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‘Nos habéis enseñado que ser pacíficos es inútil’

Amadeo Palliser Cifuentes
Amadeo Palliser Cifuentes    amadeopalliser@gmail.com

Sin entrar en los tópicos de que en el momento actual todo corre mucho, que las noticias se suceden de forma vertiginosa, que no tenemos tiempo para reposar las informaciones, y por eso nos limitamos a comunicarnos a golpe de tuits, con sus mínimos 140 caracteres, que, obviamente, en idiomas asiáticos (japonés, coreano, mandarín, etc.) dan más de sí, que en las lenguas románicas o en inglés y alemán. Con lo que el medio forma y conforma el mensaje.

Esas limitaciones, del medio y de la velocidad, fuerzan a extremar el ingenio, pero, también, a cometer muchas inexactitudes, pues no siempre se puede simplificar lo complejo, y se requiere toda una técnica, como saben los publicistas y especialistas de marketing. Simplificación que las culturas orientales, tienen integrado en su cultural sincrética, mientras que, en occidente, predominan el exceso.

A pesar de todo esto, vemos que efectivamente hay mensajes que reúnen todas las características precisas, para llegar rápidamente a la ciudadanía, y hacer fortuna más allá de sus destinatarios directos. Un ejemplo lo tenemos en el ‘Yes we can’, del entonces (2008) senador Barack Obama

Estos días, en las manifestaciones que han surgido tras el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, hemos podido ver todo tipo de pancartas reivindicativas, más o menos clásicas, pero entre ellas, ha destacado una con el siguiente mensaje: ‘Nos habéis enseñado que ser pacíficos es inútil’.

El autor de esta pancarta, Félix Colomer (Barcelona, 1993), director de cine documental, y al ser preguntado el domingo, dijo que:

‘Quería saber si la policía era capaz de pegar a dos personas que llevaban esta pancarta de manera absolutamente pacifista. Y claro, cuando lo hicieron aún dieron más sentido al mensaje que quería lanzar. Confirmaron que, en España, y sobretodo en Catalunya, el pacifismo no funciona.

(…) Pensaba que, si nos presentábamos con una pancarta de manera pacífica, no nos pegarían, que no querrían esa imagen. Pero hubo un momento que dudé de si nos atropellarían, pero frenaron en el último momento. Después, cuando me volví a poner delante de los Mossos, sí que recibí golpes de porra, y fuertes’.

(Ara, 23 febrero 2021)

Es evidente que sería un error sacar conclusiones de un hecho de forma solitaria, pero cuando vemos que es una forma de proceder por parte de los cuerpos policiales, que aplican el ‘síndrome de Sherwood’, tal como expliqué en un escrito anterior, la situación ya es más preocupante.

Todos sabemos que es un juego de estrategias, pero hacer un mal para evitar otro mal mayor, no es un argumento ético; salvo que se trate de una actuación improvisada o propia de momentos no suficientemente estudiados previamente, que denotaría, en definitiva, una muestra de la mediocridad generalizada. Y, de no ser así, sería mucho peor, obviamente, ya que se trataría de la ‘banalización del mal’, recurriendo a Hannah Arendt (1906-1975).

Asimismo, sabemos que el pacifismo como movimiento para conseguir un objetivo, no es una fórmula que garantice el éxito, lo sabemos por experiencia después de una década de manifestaciones pacíficas, millonarias, y sin tirar un papel al suelo. Así se llenan portadas y espacios televisivos al día siguiente, y punto final, ya que los gobiernos implicados directamente, se hacen los sordos.

‘No existe ni un solo ejemplo en la historia en el que podamos basarnos para teorizar sobre una posible revolución pacífica. Ni una. Sin embargo, la masa, el pueblo, la gente, opina que sí.

Dicha opinión es falsa, está fundamentada en un mito muy extendido por entre la sociedad: Gandhi.

La gente, al oír ese nombre, automáticamente piensa: revolución pacífica. ¿Y si no fue así? ¿Y si la independencia de India no fue una revolución pacífica? ¿Y si Gandhi no fue un pacifista?’

El autor, tras revisar el largo proceso de independencia de la India (1857-1947), explicando los aplastamientos populares por parte de los británicos, los episodios de violencia y represión (1857-1909).

