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Ayer, 18 de julio (un día doblemente funesto, ya que fue el día de la victoria del dictador Franco), falleció Juan Marsé, segundo nombre de Juan Faneca Roca (1933-2020); el nombre de Juan Marsé Carbó es el de sus padres adoptivos. Su madre falleció en el parto. Y su padre, un taxista, lo dio en adopción.
Un inicio vital novelesco para el que fue un gran novelista autodidacta, catalán que escribió en castellano.
Actualmente todos vamos con mascarilla, en función de la normativa sanitaria de cada estado o región. Y así iremos durante muchos meses, hasta que no tengamos la vacuna y esté a disposición del público en general; o se alcance el nivel de inmunidad comunitaria determinada por los respectivos consejos científico-sanitarios.
Antes del Covid-19 hubiera sido impensable poder entrar en un banco, o en cualquier organismo oficial, o dirigirte a una autoridad policial con la cara tapada, y hoy día es obligatorio.
Por eso, me parece interesante detenernos un momento sobre el concepto de la máscara.
“La palabra persona viene del latín persona, o sea, máscara usada por un personaje teatral. El latín la tomó del etrusco, phersu y éste del griego prósopon = máscara.
‘Máscara’ en griego está formada de pros = delante, y opos = cara, o sea, ‘delante de la cara’. De esta misma palabra viene ‘prosopopeya’, figura estilística consistente en retratar un personaje describiendo sus facciones y por extensión el resto de la persona.
En el teatro griego (…) la voz no era lo suficientemente potente como para llegar a todos los espectadores. Entonces se usaban máscaras, cada una de ellas expresaba un sentimiento mediante una mueca, tristeza, alegría… Estas máscaras se llamaban ‘per sona’, para sonar.
(…)
‘Persona’, máscara (…) toma su origen del verbo personare (resonar) (…) No teniendo la máscara que cubre por completo el rostro, más que una abertura en el sitio de la boca, la voz, en vez de derramarse en todas direcciones, se estrecha para escapar por una sola salida, y adquiere por ello sonido más penetrante y fuerte. Así, pues, porque la máscara hace la voz humana más sonora y vibrante, se le ha dado el nombre de persona.
(…)
La palabra persona era la máscara que, como tal, caracterizaba a un personaje con un papel concreto dentro de una obra teatral, por eso pasa también a significar ‘personaje’. Y jurídicamente designa al ser humano, sólo en una faceta (…) Por eso incluso es posible hablar de ‘persona jurídica’ (…) El lenguaje es en origen muy claro y distintivo, son los hablantes los que generan desplazamientos semánticos con él, y algún grupo humano confundió después la humanidad de un ser humano, con lo que exclusivamente era una faceta de su existencia: su estatus jurídico”
Atendiendo a este análisis etimológico, es fácil deducir que, en este momento pandémico, estamos ante la situación paradójica, de ser una persona, con nuestra propia máscara, para hacernos oír e identificarnos, y, encima, otra máscara (en este caso mascarilla), que nos oculta y dificulta hacernos oír.
Es preciso señalar, asimismo, la siguiente noticia, de la que elimino el nombre de la empresa, para evitar publicidad:
“XXX es una mascarilla hecha con fibras sintéticas que hacen visible la expresión facial, está homologada y se comercializará en setiembre (…) El coronavirus ha supuesto un punto de inflexión para los empresarios textiles David Artigas y Jordi Boix, que explican que ‘al llegar el covid-19, se nos paró la fábrica, no teníamos pedidos y empezaron a buscar un producto que les permita parar el golpe. Y este producto es una mascarilla transparente que puede ayudar a la comunidad de personas sordas a romper con los problemas de comunicación generados por las mascarillas, porque hace visible la expresión facial.
Esta mascarilla transparente (no de plástico, que no permitiría respirar) ‘supone una ayuda en la comunicación para todos y un paso más para la accesibilidad universal’, afirma Marian González, presidenta de la asociación ‘Volem Signar i Escoltar’ (queremos significar y escuchar). Añade que ‘la expresión facial es imprescindible en la comunicación entre personas sordas, hay signos que quieren decir lo mismo en la lengua de signos catalana y cambian con la expresión de la cara. Suma el problema que supone el hecho de llevar mascarillas, el que no nos vemos. Hace que la comunicación falle y provoca que las personas sordas queden completamente aisladas’.
