En mi escrito de ayer acabé apuntando lo siguiente:
‘(…) todos los políticos viven del sistema, pues nos hacen creer que tienen su cuota de poder, cuando, en realidad, son simples funcionarios endiosados, ególatras, que sólo miran por su supervivencia. Si tuvieran un mínimo de dignidad y ética, dimitirían, y se volverían a la empresa privada o al paro, rehuyendo todas las puertas rotatorias.
Esa sería una importante forma de confrontación con el estado. Hacer que la gobernanza autonómica salte por los aires. Romper las reglas de juego del reino.
Así, nadie iría a la cárcel, ni serían juzgados, que es lo que temen.
Pero, claro, perderían sus actuales prebendas, y eso les frena y les retrata. Y así nos va y nos irá’.
Pido perdón por la auto-cita, pero me parece precisa para desarrollarla seguidamente.
Como es lógico, entre los independentistas de base tampoco hay una unidad de criterio, pues todo depende del factor tiempo; unos lo consideramos más crítico, mientras que otros lo consideran de forma más laxa. Y esa diferente apreciación es determinante, obviamente.
Por la propia ley de vida, los más mayores son los que tenemos más prisa, pues el tiempo se nos acaba, y queremos ver resuelto el problema, no traspasarlo a nuestros hijos y nietos. Consideramos que eso sería una irresponsabilidad.
También los hay que, por el contrario, consideran que ya hemos hecho ‘lo nuestro’ y que las siguientes generaciones ya darán otros pasos, si lo estiman pertinente, pues el futuro será su tiempo.
El escritor Josep Vallverdú (Lleida, 1923), que cumplirá los 100 años el próximo mes de julio, en una entrevista:
‘(…) Para responder a la pregunta de ¿cómo se llega a esa edad?, contestó que a veces me hacen preguntas estúpidas, y citó a los escritores Josep Pla, que dijo: ‘el hombre llega a viejo por pura y simple casualidad’, y Gaziel: ‘En la vida, cuando somos jóvenes nos hacemos un proyecto: quiero llegar a aquella meta, y cuando somos viejos, el veinte por ciento de lo que nos habíamos propuesto lo hemos conseguido por nuestro esfuerzo, y el ochenta por ciento, es obra del azar’, el azar domina nuestras vidas, cuando miras atrás, lo ves.
(…) Josep Pla decía que: la vida es un continuo de palos con un tiempo de descanso’, has de estar preparado para que vengan malos tiempos, pero mientras tengas un tiempo bueno, lo has de aprovechar bien, esto te reforzará el espíritu para afrontar las dificultades.
(…) Todo el mundo tiene un poco de vanidad, y se ha de saber esconder porque es muy fea. Muchas veces no sirve para nada, pues satisface un momento un ego, que en el fondo es muy profundo. La vanidad es muy superficial. La vanidad es muy superficial, y todos hemos accedido.
(…) Cuando tenía trece años empezó la guerra. Mi primo fue al frente y estaba contento porque lo colocaron en comunicaciones. El primer día llaman por teléfono, lo coge y muere electrocutado: un cable de alta tensión había caído encima de la línea telefónica (…)’.
(Gemma Ventura Farré, https://www.catorze.cat)
Atendiendo a esos consejos, los independentistas queremos conseguir la independencia por nuestros esfuerzos (20% según el citado Gaziel), pero sabemos que, efectivamente, el azar influye de forma notable, tal como comenté en un escrito precedente, poniendo el ejemplo de la persecución al F. C. Barcelona, pues, si finalmente castigan al club de fútbol, haciéndole bajar de categoría, quizás, un hecho ‘menor’ como éste, puede hacer saltar la chispa que otros hechos más importantes, como el exilio, encarcelaciones, inhabilitaciones, sanciones, etc., no han conseguido movilizar.
Analizando la situación actual, es fácil diferenciar entre los independentistas de base y los políticos, los ‘colocados’ en los partidos, instituciones, etc., es decir, los ‘profesionales’, por eso me parece necesario diferenciar las posibles acciones que cada sector puede realizar.
