nivel general, de una vacuna efectiva (no la rusa, que ha sido publicitada con grandes prisas, por temas políticos, pero, por lo visto, carente de las garantías preceptivas).

Lógicamente, en las pequeñas ciudades y pueblos, la situación no es tan acusada, pero también es sensiblemente diferente a la situación pre-pandemia.

Y también es cierto que estamos en pleno agosto, y muchos barceloneses están de vacaciones, limitadas geográficamente, pero ausentes de la ciudad, como podemos ver en las manifestaciones que regularmente se van haciendo en diferentes puntos de Catalunya, recordando la injusta prisión de nuestros presos y exiliados políticos y sociales. En el corte puntual de la avenida Meridiana de Barcelona, somos una minoría casi insignificante.

Con esta situación, la prueba crucial será la inauguración del curso escolar. Hemos visto que, en Dinamarca, Alemania, etc., ha empezado casi con normalidad; en Kenia, al revés, han dado el curso por perdido, y todos deberán repetirlo (el argumento es la falta de recursos tecnológicos para poder seguirlo de forma telemática, como se hizo en los últimos meses en muchos países con más medios).

Es de suponer que los responsables deben tener un plan debidamente estudiado, para efectuar masivamente pruebas PCR, de forma repetitiva a todo el personal docente y auxiliares, es decir, como se está haciendo con los futbolistas de élite. Y es de esperar, también, que deben tener planes alternativos de actuación, si un grupo de alumnos, de profesores, o demás personal de soporte, se ve afectado por el covid.

Y es de suponer, también, que con la debida antelación informarán a toda la población en general, pues se trata de un tema del máximo interés y relevancia.

En definitiva, tener que estar siempre vigilantes, alertas por la distancia de seguridad, por la constante precaución de no tocar nada, y siempre con la incómoda mascarilla; y sabiendo que estas exigencias serán necesarias durante años, realmente es deprimente.

Por todo esto me parece interesante reproducir la siguiente fábula sobre el estrés, la ansiedad y la negatividad; se trata de una fábula anónima, de la que hay muchas versiones en diferentes culturas:

“El elefante que perdió su anillo de boda

Cuenta una historia muy antigua una fábula acerca de algo que le sucedió a un joven elefante.

El elefante era grande, apuesto y muy inteligente, pero no encontraba pareja, y veía con tristeza cómo el resto de sus compañeros iban formando una familia, mientras él continuaba solo.

Pero un día, su manada se encontró con otra manada de elefantes, entre los cuales, había una linda elefanta soltera, que enseguida se fijó en él.

Ambos comenzaron a jugar y a dar largos paseos por la selva. Les gustaban las mismas cosas y reían sin parar. Se divertían y no podían dejar de verse. Hasta que se dieron cuenta que estaban perdidamente enamorados.

Así que el elefante, sin dudarlo, le pidió matrimonio a la elefanta.

¡Menuda alegría se dieron las dos manadas de elefantes! ¡Hacía mucho que no se celebraba una boda! Así que organizaron el evento con muchísima ilusión. Mientras unos preparaban el banquete, otros comenzaron a construir el lugar en donde se celebraría el enlace.

Algunas elefantas se reunieron para preparar el ajuar, y ayudaron a la elefanta a buscar unos elegantes adornos de novia.

Los elefantes acompañaron al novio a encargar las alianzas. El encargado de hacerlas sería un primo del novio, que era un excelente orfebre.

Todo marchaba muy bien. Todo parecía encajar. El elefante y la elefanta estaban felices.

Pero llegó el día de la recogida de los anillos. Justo el día anterior al enlace. Eran unas alianzas preciosas, increíbles. Únicas. Con el nombre de ambos elefantes grabados en el interior. El elefante se los colocó en la trompa para llevárselos y se fue muy contento. No había visto nunca unos anillos tan bonitos.

Pero justo antes de llegar al río, en la orilla, el elefante tropezó con una piedra, y cayó de forma estrepitosa al agua. El pobre animal se llevó un buen susto y un gran golpe, pero consiguió levantarse. Y al ponerse de pie, comprobó, para su desgracia, que uno de los anillos de boda se había caído al agua.

El elefante se puso muy nervioso, sentía que su corazón se iba a escapar del pecho. ¡No podía controlarlo! Y se puso a escarbar con las patas, con la trompa, a dar vueltas en círculo… El agua se enturbió por la arena que levantaba con las patas y el elefante no podía ver nada. ¡No podía encontrar el anillo!

Un búho, que había visto todo desde la rama del árbol, le dijo:

¡Tranquilo! ¡Para!

Pero el elefante no podía oír nada. Estaba tan nervioso, sentía tal ansiedad, que no era capaz de escuchar, sólo podía pensar en que no daría tiempo a hacer un anillo nuevo, y que su novia se disgustaría muchísimo al enterarse de lo que había pasado.

