Como sabemos, abundan los políticos actuales cortoplacistas, cuando precisamos, más que nunca, visionarios, como intento explicar en este escrito.
Según el diccionario de la RAE: considerar que una persona, un político, es mediocre, es estimar que es mediano, común, regular, corriente, vulgar, gris, anodino, de poco mérito, tirando a malo.
Y muchos coincidimos que, a la generalidad de los políticos actuales, catalanes, españoles, europeos, etc., podemos asignarles esa etiqueta sin temor a equivocarnos, ya que son presentistas, cortoplacistas y su actividad es asignar paños calientes a los problemas, tanto a los de carácter general como a los específicos puntuales. Y por eso, sus acciones no dejan de ser meras cataplasmas.
Si bien, más que nunca, precisamos políticos brillantes, relevantes, sobresalientes, visionarios, que piensen y actúen a largo plazo, sin olvidar la gestión del día a día.
Los políticos y politólogos actuales se escudan en la gestión de la cotidianidad, diciendo que ‘es lo que interesa a la gente’ y, en gran parte, es así. Pero si tuvieran una visión con un proyecto a largo plazo, diseñarían esa gestión de acuerdo con los siguientes términos:
- ‘prever’, del latín ‘praevidere’ formada por el prefijo ‘prae’ (antes – pre), y el verbo ‘videre’ (ver); por lo que significa ver con anticipación.
- ‘prevenir’, del latín ‘praevenire’, (prefijo ‘prae’) y el verbo ‘venire’ (venir), que significa preparar con anticipación lo necesario para un fin, y
- ‘preparar’ en toda su extensión y amplitud, ya que ese verbo viene del latín ‘praeparare’, formada por el prefijo ‘prae’, y el verbo ‘parare’ (disponer, dejar listo); por lo que preparar es ‘lo que se hace antes de disponer’,
Pero, como he dicho, en lugar de prever, prevenir y preparar, nuestros políticos se dedican a aplicar paños calientes, meras cataplasmas, que pueden aliviar el dolor, relajar los espasmos musculares, aumentar la circulación y ayudar a curar una herida o un problema puntual, pero de forma específica y no generalizable, ni incorporada a un proyecto de mayor escala.
De ese modo, los políticos ‘solucionan’ síntomas de una enfermedad, de un problema, sin ni siquiera la visión de la comorbilidad (término que dedico a un amigo, que quedó alucinado al verlo hace unos días), es decir, sin considerar la co-incidencia e interferencias temporales entre diferentes síntomas de distintas enfermedades o problemas.
Así, tratando los síntomas, poniendo parches y cataplasmas, sin atacar el fondo de la enfermedad, no se resuelve el problema ni la enfermedad y, aunque se mitiguen los síntomas, la enfermedad o el problema pueden agravarse, y el malestar general cronificarse, al no solucionarlos.
Y ese es el tratamiento generalizado, como podemos ver en los artículos que estos días de inicio de año se publican en todos los medios y llenan todas las tertulias. Así, vemos que tratan de diferentes problemas, como la evolución de la demografía y de la inmigración, del medio ambiente, de la ecología, del paro, de la sanidad, de la educación, etc., pero sin una perspectiva global a largo plazo.
Cuando, realmente, necesitamos políticos con la precisa visión de futuro, y que sean valientes y decididos para tratarnos a la ciudadanía sin paños calientes, que nos hablen de forma clara y directa, sin ocultarnos las dificultades; es decir, que nos traten de forma adulta.
Y esos Políticos (con mayúsculas), deberían ser capaces de efectuar estudios prospectivos, para determinar, anticipadamente, lo que ocurrirá, es decir, prever el futuro, mediante métodos científicos y empíricos, para buscar y plantear escenarios futuros, y, consecuentemente, establecer las mejores acciones o medidas a tomar en el presente, en cada área específica: social, económica, salud, etc.