Ahora bien, en primer lugar, es preciso clarificar, realmente, de forma clara y nítida, si cada uno de esos sectores quiere conseguir la independencia y si está dispuesto a la confrontación con el estado.
Si la respuesta es negativa, o si se quiere la independencia sin confrontarse con el estado represor (por ejemplo, siguiendo con mesas de diálogo fallidas, con sueños de acuerdos de claridad, etc.), nada que objetar, es muy humano tanto tener miedo a la represión, como a querer mantener el actual statu quo, con las consiguientes prebendas económicas y las pequeñas cuotas de ‘poder’, allá cada cual con su erótica de poder.
Pero, claro, les exigimos un mínimo de transparencia, un mínimo de ética: que reconozcan esos temores y deseos, que no nos engañen más, y así, los votantes actuaremos en consecuencia.
Por todo ello, nos encontramos con:
- políticos, ‘líderes’, ocupando puestos de relevancia, que prefieren la ‘conllevancia’ orteguiana, que, por dichos temores y deseos, prefieren mantener el statu quo actual, y así, ‘el que día pasa, año que empuja’.
- políticos, ‘líderes’, más proclives a la confrontación, pero que no tienen las ideas claras y, además, les falta el valor preciso.
- independentistas de base ‘pragmáticos’ (yo diría decepcionados y desmotivados), que consideran que no hay nada que hacer, que perdimos nuestra ocasión en el 2017, y que con los políticos que tenemos, con la España que sufrimos, etc., no hay nada que hacer, y que otras generaciones ya se espabilarán.
- independentistas de base, decididos a la confrontación, pero de bajo nivel y nulo riesgo, como los que nos manifestamos con diferentes modalidades y periodicidades, que estimamos que ya hacemos algo, y que toca al resto de la ciudadanía ponerse las pilas.
Pues bien, ante este panorama, me parece que los independentistas de base, unos y otros, tenemos dos únicas opciones, si realmente queremos la independencia:
Como escribí ayer, y he reproducido al inicio del presente escrito, deberíamos exigir que los políticos de partidos independentistas, todos, dimitan inmediatamente de todos sus puestos institucionales: diputados, concejales, gobiernos, etc.
Esa sería una forma clara, directa y contundente de confrontación, que no les comportaría ningún riesgo legal, pues no podrían ser perseguidos, juzgados ni sancionados. Obviamente, perderían sus prerrogativas, pero todo funcionario público debe anteponer el bien común ante el personal.
No me valen los argumentos de que los diferentes gobiernos gobiernan para todos, independentistas y unionistas, pues podría gestionarse el día a día, durante el breve espacio de tiempo que esta situación sería efectiva, ya que estoy convencido que el estado español tendría presiones de las instituciones europeas, que se verían obligadas a intervenir, al ver Catalunya en un estado de ‘shock’.
Si los políticos, mayoritariamente no dimitiesen, la ciudadanía tendríamos el arma letal definitiva: nuestro voto, y castigar a los que sigan aferrados a sus poltronas.
La ley orgánica 5/1985, de 19 de junio, del régimen electoral general, diferencia:
- el voto nulo (art. 96) el voto emitido en sobre o papeleta diferente del modelo oficial, así como el emitido en papeleta sin sobre o en sobre que contenga más de una papeleta de distinta candidatura. En el supuesto de contener más de una papeleta de una misma candidatura, se contabilizará sólo una. También serán nulos los votos emitidos con tachaduras, textos, alteraciones, etc.
- el voto en blanco, pero válido, el sobre que no contenga papeleta.
Y, claro, la ciudadanía tenemos, asimismo, la opción de la abstención.
Cada una de esas opciones tiene su incidencia, como es sabido, pues si los independentistas no votásemos, ganarían los unionistas, está claro. Pero si la participación fuese mínima, si se quedase en un 30%, por ejemplo, realmente tendrían la legalidad para ocupar las instituciones, pero carecerían de la legitimidad del respaldo popular, y sólo los que tuvieran sus niveles éticos y morales a ras de suelo, obviarían ese ‘pequeño detalle’, para tirar adelante el sistema. Y, en ese caso, cabría suponer que la UE tomaría cartas en el asunto.
