Es sabido que la pérdida del catalán es una muestra evidente del proceso de deterioro de nuestros valores tradicionales, y un día como hoy, lo constatamos, más si cabe, con la sustitución de costumbres, pues, la ‘castanyada’ (castañada) está quedando relegada por el anglosajón halloween, como explico en este escrito.
Ancestralmente, el otoño (como cada cambio de temporada) ha comportado y simbolizado un cambio de ciclo vital, y por eso, todas las culturas lo han festejado, a su modo, para recordar, en este caso, a sus difuntos.
El halloween (contracción de la expresión ‘all hallows eve’: ‘all hallows’, noche de los santos; y ‘evening’, víspera. Por lo tanto, se refiere a la víspera de la fiesta de todos los santos), impulsado por la cultura anglosajona, si bien, en realidad, tiene su origen en la cultura celta (Irlanda, Escocia o Inglaterra), concretamente en la fiesta pagana de Samhain, que se remonta a más de 3000 años atrás. Para esa cultura, el 31 de octubre marcaba el fin de la cosecha y el inicio de la mitad oscura del año (los celtas dividían el año entre tiempo oscuro y tiempo claro)
Según la leyenda celta, la noche del 31 de octubre pueden vagar por la Tierra, además de los espíritus de los muertos, toda clase de entes de los reinos espirituales. Entre todos ellos existía uno especialmente malvado llamado Jack O’lantern (calabaza, el farol de Jack) que iba por las casas pidiendo ‘truco o trato’.
Los celtas creían que sus antepasados cruzarían al lado de los vivos; pues se debilitaba el velo entre ambos mundos, permitiendo que los espíritus caminaran entre nosotros, y para evitar ser secuestrados por los fantasmas de los muertos, encendían hogueras, se disfrazaban con calabazas, nabos, de animales y monstruos, para ahuyentar a los espíritus mientras hacían sus ofrendas. En definitiva, ancestralmente, ha sido una fiesta de respeto y de miedo a la muerte y a lo desconocido.
Siglos después, el cristianismo adoptó y reinterpretó esa fiesta pagana, fijando el 1 de noviembre como el día de todos los santos (all halows day), y la víspera (all hallows eve), es decir, quitando el culto a lo oculto, a la muerte, al reino de las tinieblas, de las brujas, contrarios al Reino de Dios. Y el día 2, la fiesta de todos los difuntos.
En los EUA se empezó a hacer popular en el siglo XIX, con la llegada de una alta inmigración irlandesa, huyendo de la gran hambruna en su país de origen. En las décadas de 1920 / 1930, ya se había convertido en una tradición. Con el tiempo, el marketing ha ido divulgando esa festividad por gran parte del planeta.
En Catalunya y en general en los Països Catalans, en esas fechas tenemos la fiesta de la ‘castanyada’, que se remonta, apenas, a tres siglos atrás, mezclándose con la celebración del día de todos los santos (1 de noviembre) y el día de los difuntos (2 de noviembre); según la tradición, los campaneros repicaban con fuerza las campanas de las iglesias, para recordar que era el momento de rezar por las almas de los difuntos; y después, esos campaneros reposaban y comían castanyes (por ser la fruta del tiempo) con vino o moscatel, para recuperar fuerzas y quitarse el frío.
Torrar las ‘castanyes’, se consideraba un acto de conexión con las almas de los difuntos, pues, tradicionalmente, se hacía mientras se rezaban las tres partes del rosario.
Las ‘castanyeres’, eran representadas por mujeres mayores, bondadosas y humildes, vestidas con amplias faldas largas, delantal de color negro, pañuelo en la cabeza y manteleta de lana ligada al cuello. Y vendían las castanyes torradas en ‘paperines’ con papel de periódico, a modo de ‘mesures’ (medidas)
Los ‘panellets’ (panes votivos), típicos de esos días, elaborados con almendras y azúcar, se comía siguiendo la costumbre de hacer una comida familiar ritual, después del fallecimiento de un ser querido. Asimismo, los panellets, al ser un dulce que se conserva durante mucho tiempo, eran también ofrecidos a las iglesias, para que los difuntos tuvieran alimento en su viaje al más allá.
Pero, en general, y como el halloween, se trata de una fiesta del inicio del otoño, y según el ‘Costumari Català’ (1950-1956), de Joan Amades i Gelats (1890 – 1959), la fiesta de todos los santos era un día de tregua, cuando se estaba en guerra (…) y parece que había adquirido más importancia entre los pueblos celtas que entre los latinos, y tiene, más bien, un sentido ganadero que agrícola, pues los pueblos nórdicos, sobre todo en este momento del año, era cuando cerraban en los corrales a sus animales, después de haber pasado todo el verano pastando por las montañas.