El decreto Rowlatt, concediendo extraordinarios poderes al virrey, que prolongó el estado de excepción posterior a la Primera Guerra Mundial, y derivó en la masacre de Amritsar (también conocida como la masacre de Jallianwala Bagh, del Jardín Jallianwala), en 1919, en la que el gobierno británico ordenó disparar contra 10.000 indios que se habían congregado para celebrar una fiesta hindú de la comunidad sikh, provocando 379 muertos y 1137 heridos; que, históricamente, fue el preludio del movimiento de no cooperación encabezado por Mahatma Gandhi, entre 1920-1922.

‘Durante el período entre 1920-1930, un revolucionario del distrito de Chittagong en Bengala llamado Surya Sen, que era el presidente del Partido del Congreso en esa región, estableció grupos revolucionarios bajo el nombre de Nueva Era, llevando a cabo una guerra de guerrillas en contra de objetivos británicos (entre ellos, la línea ferroviaria Assam-Bengala)

Rápidamente, Gandhi impulsó movimientos de desobediencia (cortar toda cooperación con el gobierno británico) que fueron un total éxito (se unieron unos 10 millones de personas). Ante esto, el gobierno británico intentó volver a hacer reformas constitucionales que añadieran más componentes autonómicas a India, pero éstas fueron rechazadas por los partidos nacionalistas indios. Se decidió que el 26 de enero de 1930 se celebraría el día de la independencia en toda la India, al cual se acogieron un gran espectro de partidos de muy diferentes tendencias.

Gandhi, entonces, en otro de sus movimientos de desobediencia, organizó la famosa marcha de la sal, en protesta contra los impuestos que ahogaban a India sobre la sal.

El abril de 1930, la violencia se desató en Calcuta. Aproximadamente 100.000 personas fueron apresadas en el curso del movimiento de desobediencia entre 1930 y 1931. Mientras Gandhi permanecía en prisión, se llevó a cabo una Conferencia en Londres en noviembre de 1930, sin que el Partido del Congreso estuviese representado. Gandhi fue liberado debido a los estragos económicos que la desobediencia civil estaba causando junto con otros dirigentes indios, en enero de 1931.

Dicha campaña se mantuvo hasta 1932.

El 18 de abril de 1932, Surya Sen y las guerrillas que comandaba, atacaron el arsenal británico de Chittagong, pero no lograron su objetivo de apoderarse de las armas, al ser repelido por los británicos.

El 23 de setiembre, atacó el Club Europeo, el cual tenía un notorio letrero que decía: ‘No se admite la entrada de indios o perros’. El ataque no fue totalmente exitoso y el líder de los atacantes se suicidó al ser rodeado por los defensores del lugar. Surya Sen pasó varios meses escondido, siendo apresado el 17 de febrero de 1933. Fue posteriormente juzgado y sentenciado a muerte. Miembros de su partido trataron sin éxito de rescatarlo de la prisión, pero fue ahorcado el 8 de enero de 1934.

Seguidamente, en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial, y la entrada de India en ella dividió el país. Subhash Chandra Bose (que hoy en día constituye un ejemplo para las generaciones indias, tanto como Gandhi), que se había opuesto drásticamente a la entrada en la guerra, renunció al partido debido a que éste no se pronunció contra dicha guerra y creó otro (Bloque de Avance de Toda la India). Prontamente fue puesto preso, pero en 1941 logró escapar, ayudando a los japoneses en su lucha contra Gran Bretaña.

En período de entreguerras, Gandhi empezó a impulsar el movimiento ‘abandonen la India’ (…) y llamó a la desobediencia total y a actuar como un gobierno independiente a Gran Bretaña. Los británicos, alarmados por el avance japonés (Gandhi había acudido al ejército japonés en una demanda de ayuda hacia la independencia).

(…) A raíz de esas medidas, las protestas se multiplicaron por todo el país. Los trabajadores se declararon en huelga en masa. Sin embargo, no todas las manifestaciones fueron pacíficas; varias bombas estallaron, algunos edificios del gobierno fueron incendiados, la electricidad fue cortada y el transporte fue prácticamente paralizado.

