El uso adecuado del lenguaje, especialmente en el ámbito de los discursos públicos, es un reflejo de la profesionalidad, la educación y el respeto hacia la audiencia. Cuando se trata de figuras públicas y, más aún, de funcionarios del gobierno, el impacto de cada palabra es amplificado, puesto que no sólo representan su voz, sino la de la institución que encabezan. Así, el discurso se convierte en un medio a través del cual la autoridad, la seriedad y la confiabilidad son comunicadas. No obstante, cuando se recurre a expresiones vulgares o altisonantes, se corre el riesgo de comprometer tanto la imagen personal, como la de la institución que encabezan y en cierto grado la de la administración en general.
El reciente episodio protagonizado por Ana Gabriela Guevara, titular de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), ha generado cierta controversia derivado de sus declaraciones como: “Todo lo que gano me lo trago, me lo unto y me lo visto como me da mi chingada gana” en una conferencia de prensa después de los Juegos Olímpicos en la que además de otras cosas se le cuestionó sobre sus gastos; Este, es un claro ejemplo de cómo el uso de una palabra puede desviar la atención del tema principal, quitar estructura al discurso y enfocar la conversación en un factor que probablemente es emocional y no uno enfocado en los resultados.
Ciertamente muchos de nosotros, sino es que todos, hemos hecho uso de la palabra “chingar”, en un contexto o en otro, vamos tiene un lugar especial en la cultura popular mexicana. Su flexibilidad y múltiples significados la convierten en una expresión que puede comunicar una amplia gama de emociones, desde frustración hasta celebración. Sin embargo, su uso en un discurso público y sobre todo en el de un funcionario de Estado, deja al descubierto una falta de juicio en cuanto a la adecuada contextualización del lenguaje. Y es que, el uso de lenguaje informal o incluso vulgar puede ser tolerado en ciertos espacios, como en una conversación casual o en un ámbito estrictamente personal, pero en una conferencia de prensa, donde se espera que los funcionarios sean la imagen de la profesionalidad y la transparencia, el uso de dichas expresiones puede percibirse como una falta de respeto y, sin duda, una falta de control emocional.
Como siempre lo he dicho, es importante entender el contexto, y por eso debemos recordar que Ana Guevara, ha estado bajo la lupa por diversas acusaciones de corrupción y mal manejo de recursos, por sus respuestas y atención hacia los atletas y por ser percibida como la funcionaria más corrupta del gobierno de AMLO en 2023 según la encuesta de “México Elige”, algo que sólo agrava la situación.
Ahora, no debemos estigmatizar el uso de la palabra chingar, existen personajes públicos a quienes el empleo de palabras altisonantes dentro de su discurso no demerita su imagen, pues forma parte de su esencia, como Niurka, por ejemplo, una figura del espectáculo, que ha construido una imagen basada en su carácter explosivo y en el uso de un lenguaje coloquial y directo. En cambio, Guevara, en su rol como funcionaria pública, tiene responsabilidades y expectativas diferentes, el contexto en el que opera requiere un tipo de comunicación que inspire confianza, seriedad y profesionalismo. Aunque ambas figuras pueden compartir el uso de un lenguaje fuerte y directo, el impacto de sus palabras es radicalmente diferente debido a los roles que desempeñan y a las expectativas que el público tiene de cada una.
Al final, el discurso público debe ser claro y directo, pero también adecuado y respetuoso, siempre adaptando al contexto. Porque, debemos tener en claro que el lenguaje es una herramienta poderosa que puede construir o destruir la imagen de un líder. Recordemos, que el verdadero desafío para las figuras públicas de la política no es sólo evitar el uso de palabras vulgares, sino comunicar de manera efectiva, transparente y respetuosa, logrando que el mensaje, y no la controversia en torno a su elección de palabras, sea lo que perdure en la mente de la audiencia.