(…)
David Artigas explica que la mascarilla es un modelo patentado que está homologado según la norma UNE 0065 2020 (con una eficacia de filtración bacteriana del 95,5% y una respirabilidad de 43 Pa/cm2 y aguanta hasta 30 lavados, y afirma que con su comercialización han querido ayudar a las personas a comunicarse. Marian González tiene muy claro que ‘las personas sordas son una minoría que han estado toda la vida luchando por tener accesibilidad comunicativa, y lo que hará esta mascarilla es volver al punto de partida antes del Covid. De hecho, la comunidad de personas sordas ha denunciado problemas de desamparo generados por la pandemia”.
(Betevé)
Asimismo, es preciso complementar esta información con las siguientes explicaciones:
“Históricamente, el término persona calificaba en la antigua Roma, al ciudadano libre (…) Modernamente, se entiende por persona no solamente el ser humano, el individuo perteneciente a la especie humana, sino el hombre en su modo de ser específico, el ser que tiene un yo consciente, unitario.
(…)
En el pensamiento de Jung, ‘persona’ (diferente de ‘person’, que es la forma alemana de esta palabra) es la ‘máscara’ (perteneciente a la psicología colectiva) que se contrapone al ‘sí mismo’ y a la individualidad. La posibilidad de una disociación normal de la personalidad se explicaría por la contraposición entre la psique individual y la psique colectiva. Si el hombre fuera únicamente individual, únicamente tendría un carácter, siempre igual en todas las variedades de orientación. Pero puede ponerse una máscara (adoptar un papel), mediante la cual se corresponden sus propósitos y deseos con las opiniones de su medio ambiente.
El que se identifica con esta máscara, se halla ‘personalmente’ en oposición a sí mismo ‘individualmente’. Es decir, Jung llama ‘persona’ a la actitud exterior, el carácter exterior, mientras que ánima o alma es la actitud interior”.
(Friedrich Dorsch, “Diccionario de psicología”, editorial Herder)
De acuerdo con todo lo que antecede, tenemos planteados los diferentes aspectos del tema que nos ocupa, que, como vemos, es poliédrico y complejo.
Es evidente que nuestra individualidad, nuestro ‘sí mismo’ (según Jung), es de nuestra mayor privacidad, y corresponde a nuestra psique individual; pero nuestra sociabilidad nos exige una psique colectiva, fruto de nuestras máscaras; en caso contrario, seríamos unidimensionales y tremendamente frágiles. No se puede ser totalmente sincero, cada circunstancia requiere un cierto autocontrol, como es lógico.
Y considerando que la expresión facial es una parte importantísima de la comunicación no verbal, ya que refleja nuestras emociones, así como nuestras actitudes personales, opiniones, interés, atracción sexual o personal, rechazo, rasgos de nuestra personalidad y ayuda a abrir o cerrar canales de comunicación en una conversación. Y:
“En un primer encuentro entre dos personas, los primeros cinco minutos suelen ser el período más crítico. Las impresiones formadas en este breve espacio de tiempo tenderán a persistir en el futuro, e incluso reforzadas por el comportamiento posterior, que no suele ser interpretado objetivamente, sino de acuerdo con esas primeras impresiones (…) En estos escasos minutos nos formamos opiniones sobre su carácter, personalidad, inteligencia, temperamento, capacidad de trabajo, sobre sus hábitos, incluso sobre su conveniencia como amigo o amante.