Los británicos rápidamente respondieron con detenciones en masa. Más de 100.000 personas fueron detenidas y diversos manifestantes fueron apaleados en forma pública.

Ya en 1943 Bose creó el ENI (ejército nacional indio) y organizó una guerra contra los británicos en el norte de India, y aunque fueron derrotados duramente, no cesaron en el esfuerzo. Pero llegado el 1945, murió en un accidente aéreo y la guerra terminó cuando los japoneses se rindieron ante los británicos.

El Partido del Congreso, aún si haber respaldado a Bose en el uso de la violencia, consideró a los que murieron en la guerra formando parte del ENI como mártires y a los supervivientes como héroes. El Partido estableció un fondo especial para atender a los supervivientes y a los familiares de los fallecidos en combate.

A principios de 1946 todos los detenidos políticos habían sido liberados y los británicos, empujados por un agravio de los recursos económicos, políticos y militares del Imperio británico debido a la guerra, adoptaron una política de negociación con el Partido del Congreso para la independencia de la India, la cual finalmente se logró el 15 de agosto de 1947.

Podemos, terminando y en conclusión, deducir fácilmente que la revolución de India y su independencia no fueron pacíficas. Detrás de Gandhi y su movimiento de desobediencia civil, se encontraron las diferentes guerras de guerrillas, las manifestaciones violentas de los trabajadores en huelga, la guerra del norte de Bose (el gran olvidado, por cierto, en el mito ideal del pacifismo gandhiano occidental), la ayuda del ejército japonés y la Segunda Guerra Mundial, que provocaron que Gran Bretaña se viera en grave peligro económico, político y militar, y tuviera que ceder el gobierno indio’

(KntraKultura.blogspot.com)

Siguiendo con el pacifismo, también me parece interesante reproducir el siguiente texto:

La tragedia del pacifismo moral

En los años sesenta Jean Hyppolite era uno de los mandarines del mundo universitario y cultural francés. Compañero de Sartre y Aron en la Escuela Normal Superior (de la que posteriormente sería director), profesor en la Universidad de Estrasburgo y en el Collège de France, Hyppolite tuvo por discípulos a gente como Michael Foucault, Jacques Derrida o Gilles Deleuze. Fue uno de los más respetados traductores e intérpretes de Hegel en el efervescente mundo cultural francés de la segunda mitad del siglo XX, al tiempo que un socialista y un pacifista convencido.

En los sesenta, el joven doctorando Julien Freund pidió a Hyppolite que le dirigiera la tesis. Resistente durante la guerra, políticamente realista, y demasiado cercano al culturalmente marginado Carl Schmitt, el trabajo doctoral de Freund reconocía la realidad existencial de la guerra y de las nociones políticas del enemigo, violencia y fuerza.

La respuesta de Hyppolite estaba en coherencia con lo que Hyppolite era: ‘Soy pacifista y socialista. No puedo patrocinar una tesis en la que se declara que sólo existe política donde hay enemigo’.

Ironías de la historia, la tesis de Freund -que incluyó a Hyppolite en el tribunal que debía juzgarla- acabó siendo tutelada por Aron y Schmitt; hoy es un clásico de la filosofía política del conflicto.

Al igual que la de Schmitt, la obra de Freund se funda en el carácter sustancial de lo político y de las nociones amigo-enemigo.

Demasiado para un pacifista y socialista como Hyppolite: ‘Si usted tiene razón, no me queda otra salida que cultivar mi jardín’, dijo cuando le tocó responder a la presentación de Freund. A lo cual éste replicó, descarnada y rotundamente: ‘Como todos los pacifistas, piensa que es usted quien designa a su enemigo. Desde el momento en que no queramos tener enemigos, no los tendremos, piensa. Ahora bien, es el enemigo el que le elige a usted. Y si él quiere que usted sea su enemigo, lo será’. Y le impedirá incluso cultivar su jardín’.

La réplica de Hyppolite no fue menos contundente: ‘Entonces, sólo me queda el suicidio’.

Ante la descarnada realidad que Freund le puso ante los ojos, Hyppolite no pudo menos que reconocer que sus convicciones pacifistas le habían conducido a un callejón sin salida. El suicidio. Si la guerra pertenece a la política, de tal manera que no es posible concebir la una sin la otra, si la enemistad constituye la esencia de lo político, el pacifismo moral queda abocado a moverse en un mundo sin sentido; y un mundo sin sentido es un mundo en el que la vida carece de valor.

