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Naufragios y náufragos

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

En el presente escrito intento reflejar el estado de ánimo de algunos independentistas de base, mostrando la complejidad que vivimos; por lo que, en realidad, es un conjunto de elucubraciones.

Nota:

Un compañero de manifestación en la avenida Meridiana de Barcelona me recordó un consejo, que él mismo me había dado hace tiempo, y que consiste en efectuar una entradilla al escrito, para, de ese modo, centrar y facilitar la lectura. En lo sucesivo, y si no me descuido, haré ese preámbulo, señalando el tema concreto del escrito.

Etimológicamente, el término ‘accidente’ se refiere al verbo ’cadere’, caer, por casualidad, eventual, una acción que altera, de súbito, el orden de las cosas; y rompe la continuidad de la dirección de la línea histórica.

El hundimiento del RMS Titánic, la noche del 14 de abril de 1912, fue considerado como un accidente, a pesar del conocimiento efectivo de la existencia de icebergs, pero, aún así, el transatlántico, por su construcción, se consideraba indestructible, capaz de superar cualquier accidente.

Por eso, los hechos sucedidos desde el referéndum del 2017, pueden considerarse accidentes; ya que considerábamos que la ‘lógica’ acción vs la reacción, estaría supervisada y ponderada por la UE; es decir, que el ejercicio democrático del voto, no estaría sometido a la represión, tal como sucedió, pues estimábamos que era inconcebible en la Europa del siglo XXI. Ahora bien, el iceberg español, mostró, contundentemente, su carácter conquistador (rémora de su pasado castellano-imperial), tanto por su parte visible (diferentes poderes y organismos), como por su parte invisible (y ese 90% sumergido representa todas las cloacas del estado)

Y, consecuentemente, los independentistas de base nos sentimos náufragos, pues, aunque etimológicamente, este término viene del latín ‘naufragium, síncope de navifragium: navis (nave) y frangere (romper); en sentido figurado no es cuestión necesaria estar a bordo de un barco, si no que se puede ser un náufrago en tierra firme.

Según la filósofa Marina Garcés (‘El temps de la promesa’; Editorial Anagrama, noviembre 2023), ‘una conciencia que naufraga sólo se sostiene en la promesa de poder volver’, y la autora explica que:

‘La escritora argentina Silvina Ocampo murió escribiendo y reescribiendo las notas de un naufragio. Durante más de veinte años, hasta que su voz se fue apagando, fue religando ‘La promesa, el diccionario de recuerdos’, de una mujer que cayó al mar, desde la cubierta del barco. Nada bien, es joven, y de entrada no tiene miedo. Se toma la situación inesperada como un reto (‘para no dormirme, impuse un orden a mis pensamientos’) y hace una promesa a santa Rita, que, si se salva, escribirá un libro con todos los recuerdos que la han mantenido activa y atenta durante el naufragio. ‘Yo que siempre consideré que era inútil escribir un libro, me vi comprometida a hacerlo hoy, para cumplir una promesa sagrada para mí’.

El mar, desde fuera, es una gran masa azul, o gris, o verde, o negra. Pero una vez que la mujer pasa a formar parte, aparecen toda clase de seres que la rodean y que nadan con ella, curiosos o indiferentes.

(…)

Ocampo no dice si la protagonista llega a tierra, pero la existencia del libro, lo confirma. (…)

Es evidente que todo naufragio agudiza los sentidos para intentar garantizar la supervivencia, potencia las habilidades y aumenta el umbral de sufrimiento.

Rendirse, es una opción, claro, y también es una respuesta muy humana; aunque comporte la muerte.

Pero el que pretende sobrevivir, valora todo lo que le fortalece: la importancia de los otros (amigos, familiares); la necesidad de priorizar los esfuerzos, para destinarlos a las acciones más relevantes; saber adaptarse a los cambios; no darse por vencido; seguir valorando los propios principios; etc. La resiliencia es clave para superar todo naufragio.

Que todos esos esfuerzos acaben siendo exitosos, o no, ya no depende del náufrago que se ha esforzado para sobrevivir.

Y en estas estamos los independentistas catalanes, al menos los de la base que no queremos rendirnos; que hemos demostrado ser resilientes, pero que, en momentos, parece que el estrés nos está superando.

Tras haber chocado con el iceberg español (la causa inicial), es importante saber por qué ahora, precisamente en este momento, estamos ahogándonos; qué motivo real (no aparente) y a qué estamos atados, es decir, deberíamos poder determinar qué consecuencia es la que nos arrastra hacia el fondo del mar. Las consecuencias pueden ser muy variadas, entre ellas:

  • ¿por la continua represión?,
  • ¿por darnos cuenta de que nuestra ilusión era ilusa, utópica?,
  • ¿por habernos desmotivado?, y, en ese caso, ¿por qué motivo en concreto?,
  • ¿por habernos cansado, tras tantos años?,
  • ¿por considerar que ya hemos hecho lo que nos tocaba?,
  • ¿por el panorama político que vemos en nuestro entorno?,
  • etc.

pero, posiblemente sea una mezcla de todo. Ahora bien, si conseguimos delimitar, entre los restos del naufragio emocional, el motivo (o motivos) que ahora, precisamente en el momento presente, nos lastra más, podremos empezar a racionalizar una mejor respuesta, huyendo de toda distopía.

Sólo así, abandonando recursos infantiles, como los que utilizamos durante la pandemia (cantando ‘Resistiré’ del Dúo Dinámico; o ‘Ya no puedo más’ de Camilo Sexto), podremos ir directos al meollo del problema, y veremos que no hace falta reinventarnos, si no, reenfocar nuestra mirada, para diferenciar entre las oportunidades y el oportunismo.

Ahora bien, debemos evitar a los que nos prometen salvarnos del naufragio, mediante fórmulas simplonas y mágicas.

Debemos ser conscientes de que, a lo largo de todos estos años, ha habido diferentes fases, y que ahora, en el momento de ‘negociaciones’, la situación es otra fase, diferente, el post procés.

La citada Marina Garcés, asimismo, señala que no debemos perder el vínculo; pues su pérdida se da cuando desaparecen los ‘entre’, es decir, los intervalos y todo pasa a ser un desierto o mar abierto (…) y que la promesa es la palabra que enlaza el pasado, el presente y el futuro a partir del compromiso y el vínculo; mientras que el accidente desune esa línea temporal, ya que el accidente es el impensado que los arrasa.

El vínculo, en nuestro caso, es el deseo de la independencia, sabemos que estamos, precisamente, en un intervalo; y no necesitamos promesas, nadie puede prometernos nada; pero sí que precisamos un guion, un relato, concretándonos la estrategia como marco de futuras acciones; y en esa línea deberíamos trabajar.  

Sé que todo es muy complejo, y no tengo nada claro qué aconsejar, pero sí que creo que deberíamos superar el síndrome del náufrago, que se caracteriza por la confusión, por la percepción del caos que conduce a los desaciertos, etc.; pues esas características son destructivas.

No se puede vivir, indefinidamente, en un mar de dudas, aferrados a simples maderas que nos arrastran, según la marea y que no nos garantizan más que la supervivencia durante un poco más de tiempo, pero siguiendo perdidos, sin ser conscientes de que nosotros mismos, en realidad, somos una isla, nuestra isla, o formamos parte del mar.

Y es infantil, confiar que, más pronto que tarde nos llegará el rescate.

Por todo eso, me parece que más que seguir por seguir, lo importante, es replantearnos nuestra actividad, y obrar en consecuencia.