(…)
Las diferentes culturas tienen diferentes reglas para la expresión facial voluntaria, por ejemplo, en referencia al contacto visual. Así, algunas culturas asiáticas pueden percibir la mirada directa como una forma de señal de competitividad, que en algunas situaciones puede resultar inadecuada, o se suelen bajar los ojos, en señal de respeto (…)
(Wikipedia)
Por todo lo expuesto, es obvio reconocer que, si ya es compleja la relación social, por las múltiples máscaras que utilizamos, no sólo la máscara individual y privada (que podríamos hacer equivaler con la fersuna, la máscara originaria que caracterizaba a Fersu, dios etrusco de la tierra), sino que, en función del momento y de la situación, adoptamos diferentes estilos, similares a las propias de las comedias griegas: toscas y ridículas; las de las sátiras: fantásticas; o las de las tragedias: con diversos ‘personajes’ y edades. Si a esa complejidad le añadimos la complejidad por la mascarilla, la situación ya alcanza niveles elevados.
Las mascarillas ‘personalizadas’ son un complemento adicional de distracción y complejidad, ya que aportan su propio mensaje, tanto por su logo, dibujo o colores (a este respecto, el test de los colores de Max Lüscher, seguramente nos aportaría algunas sugerencias interesantes).
Y en un momento con tanta crispación, provocada por la pandemia, los confinamientos, los enfermos y los fallecidos, es comprensible que todos tengamos unos niveles de irritabilidad muy elevados; por eso, es más necesario que nunca que pudiéramos reflejar nuestras sonrisas.
Por eso, sería recomendable acelerar la fabricación de las mascarillas transparentes, de las citadas o de cualquier otra con similares características, y distribuirlas a precios asequibles para todos, ya que con ello se facilitaría la comunicación, se quitarían trabas, y, al mismo tiempo, se podrían observar las sonrisas, y sólo eso, ya sería un factor que rebajaría la irritabilidad mencionada, ya que:
“Hacen falta setenta y dos músculos para estar de morros, pero sólo doce para sonreír” (Mordecal Richler)
“Un día sin sonreír es un día perdido”
“Una sonrisa significa mucho. Enriquece a quién la recibe; sin empobrecer a quien la ofrece. Dura un segundo, pero su recuerdo a veces nunca se borra”
(Charlie Chaplin)
“Nunca sabremos todo lo bueno que una simple sonrisa puede llegar a hacer”
(Madre Teresa de Calcuta)
“Lleva una sonrisa y tendrás amigos; lleva un rostro ceñudo y tendrás arrugas”
(George Eliot)
“Cada sonrisa te hace un día más joven”
(proverbio chino)
“Las sonrisas se contagian como la gripe. Cuando alguien me sonríe, yo sonrío. Otra persona me ve sonreír y a su vez, sonríe”.
(Marc Levy)
“Sonríe, es la segunda mejor cosa que puedes hacer con tu boca”
Anónimo
“Es más fácil obtener lo que se desea con una sonrisa, que con la punta de la espada”.
William Shakespeare.
“Deja que tu sonrisa cambie el mundo, pero jamás dejes que el mundo cambie tu sonrisa”
Bob Marley
“La sonrisa es la distancia más corta entre dos personas”
Anónimo
(Aforísticamente.com)
Para finalizar, e independientemente, deberíamos replantearnos la forma de saludar con el codo o con el pie, ya que, a mi modo de ver, refleja un sustrato de agresividad.
Hay diferentes formas de saludos, según las distintas culturas, por ejemplo: las palmas de las manos juntas, en plan de oración (propio de Oriente), reverencias (popular en Japón y otros países asiáticos), mano al corazón (cultura árabe), sacar la lengua (Tíbet), choque de puño (originario de los moteros de EUA en 1940), estrechar la mano derecha (mundo Occidental) o besos y abrazos (generalmente en el mundo mediterráneo europeo). Cada forma de saludo está en función del contacto / distancia física aceptada culturalmente.
Pero, ahora, en estos momentos de máxima irritación, como he comentado, popularizar el toque de codos, o chocar los pies, me parece que es menos atento y honorable, que llevarse la mano al corazón; que creo que es más honorable e incluso es más estético y humano, y está en las antípodas de los codazos (metafóricamente propio de la competitividad, que es lo contrario de estrecharse las manos, que es una demostración de no llevar armas).
En definitiva, si tenemos que estar muchos meses o años en la situación actual, sería aconsejable replantearse estos detalles mencionados, que no son accesorios ni superficiales.
Amadeo Palliser Cifuentes