La desesperación de Hyppolite da cuenta de los límites del pacifismo moral. El ‘antes rojos que muertos’ no sólo era una afirmación ideológica de una izquierda voluntariamente ciega ante los crímenes soviéticos: era, para muchos, la afirmación suprema del pacifismo, que no es otra que el sacrificio; la demostración de la superioridad moral de quienes aceptan convertirse voluntariamente en objeto de la violencia.

El pacifismo de la no violencia no puede mostrar su valor en una historia en la que tiene las de perder, por eso mismo recurre al sacrificio, a la admisión de la propia muerte, por injusta que sea, antes que la del prójimo.

En último término, la fuerza moral de este pacifismo descansa en el hecho de que el imperativo paz a cualquier precio, empieza por uno mismo y es invariable, pase lo que pase. No sólo la esclavitud política o la rendición incondicional: la propia aniquilación se acepta de buen grado; de hecho, constituye la máxima afirmación pacifista, la prueba irrefutable de moralidad. Para que el pacifista moral sea consecuente, ha de llevar el rechazo al uso de la fuerza hasta sus últimas consecuencias.

Preferir morir a matar honra al religioso, al socrático que se conforma con detectar la inmoralidad del injusto y soportarla. Es gente que acepta el sufrimiento a cambio de una moralidad absoluta, incuestionable. Mueren por no matar, y esperan con su ejemplo, denunciar una injusticia. Ahora bien, ¿puede extenderse este maximalismo moral a la política?

(…)

Cuando el responsable político abraza este pacifismo moral, abre de par en par las puertas a la inmoralidad. ¿Puede el pacifismo ser inmoral? Sin duda.

(…)

En la Europa pacifista y hedonista, la afirmación de que algunos están llamados a matar en nombre de los demás, mueve a escándalo. Suena a herejía democrática, provoca indignación a izquierda y derecha. Matar carece de sentido para las democracias actuales. (…)  pero la enemistad es la esencia de lo político, y en algunos casos alcanza tal intensidad que acaba desatando la violencia, por mucho que consterne o indigne a los pacifistas sinceros.

En el siglo XXI, el pacifista confunde sus deseos con la realidad, tal y como lo hacía antes del 11-S. Como afirma Freund, no está en su mano elegir el enemigo; ‘si él quiere que usted sea su enemigo, lo será’. Y si quiere declararle la guerra, la declarará. El pacifista baja los brazos, muestra las palmas ante la amenaza yihadista, se indigna ante la expedición aliada a Irak. ¿Elimina así la guerra? Quizá sí de su conciencia; puede evitar la guerra apelando a la paz, pero no evitará que, tras ser declarado enemigo, la furia y la violencia se ciernan sobre él. Incluso la conciencia que clama por la paz estará en peligro tan pronto como se ponga en juego su existencia y la de las que le rodean.

Contra lo que el pacifista parece pensar, quien renuncia al uso de la fuerza no sólo no la elimina, sino que la provoca. ‘Un estado que se abandona al pacifismo, será devorado exactamente como un animal que ha renunciado a defenderse’ (Jünger). La renuncia al uso de la fuerza sólo tiene sentido en un entorno en el que todos renuncien a ella.

(…)

El pacifismo absoluto no sólo provoca la guerra: la hace aún más violenta. El belicista, el depredador humano huele el miedo; las manos blancas que el pacifista opone a su agresor sólo le provocan desprecio. Es el desprecio del ‘vosotros amáis la vida, nosotros amamos la muerte’ (Ben Laden).

(…)

(Óscar Elía Mañú, ‘¿Es el pacifismo inmoral?, www.clublibertaddigital.com)

Si el pacifismo es un mito, la violencia es una realidad, como vemos en cada momento, pues es violencia lo que la sociedad actual comporta a muchas familias desfavorecidas (esta mañana, una pediatra, en un programa radiofónico (RAC1) decía que violencia es ver a niños que les tiene que administrar hierro y complementos vitamínicos, por su deficiente alimentación), lo que la INjusticia española ejerce a nuestros líderes independentistas y a los casi tres mil independentistas imputados, etc.

