No olvidaré la fecha del 27 de febrero de 2020. La noticia del primer caso de Covid-19 detectado en México, me llenó de miedo. Por la información que había sido difundida por los medios de comunicación sabía que la facilidad del contagio aceleraría el número de personas infectadas y quizás también podría contagiarme. Esa noche no dormí, a pesar de las pastillas que tomaba desde hacía mucho tiempo no logré conciliar el sueño; miles de pensamientos me torturaron: el contagio y sus implicaciones, mis hijos, mis padres, mi esposa. Se avivó el miedo a morir y dejar todo lo que me importa; también se presentó la idea de perder el trabajo, de ya no poder ser el sustento del hogar. Esa noche, a pesar que no concilié el sueño viví una pesadilla.
Al siguiente día, amanecí con un nudo en la garganta; muchas ganas de llorar, de abrazarme a mi esposa o a mis padres y llorar desconsoladamente porque el mundo se me estaba acabando; tomé medidas de higiene, gel antibacterial, cubrebocas, sanitizantes, desinfectantes, en fin todo lo que escuchaba que se tenía que hacer lo hice. Sentí un alivio cuando mis hijos dejaron de ir a la escuela. No quería morir, ni faltar a mi familia. Me redujeron horas de trabajo y en consecuencia también hubo una disminución en el ingreso, tenía que estar más en casa; en ese tiempo se incrementaron los conflictos y desacuerdos con mi esposa, al grado de llegar a levantarles la voz, a ella y a mis hijos, sintiéndome muy culpable por no poder controlarme y por mis palabras hirientes, tenía mucho miedo de perder el control y golpearlos. Con mucha ansiedad veía o escuchaba las noticias para saber del avance de esta enfermedad; de la nada empezaba a sentir que me faltaba el aire, sentía síntomas de fiebre como ardor de ojos y cansancio, me daba terror que de un momento a otro dejara de respirar; comía con miedo a no sentir el sabor de las cosas, incluso por las noches me levantaba al baño solo para oler el aromatizante, también aguantaba la respiración para saber si mis pulmones estaban en condición; cuando tenía necesidad de salir a la calle huía de los lugares donde había gente, quería gritarles que usaran cubrebocas, que no se acercaran, no alcanzaba a comprender cómo sonreían. Mi esposa me decía que estuviera tranquilo, y un día al tocarme las manos se percató que las tenía resecas y llenas de escamas, esto era por el abuso del cloro y del gel antibacterial. Comencé a hacerme pruebas rápidas de detección de la enfermedad de manera compulsiva, incluso después de hacerlas pensaba que quizás el resultado estaba equivocado. La angustia iba en aumento, esa desesperación y miedo a enfermar, a morir me tenían paralizado; me olvidé de dormir y las noches eran horas de pánico. No podía controlar el llanto, estaba derrumbando.
Uno de los días que salí a trabajar, ví un cartel del Movimiento Buena voluntad 24 Horas de Neuróticos Anónimos; me llamó la atención que ofrecían ayuda en línea, me puse en contacto con ellos por teléfono; me atendieron y me ofrecieron conectarme en el momento que lo dispusiera. Las juntas de recuperación se llevan a cabo en línea y son durante todo el día, por lo que pude organizar mis horarios; y además no tienen ningún costo.
Tengo asistiendo casi 8 meses y me he sentido muy bien; he descubierto que siempre he tenido problemas y que la pandemia sólo detonó mis síntomas. Siempre he sido obsesivo en mis pensamientos y pienso que sólo yo tengo la razón; he podido dar espacio a mi familia, sin estar sobre ellos “cuidándolos” aparentemente, porque lo que deseo es controlarlos. Estoy recuperando el sueño, sin necesidad de pastillas; y ya no escucho las noticias de manera tan morbosa. Me sigo cuidando y cuido a mi familia. Hoy sé que soy hipocondriaco, pero estar en la agrupación es estar en puerto seguro.
Si usted se siente así o sabe quién se ha sentido así podemos ayudarle. Movimiento Buena Voluntad 24 Horas de Neuróticos Anónimos. Sesiones en línea. Atención telefónica las 24 horas los 365 días a los teléfonos 722.214.38.23 y 722.213.22.60, la ayuda gratuita