La imagen pública es un delicado equilibrio entre percepción, autenticidad y estrategia. Recuerdan el escándalo del que hablamos hace unos meses sobre cómo la imagen de Blake Lively estaba siendo destrozada en redes sociales, pues se le estaba tachando de insensible por no hablar de manera empática sobre los problemas que abordaba su más reciente película “Romper el Círculo”. Pues, hay novedades respecto a todo este idilio. Recientemente Lively presentó una denuncia contra Justin Baldoni, su coprotagonista y director en la película, por acoso sexual y comportamiento inadecuado, dicha demanda publicada por The New York Times, con fragmentos de textos, nombres de otros artistas, entre otras cosas pone en entre dicho, ahora, la reputación y la labor de Baldoni.
Ciertamente, este tipo de situaciones deja en evidencia cómo los conflictos internos pueden trascender los límites privados y desbordar al dominio público, afectando profundamente las percepciones de las partes involucradas, sin duda aquí la reputación de nadie saldrá ilesa; y sí, este es un buen ejemplo para no creernos al 100% lo que vemos en redes sociales. Y es que este caso, aparentemente anclado en el acoso laboral y las represalias, es un ejemplo claro de los desafíos de mantener una reputación sólida en un entorno digital implacable y de alta exposición, donde todos tienen libertad de verter su opinión y exponer teorías no fundamentadas.
En este escenario, la narrativa jugó un papel fundamental. Según la demanda, Baldoni y su equipo emplearon una estrategia preventiva de gestión de crisis para mitigar daños anticipados a una problemática con Blake, que bien pudo permanecer sólo entre los afectados. Sin embargo, la evidencia sugiere que esta estrategia se transformó en una herramienta, no sólo para posicionar positivamente la imagen de Justin sino, principalmente, para desprestigiar a su coprotagonista pues lo que se publicó sobre ella, que además, por algún motivo estuvo sustentando por algunas malas entrevistas de Lively durante la promoción de la película, permitieron que la estrategia se cimentara, al grado de que, por ejemplo, la línea de productos para el cabello de la actriz calcula que perdió hasta un 78 por ciento en ventas. El control de la narrativa pública es un arma poderosa, pero su uso con fines cuestionables plantea preguntas fundamentales sobre ética y transparencia en la gestión de reputación.
Este caso también evidencia cómo la reputación no puede desvincularse de la conducta personal. Baldoni, autoproclamado aliado feminista, construyó una marca basada en valores de igualdad y respeto, nada menos en días pasados recibió un premio por lo mismo. Sin embargo, las acusaciones de Lively contradicen profundamente esta narrativa, y aquí es donde la audiencia seguramente pondrá sobre la balanza la credibilidad de las palabras y las acciones del actor, así como lo hizo con la actriz. Recordemos que la percepción pública no es estática; evoluciona con cada acción, cada palabra, y cada omisión. Cuando una marca personal, ya sea un individuo o una institución, enfrenta una crisis, la transparencia y la coherencia son esenciales para mantener y restaurar la confianza. En este caso, el intento de Baldoni y su equipo por “enterrar” a Lively, como dice uno de los mensajes publicados en la demanda, demuestra cómo las tácticas de opacidad pueden intensificar la crisis en lugar de resolverla.
Al final, este caso subraya que el daño a la reputación tiene implicaciones más allá del ámbito profesional. Sin embargo, los efectos a largo plazo de estos conflictos pueden ser impredecibles, afectando colaboraciones futuras, proyectos y la percepción de los públicos clave. Aquí lo que queda claro es que, la imagen pública no es sólo lo que otros piensan de nosotros, sino lo que permitimos que piensen, lo que construimos sistemáticamente sobre nuestra imagen desde nuestro observador pero sobre todo entendiendo nuestra imagen desde otros observadores. Y es que en un mundo donde la percepción es poder, toda figura pública debe contar siempre, con una estrategia integral de imagen pública que en efecto considere un manual de crisis, pero que recuerde siempre el aspecto ético de este.