Y, obviamente, la violencia que ejerció el gobierno de Felipe González, mediante el GAL (grupo antiterrorista de liberación), creado como antídoto a ETA. Ayer pudimos oír los audios de los asesinatos de José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala, ambos de 18 años, secuestrados, torturados y ejecutados en 1983. Ya sabíamos lo que había pasado, pero al oír los audios, y oír las órdenes de capitán de la guardia civil, Gómez Nieto, sólo puedo exigir que Felipe González, que siempre estuvo escondido tras la famosa ‘X’, haga caso al citado profesor Hyppolite, y se suicide. Pero, como no tiene ni un ápice de ética ni de moral, aún sigue con su sinvergüencería, y dando lecciones doctrinales y dogmáticas, como ayer, en la ‘conmemoración’ (recordatorio vergonzante) de los 40 años del golpe de estado de Tejero.

Y todos sabemos que tampoco puede haber un empate entre el pacifismo y el belicismo. Sobre el particular, cabe señalar que:

El mito del empate es el nombre que Claude Levi-Strauss le dio a una práctica que lleva a cabo la comunidad Gahuku-Gama (o Gahuku-Kama), de Nueva Guinea. Este mito nos muestra que el juego no es solo un acto de diversión, sino que pone de relieve los valores de una sociedad.

Esta comunidad tiene unas costumbres y una moral muy diferentes a las de Occidente, principalmente en lo que tiene que ver con la competitividad y el conflicto. Este grupo humano hace todo lo que esté a su alcance para que se mantenga la armonía entre los suyos.

Hay que anotar que el mito del empate fue descrito por Claude Levi-Strauss, en padre de la antropología moderna, en su libro ‘El pensamiento primitivo’. La cultura Gahuku-Gama estuvo aislada del mundo occidental hasta 1930, fecha cuando entró en contacto con misioneros que provenían principalmente de Europa.

Levi-Strauss cuenta que los misioneros les enseñaron a jugar a fútbol. Los Gahuku-Gama adaptaron la práctica de este deporte a sus propios valores y costumbres.

De manera sorprendente, se resistieron a hacer del juego un enfrentamiento entre adversarios. Eran capaces de jugar días enteros, hasta que los equipos lograban empatar. De ahí nace el mito del empate.

Para los Gakuku-Gama resulta inaceptable que haya seres humanos que se conviertan en ganadores, mientras que, por razones obvias, otros se transforman en perdedores. Ambas condiciones les resultan degradantes y van en contra de su propia estabilidad como grupo.

(…)

(lamenteesmaravillosa.com)

Como vemos, todo es muy complejo, y como explica Vicent Partal (Vilaweb) refiriéndose a los suplicatorios contra la inmunidad de nuestros diputados europeos (Puigdemont, Ponsatí y Comín), todo es un juego de ajedrez, y explica la situación del ‘zugzwang’.

‘En el ajedrez, zugzwang es aquella situación en que un jugador acba poniéndose él mismo en desventaja por la obligación de hacer una jugada. Se dice que un jugador ‘está en zugzwang’ (expresión alemana que significa ‘en obligación de mover’) cuando todas las jugadas que puede hacer tienen como consecuencia, a la larga, la debilitación de su posición, con independencia de qué aparente el movimiento concreto que hace en el tablero’

Visto todo lo expuesto hasta aquí, me parece que los independentistas catalanes debemos evitar pensar que estamos en situación de zugzwang, debemos considerar y aprender de la historia india, y de las teorías de Freund.

Vemos que el mensaje ‘Nos habéis enseñado que ser pacíficos es inútil’ citado, es cierto. Y no es que quiera ningún tipo de violencia, pero sí que hay muchas formas de presionar, en muchos campos y formas.

Y si no lo hacemos, y seguimos con manifestaciones con el lirio en la mano, seguiremos perpetuando la situación actual (y ya vemos que Pedro Sánchez está blanqueando hasta al rey emérito). Sabemos que el estado español nos considera sus enemigos y nos aplica su represión. Por eso no podemos dedicarnos a dejarlo todo e irnos a nuestro jardín (o sofá), pues, en su momento, ni eso podremos hacer, como dijo Freund.