Entonces el búho aterrizó sobre el elefante y le volvió a decir:

¡Para! ¡Tranquilízate!

Y el elefante se dio cuenta de que el búho le estaba hablando. Y decidió escuchar, porque sabía que el búho era uno de los animales más sabios del lugar.

¡Estás tan nervioso que no dejas de excavar en la aren, levantas tierra y ésta enturbias el agua! – dijo el búho – ¡Lo que tienes que hacer es quedarte quieto, muy quieto, esperar y observar!

El elefante hizo lo que el búho le dijo. Al fin, se tranquilizó, y la tierra comenzó a depositarse en el fondo del río. El agua se calmó y algo en el fondo comenzó a brillar con nitidez. ¡Era el anillo de boda!

¡Oh, muchas gracias, búho! ¡Muchísimas gracias por tu consejo! Dijo emocionado el elefante.

La boda se pudo celebrar, sin más sobresaltos. El búho hizo de padrino de honor y los elefantes se dieron el sí quiero, alianzas incluidas, ante la emoción y felicidad del resto. Y el elefante, por su parte, aprendió una sabia lección”

(tucuentofavorito.com)

Este cuento tiene muchas moralejas, por ejemplo, el temido enfado de la elefanta, si no tenía el anillo; pero el que todos los analistas señalan es la necesaria tranquilidad para afrontar los problemas, y volviendo a la situación descrita antes de transcribir la fábula, evidentemente, la excesiva información negativa sobre la situación actual y futura a medio plazo nos hace perder la perspectiva, obviamente.

Y es verdad que se ha de valorar el presente, el momento.

Pero yo siempre he estado totalmente en contra de la famosa frase: “Si no tienes lo que quieres, quiere lo que tienes”, pues me parece conformista, y así lo discutí muchas veces a un compañero de trabajo que la tenía como máxima de vida.

Tampoco me parece correcto el corolario de esa frase: “Quiere lo que tienes y tendrás lo que quieres”.

Todo eso son frases facilonas de una pretendida psicología de la pseudo-ayuda, que nunca me ha gustado.

La realidad es que, en nuestra sociedad actual, abundan los ‘pseudologos’ que

“en la mitología griega eran las personificaciones de las mentiras y las falsedades.

Se contaban entre los perversos hijos que tuvo Eris (la discordia) por sí misma, aunque algunos autores los creían hijos de Éter y la Tierra.

La versión que recoge Esopo afirmaba que la mentira representada por los pseudologos fue creada por Dolos, la personificación de los engaños y las ardides, cuando trabajaba de ayudante de Hefesto. El dios, distraído por unas voces que le llamaban fuera, se ausentó de la fragua justo cuando estaba fabricando a la Verdad, y dejó sólo a Dolos. Este aprovechó la ocasión y construyó una estatua idéntica a la de su maestro. Cuando Hefesto volvió se sorprendió gratamente de las artes de su aprendiz, y metió ambas estatuas en el horno. Pero a Dolos no le había dado tiempo para acabar su obra, y no había terminado de rematarle los pies. Por eso, cuando ambas estatuas salieron del horno, Alêtheia (la Verdad) caminaba con pasos firmes mientras que la Mentira lo hacía a su sombra, pero con pasos inseguros y tambaleantes.

Por su naturaleza, los pseudologos serían opuestos a Alêtheia, la personificación de la verdad.

En la mitología romana, los Mendacium serían sus equivalentes”

(Wikipedia)

En un anterior escrito ya utilicé metafóricamente a los ‘Mendacium’, y ahora, para no repetirme, cito a los pseudologos, sus homólogos griegos.

Y es verdad que deberíamos acotar, dejar de ver y oír a los agoreros que ocupan todos los medios de comunicación, sin apenas información cualificada que aportar. Incluso muchos científicos y médicos que, de forma reiterada, hablan sin incorporar ninguna información sustancial relevante.

Y, más aún, deberíamos alejarnos de los profesionales tertulianos sabelotodo y que opinan de cualquier tema, independientemente de su área de formación y competencia.

Pero también es evidente que muchos necesitamos algo en lo que aferrarnos, una tabla de salvación, ante este mundo pandémico a nivel sanitario – económico – político y social, si bien, a nivel sanitario, más o menos tarde se obtendrá la vacuna contra el covid, y, progresivamente, se irá recuperando la economía; pero para la infección en los ámbitos políticos y social no tendremos nunca vacuna, desgraciadamente.

Tal como he empezado este escrito, repito:

“Mafalda: ¡¡¡Paren el mundo, que me quiero bajar!!! “(Quino, Joaquín Salvador Lavado)

Amadeo Palliser Cifuentes

amadeopalliser@gmail.com