Esta semana hemos tenido dos importantes maneras de encarar un problema, de enfocarlo, o, mejor dicho, en ambos casos, de desenfocarlo:
Pedro Sánchez
En su entrevista telemática con los presidentes autonómicos, les “ofreció la posibilidad de realizar el estado de alarma por territorios, a propuesta y gestión de los presidentes autonómicos (…) Después de meses de discusión con las autonomías por la centralización de la gestión del coronavirus, ahora Sánchez presume de ‘cogobernanza’ con esta fórmula que, tal como afirmó, no había sido previamente consensuada ni solicitada por ningún presidente autonómico. (Habrían de comparecer al Congreso para pedir el aval de los grupos parlamentarios -serían la autoridad competente, allá dónde se aplique.”
(O.T. Serra, Ara 26/8)
“El hecho que los presidentes autonómicos -vía delegación del gobierno español- puedan gestionar un estado de alarma en su comunidad, da más cobertura legal a muchas de las medidas que quieran aplicar para hacer frente a la pandemia. Con todo, las autonomías que pidan la aplicación no tendrían poderes absolutos: el ejecutivo de Pedro Sánchez podrá retirar a las comunidades la delegación de la aplicación de este régimen excepcional, que permite la limitación de derechos de manera temporal.”
(Anna Mascaró, Ara, 26/8)
Como dijo Joan Carles Calbet, en un tuit: ’Hace semanas el gobierno ponía el grito en el cielo cuando la Generalitat quería aplicar medidas diferentes del resto. ‘El virus no entiende de territorios’. Ahora Pedro Sánchez dice que cada comunidad podrá, incluso, declarar el estado de alarma, si lo cree conveniente. ¡Muy coherente!’.
F. C. Barcelona
Lionel Messi envió un burofax al F. C. Barcelona, comunicando su deseo de rescindir su contrato; y Josep María Bartomeu (presidente del club), le contestó por ese mismo medio, pidiéndole que no marche y que se retire en el club.
No deja de ser curioso que en un momento que el teléfono móvil permite las llamadas y videoconferencias, se utilice un formato tan ‘legalista’, se siga un procedimiento, una forma de constancia ante futuros juicios previsibles.
Es evidente que los nervios, tras la derrota ante el Bayern de Múnich, han hecho que la directiva del club haya perdido los nervios; pero aún así, no es de recibo que una entidad llegue a despedir a trabajadores mediante una simple llamada telefónica de un minuto (por ejemplo, de Ronald Koeman a Luis Suárez). Eso es una falta de respeto hacia el trabajador y una falta de talla profesional y personal de la directiva; y eso es frecuente, en momentos ‘difíciles’ es habitual que los superiores carezcan de recursos, de valor y responsabilidad (en mis largas décadas en una multinacional, lo he visto muchas veces).
Pero no es de recibo, no es aceptable, ya que lo importante es hablar, afrontar el problema seriamente, discutir los pros y contras, en definitiva, actuar de forma ética y moral con los otros.
Tanto a Pedro Sánchez como al F. C. Barcelona les ha traicionado la estrategia, el tacticismo, el interés a imponer su propio relato de los hechos; y eso sin contar, no ya con los presidentes autonómicos o con Lionel Messi, sino que aún menos, con la ciudadanía y con los socios y seguidores del equipo, respectivamente.
En ambos casos, como he dicho, se confirma una manera de actuar, de proceder, muy personal, y, como máximo, aconsejados por sus respectivos asesores de imagen; mostrando, de ese modo, un proceder narcisista y ególatra.
A ambos les sería muy oportuno leer la siguiente fábula:
“Adaptación de la antigua fábula de Esopo (¿600 a. C.? – 564 a.C.):
El cuervo y la jarra:
Un caluroso día de verano, de esos en los que a todos los animales a resguardarse a la sombra de sus cuevas y madrigueras, un cuervo negro como el carbón empezó a sentirse muy cansado y muerto de sed.
El bochorno era tan grande que todo el campo estaba reseco y no había agua por ninguna parte. El cuervo, al igual que otras aves, se vio obligado a alejarse del bosque y sobrevolar las zonas colindantes con la esperanza de encontrar un lugar donde beber. En esas circunstancias era difícil surcar el cielo, pero tenía que intentarlo porque ya no lo resistía más y estaba a punto de desfallecer.
No vio ningún lago, no vio ningún río, no vio ningún charco … ¡La situación era desesperante!
Cuando su lengua ya estaba áspera como un trapo y le faltaban fuerzas para mover las alas, divisó una jarra de barro en el suelo.
¡Oh, una jarra tirada sobre la hierba!, ¡Con suerte tendrá un poco de agua fresca!
Bajó en picado, se posó junto a ella, asomó el ojo por el agujero como si fuera un catalejo, y pudo distinguir el preciado líquido transparente en el fondo.
Su cara se iluminó de alegría: ¡Agua, es agua!, ¡Estoy salvado!
Introdujo el pico por el orificio para poder sorberla, pero el pobre se llevó un chasco de campeonato ¡Era demasiado corto para alcanzarla!
¡Vaya, qué contrariedad!, ¡Eso me pasa por haber nacido cuervo en vez de garza!
Muy nervioso se puso a dar vueltas alrededor de la jarra. Caviló unos segundos y se le ocurrió que lo mejor sería volverla y tratar de beber el agua antes de que la tierra la absorbiera.
Sin perder tiempo empezó a empujar el recipiente con la cabeza, como si fuera un toro embistiendo a otro toro, pero el objeto ni se movió y de nuevo se dio bruces con la realidad: no era más que un cuervo delgado y frágil, sin la fuerza suficiente para tumbar un objeto tan pesado.