La prospectiva no trata de adivinar el futuro, es una técnica que permite considerar la información relevante en diferentes ámbitos, para plantear las medidas estratégicas más idóneas a nivel general.
Según el sociólogo Gaston Berger (n. 1964), la prospectiva (future studies, foresight) es la disciplina que estudia el futuro para comprenderlo, mediante el método científico de reproductibilidad, falsabilidad y transversalidad, y poder influir en él. No estudia el futuro en sí mismo, si no lo que puede pasar en él.
Ha habido grandes estudiosos de la prospectiva, como: el sociólogo Daniel Bell (1919 – 2011), el filósofo Karl Marx (1818 – 1883), el economista Nikolai Dmítrievitx Kondràtiev (1892 – 1938), el físico Stephen Hawking (1942 – 2018), y, como no, el filósofo y político catalán Alexandre Deulofeu i Torres (1903 – 1978).
Y los Políticos que necesitamos, deberían ser capaces de entender esos estudios, o encargar de específicos para nuestro país y, actuar en consecuencia, olvidando las rencillas y los intereses partidistas, que no son más que mero lastre, que les quiere atrapar y limitar.
Dado el terremoto de ayer (con más de 40 fallecidos, de momento) y el aviso de tsunami (afortunadamente desactivado) en las cosas occidentales del Japón, y pensando en el tema del presente escrito, he recordado el famoso grabado de ‘La ola, o La gran ola de Kanagawa’, del artista japonés especialista en ukiyo-e, Katsushika (*) Hokusai, publicada entre 1830 y 1833, durante el período Edo, de la historia del Japón.
(*) Hokusai, al ser de origen humilde, no tenía apellido, y tomó el de Katsuchika, de su región de origen.
En ese grabado, reproducido muchísimas veces, se observa el mar con una gran tormenta, tres grandes barcos, con ocho remeros en cada uno, (oshiokuribune) de la prefectura de Kanagawa (como indica el título de la obra) para transportar la pesca, y la montaña del Monte Fuji, al fondo, como figura central.
Esos barcos tenían entre 12 y 15 metros de largo, y si se tiene en cuenta de que Hokusai redujo la escala vertical un 30%, se llega a la conclusión que la ola tenía entre 10 y 12 metros de altura.
Para el observador japonés (que escribe de derecha a izquierda), los barcos proceden de la derecha de la imagen, dirigiéndose a la izquierda, es decir, en sentido contrario a la ola. Mientras que en la visión occidental (que escribimos de izquierda a derecha), da la impresión de que los barcos van directos a la ola.
La ola hace una espiral perfecta, que domina la escena, y el autor llegó al diseño definitivo después de muchos años de trabajo (dos trabajos similares datan de 30 años antes del definitivo), formando parte de la serie ‘Treinta y seis vistas del Monte Fuji’.
Esa ola gigante es un prodigio de simetría simbólica, pues varios estudios parecen confirmar que Hokusai usó la sección áurea (*) y la sucesión de Fibonacci (**) para organizar los elementos de la estampa que, junto a la composición cromática del color azul Prusia con el resto, provocase al espectador una atracción inconsciente hacia su obra.
(*) número áureo, proporción divina, un número irracional de valor 1,6180..,, según Euclides, y cumple la siguiente fórmula algebraica: (a+b)/a = a/b; es el espacio libre en relación al espacio sobre el que se quiere llamar la atención. El arquitecto Fidias (500 a.C. – 431 a.C.), que diseñó el Partenón, lo utilizó, como, también, Leonardo Da Vinci (Lionardo di ser Piero da Vinci, 1452 – 1519), en su famosa ‘cuadratura humana’ de su ‘Hombre de Vitruvio’ y Albrecht Dürer (Durero, 1471 – 1528) diseñó en 1525 la espiral áurea (espiral de Durero)
(**) El matemático italiano Leonardo de Pisa (Leonardo Pisano, Leonardo Bonacci, Leonardo Fibonacci, 1175 – 1250) definió esta serie infinita de números naturales que empieza con = y un 1 y continúa añadiendo números que son la suma de los dos anteriores: 0,1, 1, 1, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144, 233, 377, 610, 987, 1597…; y puede observarse en las proporciones de la pantalla del ordenador, de las tarjetas de crédito, del DNI, en obras de arte, en las proporciones del cuerpo humano, etc. Si se divide cualquier número de esa secuencia de Fibonacci por el anterior, por ejemplo, 55/34, 0 21/13, la respuesta es cercana a 1,61803, el número áureo.
