Procés (catalán, significa proceso). Y el ‘procés català’ popular y coloquialmente, se refiere al conjunto de acciones sociales y políticas realizadas por el movimiento independentista catalán, especialmente desde el 2012.
En todos estos años, esa denominación (procés o proceso) ha sido utilizado con carácter general por toda la población catalana, y también por todos los medios de comunicación, los unionistas incluidos.
Pues bien, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, esta mañana (7/9) en una entrevista a RTVE, para referirse al ‘procés’, la dicho ‘el mal llamado procés’, ésta ha sido ‘gran aportación intelectual’, su última ocurrencia, para seguir denigrando al movimiento que representa.
Este cambio de nombre, este rebautizo, podría haberse planteado en el momento inicial, defendiendo la definición de la Real Academia Española de la Lengua, que estipula las siguientes acepciones:
Proceso:
1. Acción de ir hacia delante.
2. Transcurso del tiempo.
3. Conjunto de las fases sucesivas de un fenómeno natural o de una operación artificial.
4. Conjunto de actos y trámites seguidos ante un juez o tribunal, tendentes a dilucidar la justificación en derecho de una determinada pretensión entre partes y que concluye por resolución motivada.
5. Causa criminal.
Etimológicamente:
“La palabra proceso viene del latín processus (avance, marcha, desarrollo). (…) Pro (hacia delante) y el verbo latido cederé (andar, marchar, caminar)”.
De acuerdo con estas definiciones, y bajo la perspectiva actual de Pedro Sánchez, podría defenderse que, según los poderes del estado, los independentistas no íbamos ni marchábamos a ningún lado. Pero, en este momento, salir con esta nueva ‘descalificación’, lo que efectivamente muestra es su ‘retroceso’ mental, su marcha atrás, su retrovisión.
Y salir ahora, más de ocho años después de venir utilizando la expresión ‘procés’, sin ningún tipo de problema, con esa argucia dialéctica, lo que hace, asimismo, es mostrar su prepotencia y su incultura. Debe creer que, con el cambio de denominación, se acaba de rematar el problema; debe considerar que se trata como la sustitución de la denominación de una calle o plaza, para eliminarlo del nomenclátor callejero, que se sustituye, y borrón y cuenta nueva. Y, por lo tanto, desconoce las siguientes expresiones:
· ‘Perdona a tus enemigos, pero jamás olvides su nombre’, John Fitzgerald Kennedy
· ‘Dura el nombre más que el hombre’
He comentado que ese cambio de denominación por parte de Sánchez es una muestra más de su prepotencia, ya que al fin y al cabo, quién se cree él que es, para cambiar, ahora, una denominación popularmente aceptada. Se cree que ahora ha recibido la iluminación correctora.
Y también he comentado que es una muestra más de su limitado nivel cultural, ya que la controversia entre el nombre y el concepto viene de siglos atrás, así como la discusión de si el nombre hace al objeto o, contrariamente no incide; asimismo, otros pensadores consideran que es independiente el nombre del objeto, pero el concepto es el concepto.
No es preciso recurrir al Triángulo de C. K. Ogden y I. A. Richards, expuesto en su obra ‘El significado del significado: un estudio de la influencia del lenguaje sobre el pensamiento y de la ciencia del simbolismo’ (1923). En ese triángulo semiótico, en los vértices sitúan:
· Al significante, o forma sensible y meramente percibida del signo lingüístico, nombre o símbolo.
· El significado, o concepto ideal y abstracto asociado a dicho significante, y
· El referente, u objeto real del mundo al que se asocian tanto el significado como el significante.
Pero si que es más asequible recurrir a Platón (427-347 a.C.):
“Crátilo y Hermógenes, en diálogo con Sócrates: el primero aboga por el carácter natural del lenguaje, la adecuación del nombre a una esencia. El segundo, por su carácter convencional, la adecuación a uso y costumbres.
La disyuntiva esencial que atraviesa toda la historiografía: si el lenguaje es natural – y entonces existe una relación intrínseca entre las palabras y lo que ellas significan -, o convencional, es decir, producto de relaciones arbitrarias ente la cosa y el nombre”.