Es evidente que la abstención perjudica directamente a los partidos cuyos votantes tradicionales se abstienen. Y sabemos que los partidos de derechas, históricamente, son más ‘disciplinados’ y aprovecharían esa situación (el PSC/PSOE y los Comunes, también la aprovecharían).
El voto nulo, al no resultar válido, teóricamente no presenta impacto en los resultados, pues ni suma ni resta escaños. Mientras que el voto en blanco, al considerarse válido, repercute a la hora de fijar el mínimo de representación, pues según la Ley d’Hont, el voto en blanco se suma al total de las papeletas emitidas sobre el que se efectúa el reparto proporcional de los escaños, y perjudica a los partidos más pequeños y favorece a los mayoritarios.
Así, la abstención y el voto nulo no afectan al reparto matemático de los escaños entre los votos emitidos (incluidos los votos en blanco), pues se distribuyen con la fórmula ‘de la media mayor’. La incidencia es política, claro.
Pero, claro, la opción de la abstención, siempre se enmascararía con el porcentaje de abstencionistas habituales en toda votación, ya sea por vocación ácrata, los apáticos, los antisistema o los ocasionados por problemas técnicos (especialmente de los desplazados), por lo que dificultaría una lectura clara y diáfana.
El voto nulo no incide en la fórmula matemática de reparto, pues no se contabilizan, pero sí que se cuentan y se deben constar en las actas electorales.
El voto en blanco, como ya se ha visto, perjudica a los partidos pequeños; así que la opción que me parece mejor es la del voto nulo. Esta opción tendría una lectura inequívoca: nuestro interés en participar y nuestra disconformidad con los candidatos, con los políticos ‘independentistas’ aferrados a sus actuales prebendas que les garantiza el statu quo.
En definitiva, si realmente queremos romper el statu quo que nos atenaza y nos impide ser lo que queremos ser, y si los políticos no quieren perder su ‘colocación privilegiada’, nos queda el voto nulo, como arma de destrucción masiva del sistema autonomista.
En las elecciones municipales del 2019, en Catalunya, de un censo electoral de 5.422.407, los votos contabilizados fueron 3.513.330 (un 64,81%), las abstenciones 1.907.302 (un 35,19%), los votos nulos 21.609 (un 0,62%) y los votos en blanco 36.576 (1,05%)
En las elecciones municipales del 2015, en Catalunya la participación fue del 58,52%, las abstenciones del 41,48%, los votos nulos el 0,96% y los votos en blanco el 1,69%.
Al nivel del estado español, en ambas elecciones municipales, la participación fue del 65%.
En las elecciones autonómicas de Catalunya, del 2021, con un gran pesimismo predominante, los resultados fueron:
Censo: 5.624.067; Votos válidos: 2.843.415 (50,56%); Abstención: 2.780.652 (49,44%); Votos en blanco: 24.087 (0,43%); Votos nulos: 41.430 (0,74%)
Es importante resaltar que, en las elecciones autonómicas de diciembre del 2017, la participación global fue del 79,09% (de los cuáles, el 99,19% votos válidos a candidaturas), la abstención un 20,91%, los votos nulos el 0,37%, los votos en blanco un 0,44%.
En las del 2015: participación 74,95% (99,08% válidos a candidaturas), abstención 25,05%, votos nulos (0,39%) y votos en blanco (0,53%)
En las elecciones del 2017 y 2015, todavía estábamos motivados, por eso la participación fue alta, en contraste con las elecciones autonómicas del 2021.
En el 2017, los partidos independentistas conseguimos los siguientes resultados: JuntsxCat: 948.233 votos, un total del 21,66%; ERC – Cat Si: 935.861 votos, un total del 21,38%; Cup: 195.246 votos, el 4,46%. Es decir, un 47,5%.
Si participásemos todos activamente, para alcanzar el 80% y mayoritariamente (un 40 o 50%) de esos votos fueran nulos, los ‘elegidos’ tendrían legalidad, pero no la legitimidad. Y esa arma, deberíamos considerarla, pues sería una confrontación importante y yo creo que decisiva.