Simbólica y metafóricamente, esa ola representa la llegada de las potencias extranjeras al Japón, con un mayor poderío político y militar.
Las olas gigantes (olas vagabundas u olas monstruo) son olas relativamente grandes y espontáneas que no se explican por el estado del mar ni por terremotos, y que constituyen una amenaza seria incluso para los grandes transatlánticos. En oceanografía se las define como aquellas olas cuya altura es mayor que el doble de la media de la altura del tercio mayor de las olas en un registro; y a lo largo de la historia se tienen constancia de varias (en el récord Guinnes consta que el surfista brasileño Rodrigo Koxa, en noviembre del 2017, surfeó una ola de 24,38 metros de altura en la Praia Do Norte (Nazaré, Portugal); y hay registros de otras de hasta 30 m. en las boyas amarradas en el golfo de México, durante el huracán Katrina.
Pues bien, volviendo a los Políticos que necesitamos, además de la honestidad y la inteligencia prospectiva precisa, con la única meta de la independencia de Catalunya, es indispensable que tengan una visión solidaria, con otros líderes similares y con la ciudadanía, también unida y plenamente informada, pues se trata de un trabajo colectivo, pues sólo así podremos hacer frente a las olas gigantes que, con toda seguridad surgirán para atacarnos. En caso contrario, si fuéramos separados o si no fuéramos preparados, sería un nuevo fracaso, que añadiríamos a nuestra ya larga ristra de fracasos.
En este punto, me parece interesante la lectura de la siguiente fábula budista:
‘La ola de mar ignorante
Una pequeña ola disfrutaba junto a sus compañeras de la vida en el mar. Saltaba, se escondía, brincaba y jugaba con delfines y gaviotas. Su vida era realmente feliz y ella se sentía muy dichosa. ¡Adoraba ser ola del mar!
Pero un día, las corrientes marinas la arrastraron hacia fuera y se acercó a la costa. Entonces se fijó en que otras compañeras suyas se dirigían hacia las rocas, haciéndose cada vez más grandes. Al final, terminaban estallando en espuma y deshaciéndose contras las rocas. En ese momento, dejaba de verlas para siempre.
Angustiada, la pequeña ola buscó ayuda. Y se fijó en otra ola que como ella, jugaba alegre con las gaviotas.
¿Qué haces?, le dijo asustada, ¡eres una ignorante! ¡estás tan feliz y no sabes que dentro de poco terminaremos nuestros días estrellándonos contra las rocas!
¿Ignorante yo? Respondió muy tranquila la otra ola. Creo que te equivocas. La ignorante eres tú, pequeña ola … ¿O no te has dado cuenta de que al estallar contra las rocas conseguimos estar al fin mucho más unidas y que todas nosotras formamos el mar?
Moraleja: solos, somos insignificantes. Juntos, una inmensidad. La unión hace la fuerza. Todos juntos formamos algo grande’.
(https://tucuentofavorito.com)
Creo que esta moraleja deberíamos asumirla los independentistas catalanes, todos, pues es el único camino para poder surfear las gigantescas olas que nos vendrán, si realmente avanzamos hacia nuestro proyecto.
Y, claro, abandonar a todos los políticos mediocres, que sólo se dedican a marear la perdiz, para seguir viviendo en sus confortables poltronas, con sus prebendas.