¡Maldita sea!, ¡Tengo que encontrar la manera de llegar hasta el agua o moriré de sed!
Sacudió la pata derecha e intentó introducirla por la boca de la jarra para ver si al menos podía empaparla un poco y lamer unas gotas. El fracaso fue rotundo, porque sus dedos curvados eran demasiado grandes.
¡Qué mala suerte!, ¡Ni siquiera cortándome las uñas podría meter la pata en esta estúpida vasija!
A estas alturas ya estaba muy alterado. La angustia que sentía no le dejaba pensar con claridad, pero de ninguna manera se desanimó. En vez de tirar la toalla, decidió parar un momento y sentarse a reflexionar hasta hallar la respuesta a la gran pregunta: ¿Qué puedo hacer para beber el agua que hay dentro de la jarra?, ¿Qué puedo hacer?
Trató de relajarse, respiró hondo, se concentró, y de repente su mente se aclaró ¡Había encontrado la solución al problema!
¡Si, ya lo tengo!, ¡¿Cómo no me di cuenta antes?!
Empezó a recoger piedras pequeñas y a meterlas una a una en la jarra. Diez, veinte, cincuenta, sesenta, noventa … Con paciencia y tesón trabajó bajo el tórrido sol hasta que casi cien piedras fueron ocupando el espacio interior y cubriendo el fondo. Con ello consiguió lo que tanto anhelaba: que el agua subiera y subiera hasta llegar al agujero.
¡Viva, viva, al fin lo conseguí!, ¡Agüita fresca para beber!
Para el cuervo fue un momento de felicidad absoluta. Gracias a su capacidad de razonamiento y a su perseverancia, consiguió superar las dificultades y logró beber para salvar su vida.”
Y esa capacidad de razonamiento no la han mostrado ni Pedro Sánchez ni Josep María Bartomeu, les ha faltado empatía, han menospreciado las formas, ya que, para ellos, ‘su fondo’ es lo que les interesa. Y eso es un error infantil, pues la forma y el fondo van estrechamente ligados y se autodeterminan, se condicionan mutuamente, pues:
“Forma, del griego ‘morphé’ (forma, aunque los filósofos griegos utilizaron también ‘schéma’ y ‘éidos’, para referirse al mismo concepto). Con el término forma se designaba en sus primeros usos la figura interna de las cosas, captable sólo mentalmente, que terminaría identificándose con la esencia, con lo que es realmente (en Platón, la idea, por ejemplo)
Para Aristóteles, la forma es también la esencia del objeto, aquello por lo que algo es ‘lo que es’, y la distingue y opone a la materia de la que está hecho el objeto. La forma y la materia constituyen una unidad indisoluble (la sustancia, la realidad individual y concreta) de modo que ninguna de ellas tiene realidad ni existencia separada de la sustancia de la que son forma y materia, respectivamente.
Los filósofos escolásticos distinguirán varias clases de ‘formas’ (artificiales, naturales, sustanciales, accidentales)
(…)
En la filosofía del siglo XX el concepto de forma se ha usado sobre todo asociado a la idea de estructura.
La forma es la apariencia externa de las cosas. La forma es la identidad de cada cosa, es una conjunción de puntos, de líneas, de planos, de colores, de texturas, que originan el aspecto de algo determinado y que lo distinguen de otro objeto o cosa (flor, silla, cocina, cama, etc.)
En definitiva, quitar importancia al propio discurso, como hace Pedro Sánchez, que desde mediados de marzo justificó que el estado de alarma a nivel estatal era la única forma de proceder contra la pandemia, argumentando que el virus no entiende de fronteras; y ahora, decir, lo contrario, para ‘escabullirse’ de nuevas críticas; o José Mª Bartomeu, actuando también con esa prepotencia, ya que despedir a trabajadores vía telefónica (llamadas de un minuto), o limitarse a dar el acuse de recibo del burofax, contestando con otro a Messi, es mostrar una incapacidad, en ambos casos (Sánchez y Bartomeu), de dialogar, o, mejor dicho, peor todavía, un menosprecio al diálogo. Ya hemos visto repetidamente que Sánchez considera el diálogo, con su discurso, y esperar que los otros acaten su trágala.
Es difícil tener empatía, ponerse en lugar de los otros, reconocer el verdadero interés de la ciudadanía y de los simpatizantes del club, respectivamente. Pero, seguir su auto-consejo, o el de sus asesores de marketing, puede resultar como en la siguiente fábula:
Félix María Samaniego (1745-1801)
“El perro y el cocodrilo:
Bebiendo un perro en el Nilo,
al mismo tiempo corría.
‘Bebe quiero’, le decía
un taimado cocodrilo.
Díjole el perro prudente:
‘Dañoso es beber y andar;
pero ¿es sano el aguardar
a que me claves el diente?
¡Oh, qué docto perro viejo!
yo venero tu sentir
en esto de no seguir
del enemigo el consejo.
Por todo ello, tanto los ciudadanos, como los socios, debemos actuar en consecuencia; no podemos aceptar ese tipo de proceder casi absolutista, hemos de buscar formas democráticas. Nosotros debemos saber que la forma y el fondo van ligadas; y si se pierden las formas, perdemos el fondo; y eso lo tenemos siempre presente en nuestras manifestaciones, ya que, si se perdiese la forma pacífica de las mismas, se deslegitimaría el fondo, el objetivo final que perseguimos, que no es otro que la independencia de Catalunya.
Amadeo Palliser Cifuentes