(Wikipedia)
Y en ese sentido, tanto Crátilo como Hermógenes nos darían la razón, creo, ya que la denominación de ‘procés’ se adapta tanto a la esencia, como he comentado, como al uso y costumbre, también citado.
“En la filosofía medieval, el término realismo hacía referencia a una posición que consideraba las formas platónicas, o conceptos universales, como reales. Esta posición fue defendida frente al nominalismo, que negaba la existencia de tales universales.
La razón por la que el término realismo se aplica a diferentes corrientes filosóficas muy diferentes entre sí es por la naturaleza del objeto. Puede ser material, espiritual, una idea”.
(Wikipedia)
Y si los independentistas consideramos que estamos en un proceso hacia la independencia, con graves obstáculos, y quizás con un final a muy largo plazo, pero proceso, al fin y al cabo, y esa es la esencia del movimiento; asimismo, el movimiento, como tal, siempre es un proceso hacia una meta. Y si nosotros, los ‘padres y padrinos de la criatura’ vemos adecuada esa denominación; porqué ha de decir Pedro Sánchez que es un ‘mal llamado proceso’, a no ser que ya lo de por zanjado, descabezado, como se jactaba la ‘gran’ política Soraya Sáez de Santamaría. En este caso, obviamente, sería una muestra más de su miopía social y política de Catalunya.
Por lo visto, el reino de España se atiende al primer versículo de la Biblia, que dice que ‘Al principio fue el Verbo’, antes del verbo no hay nada, ni tan solo existe el sustantivo; pero después del verbo, deben seguir el sustantivo y la oración completa, ya que toda acción es respecto a una concreción, se va hacia un sitio u otro, pro o retro avance.
Obviamente, los nombres, las denominaciones, son elegidos con un criterio de brevedad, a fin de que la identificación de la persona, cosa o concepto, sea fácil, rápida y clara. Y el nombre de ‘procés’ se ajusta a todos estos criterios; así que Pedro Sánchez debe callar y dedicarse él y sus asesores, a los temas cruciales, que tiene muchos.
Y superando la discusión sobre el nombre, para pasar al concepto, que:
‘es la abstracción intelectual de las características o notas esenciales de un elemento físico o idea’.
(Wikipedia)
Es decir, si prescindimos de la denominación de nuestro ‘procés’, para pasar a su esencia, a las actividades para conseguir nuestra independencia; es evidente que choca totalmente con la idea que tiene Pedro Sánchez, que lo considera ya abortado, sin proceso, es decir, sin posibilidad de avanzar, y así, difícilmente se podrá dialogar ni negociar nada en absoluto.
Si uno quiere negociar sinceramente, ha de tener la empatía necesaria para entender a su oponente, y, aunque ambos estén en las antípodas, los dos deben ir cediendo, para irse aproximando paulatinamente. Y cada cesión debe ser correspondida por otra equivalente por parte de opositor. Lo que no es de recibo es que una de las partes tenga un poder superior que desequilibre la negociación, pues, en ese caso, no hay negociación, hay un trágala. Y, en este caso, si el más poderoso ofrece flecos ajenos, circunstanciales, para intentar ‘despistar’ y desvirtuar el avance, obviamente, la negociación no será ni ética ni moral, ya que no posibilitará un verdadero avance que posibilite la solución del conflicto.
Y, dada la visión de Pedro Sánchez, me parece que estamos en esta encrucijada, ya que ahora intenta ‘vender’ la aprobación de sus presupuestos generales del estado, los mejores del mundo mundial para todos, y, eso, lógicamente, debería tratarse de forma independiente a la negociación política del procés. Además, sabemos, por experiencia, que Pedro Sánchez no tiene palabra, que no es una persona de fiar, y que una vez aprobados sus presupuestos, se olvidaría de la mesa de diálogo.
En definitiva, que discrepamos del nombre y del concepto, y, con estos cimientos no se puede construir un acuerdo político para solucionar el que ellos denominan y consideran ‘el finiquitado problema catalán’.
Así que debemos ir adelante, como señaló Carles Puigdemont, mediante una ‘confrontación democrática inteligente’.
Amadeo Palliser Cifuentes