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No es el principio del fin, es el fin del principio

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Ayer (26 de agosto), en Cervera (Lleida) celebraron la 45 edición de su fiesta popular, la del Aquelarre diabólico, con su famosa aparición de la corrida del macho cabrón.

En paralelo, seguimos sufriendo el aquelarre unionista español, que ayer se manifestó con la detención preventiva de cuatro independentistas que habían amenazado con manifestarse durante la vuelta ciclista española iniciada (que no, celebrada) ayer en Barcelona.

Unas detenciones preventivas que nos recuerdan las tristemente efectuadas por el juez Baltasar Garzón (Operación Garzón o Garzonada) que ordenó detener / encausar a independentistas de Terra Lliure (Tierra Libre), en el período junio – diciembre del 1992, con motivo de evitar manifestaciones durante la realización de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Uno de los afectados fue nuestro compañero de manifestación en la avenida Meridiana, Carles Castellanos, todo un referente moral, por su constancia y perseverancia.

El Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, en 2004, condenó al estado español por haberse negado a investigar las torturas. Pero no pasó nada, ya estamos acostumbrados a sufrir un estado opresor que hace caso omiso a los derechos humanos, por eso, siguen actuando con total albedrío, aprovechando cualquier motivo para reprimir a los independentistas y, obviando, lógicamente, los derechos a la manifestación y expresión. Así es el reino español.

En 1992 presidía el gobierno español el PSOE, con Felipe González; hoy, el mismo partido, con Pedro Sánchez. Nada ha mejorado, ni en el mal considerado partido en cuestión, que es cualquier cosa, menos un partido de izquierdas.

Ante esta contumacia española, los independentistas de base, a pesar de la represión continuada, con la consiguiente desmovilización, potenciada, desgraciadamente, por ERC, consideramos que debemos replantear nuestra estrategia.

Para ello, estimamos oportuno el mensaje del por entonces primer ministro del Reino Unido, Winston Leonard Spencer-Churchill (1874 – 1965), efectuado tras la segunda batalla del Alamein (Egipto), en 1942, una gran victoria de los aliados en el Norte de África, dirigida por el teniente general Bernard Montgomery (1887 – 1976), en plena segunda guerra mundial, pues Churchill dijo:

‘Ahora bien, esto no es el fin. Ni siquiera es el principio del fin. Pero sí que es, quizá, el fin del principio’.

Manifestando, de ese modo, que, de una penosa experiencia (13.560 bajas), se puede empezar a concebir una nueva esperanza; desconsiderando toda opción a aceptar el inicio de un fracaso definitivo.

Los independentistas sabemos que todo principio tiene un final, y las resistencias encontradas, no nos han de frustrar.

Psicológicamente, es sano saber poner el punto final a determinadas fases, sin querernos aferrar, imprudentemente, a las mismas, pues eso nos llevaría a la derrota final, representaría, efectivamente, el principio del fin, ya que nos conduciría por una senda de mercadeo indigno, para satisfacer a los unionistas.

Pero tenemos claro que, para crecer, si bien debemos valorar los grandes logros conseguidos en esta última década, debemos asumir que esa positiva fase ha llegado al fin del principio, y debemos hacer el pertinente duelo reparador.

Hemos aprendido. Ahora nos conocemos mejor, pues muchas caretas han caído, también sabemos que el putrefacto estado español es capaz de saltarse todas sus leyes y su constitución, olvidarse de los derechos humanos, y de todo lo que convenga, para seguir salvando a su ‘España, una, grande y libre’, como dejó mandado el asesino dictador Francisco Franco, al testar que todo ‘quedaba atado y bien atado’.

Ahora, por lo tanto, debemos pasar a una segunda fase, más resolutiva y eficaz, pero sin ignorar la transición, el aprendizaje y las experiencias acumuladas.

Y ese aprendizaje nos ha de llevar, inequívocamente, a la independencia.

Sabemos que el refranero popular dice que ‘no hay mal que cien años dure’, y nosotros hace más de 300 que lo sufrimos, así que no tenemos más tiempo que perder, ni acumular más sacrificios, ni dejar a nuestros nietos la resolución del problema, pues eso sería una falta de responsabilidad por nuestra parte.

Para concluir este escrito, me parece ilustrativo reproducir la siguiente fábula:

‘Parábola del hombre que fue burro, perro y mono:

Cuentan que Dios creó el burro y le dijo que trabajaría de sol a sol y cargaría sobre sus lomos lo que le pusieran, asignándole para vivir 35 años. El burro le dijo: Señor, todo está bien, pero 35 años son muchos, ¿no podrías rebajármelo a 20? Y así hizo el Señor.

Luego creó al perro diciéndole que cuidaría de la casa de los amos, comería lo que le dieran, y viviría 25 años. Y el perro respondió que si a todo, aunque le dijo al Seños que con 15 años de vida le bastaba. Y así se hizo.

Luego el Señor creó al mono, le dijo que haría payasadas para divertir a la gente y quiso que viviera 10 años, aun que el mono, que aceptó todo lo demás, le convenció para vivir solo 5.

Por fin creó al hombre y, tras decirle que sería el ser más inteligente de la creación, le dijo que viviría 30 años, a lo que el hombre respondió: Señor, me parecen pocos, ¿no me puedes dar los 15 que rechaza el burro, los 10 que no quiso el perro y los 5 que no aceptó el mono? Consintió Dios y así ocurre:

Vive 30 años como un hombre, luego 15 como un burro, trabajando de sol a sol, luego se jubila y vive 10 años como un perro, cuidando de la casa y comiendo lo que le den; y por fin acaba los últimos 5 años como un mono, saltando de casa en casa de sus hijos y haciendo payasadas para divertir a los nietos’.

(https://www.farodevigo.es)

De esta parábola podemos extraer diferentes moralejas, pero, respecto al tema que nos ocupa, me parece de interés destacar que hemos visto compañeros de viaje hacia la independencia que, cansados, desmotivados o ‘re-convencidos’, han acortado sus vidas independentistas, como el burro, el perro y el mono, y, ahora, ‘satisfechos’, viven como el mencionado hombre, pero actuando como el perro y el mono.

Y lo difícil, claro, es no decaer, no desmotivarnos, no actuar de ese modo. Debemos mantener la dignidad inicial, pero, para eso, tenemos que redefinir el plan de acción, la estrategia de esta nueva fase que debemos iniciar, tras el fin del principio.

Y eso es lo que pretende, a mi modo de ver, el President Carles Puigdemont, y ojalá tenga suerte, si bien, para ello, precisa nuestro apoyo popular, mostrarle que no está sólo, como pretenden los unionistas y demás personajes al uso.