Pues bien, explicadas de forma sucinta estas festividades, me parece interesante hacer unas reflexiones, ya que es común, aquí en Catalunya, la crítica entre los que defienden el mantenimiento de las tradiciones propias (castanyada) frente a los que prefieren la moda del halloween.
Me parece que ambas posiciones no son incompatibles (más bien al contrario), y ambas son enriquecedoras (si se conoce el significado de ambas), y si evitamos las tonterías de mezclarlas, y denominarlas, burdamente: hallonyada o castaween. Y evitar ridiculeces como traducir el ‘truco o trato’ (trick or treat) por el ‘truc o tracte’, ‘crit o pacte’, ‘plora o pacta’, etc.
También es preciso reconocer que, para los niños y los jóvenes, es más divertido el hallowen, por los disfraces, básicamente. Y aunque algunos puristas reconozcan que ya tenemos el ‘carnestoltes’ (carnaval) para los disfraces, no es lo mismo, pues estas fiestas, caracterizadas por el descontrol y desenfreno, tienen su razón de ser por la entrada de su antagonista, la cuaresma.
Asimismo, es preciso reconocer, también, que los inmigrantes, especialmente los americanos, tienen incorporada, en sus costumbres, la celebración del halloween, por lo que potencian, todavía más, que la balanza se incline en favor de esa fiesta, en lugar de la castanyada.
Llegado a este punto, y haciendo un salto en el vacío, me parece interesante resaltar unas opiniones del president Jordi Pujol, efectuadas el pasado día 28, en una entrevista a Ràdio Estel, defendiendo que:
‘(…) se ha de procurar que la inmigración se integre desde un punto de vista de respeto (…) hemos de aceptar que nuestro país no volverá a ser como era hace 50 o 100 años (…) hemos de conseguir que se mantenga la catalanidad.
(…) Catalunya tiene la obligación de incorporar a los recién llegados y esto requiere un pacto social de bienestar y de aceptación.
(…) por eso es crucial el papel de la escuela y del progreso (…) para evitar el momento peligroso y de asfixia del catalán.
(…) la inmigración se ha de resolver de una manera positiva, constructiva e integradora.
(…) este problema no lo tiene solo Catalunya, pero aquí son más graves, por que la situación política es más difícil. Desde un punto de vista español también están preocupados, pero no tienen un problema que afecte a su identidad.
(…) hay mucha gente que se ha incorporado a Catalunya y que es tan catalán como yo mismo.
(…) hay gente en Europa que se espanta, porque ellos tienen una manera de hacer que ven que se acaba (…) tienen una reacción no suficientemente generosa con los recién llegados.
(…) todos los catalanes tienen un deber para acogerlos e integrarlos. Y los católicos, todavía más.
(Alba Solé Ingla, elnacional.cat, 28 de octubre del 2024)
Efectivamente, la situación es compleja, y si perdemos nuestra lengua, nuestras costumbres, acabaremos desnaturalizando a nuestro País. Por eso, es preciso reafirmar, con Jordi Pujol, que, para solucionar este sudoku, la única herramienta es la educación ética y moral de los inmigrantes.
Y para eso, nuestra lengua debe ser potenciada, visible y evidente en todos los órdenes de la vida, pues es la única forma de que los recién llegados puedan sentir un interés, y, claro, sus descendientes, al ser escolarizados en catalán, evitarán el declive de la lengua, así como de nuestras costumbres y tradiciones, que también deben ser protegidas y reforzadas.
Pero eso requiere programas, medios, voluntad y, especialmente, no tener un estado a la contra, como sufrimos, pues los diferentes poderes actúan de inquisidores españoles contra el catalán, e incluso, como colmo de los colmos, consideran que queremos adoctrinar, pero no ven que su nacionalismo españolista es el verdadero adoctrinador, desde 1714. Y esto únicamente lo podremos evitar con nuestra independencia.
Es evidente, asimismo, que la globalización va contra las tradiciones particulares, en general, imponiendo las de los poderosos, hasta el extremo de que muchos puedan llegar a considerar obsoletas las propias costumbres.
Está claro que evolucionar comporta pérdidas y beneficios. Ahora, muy pocos conocen las artes de abonar, arar, cultivar, etc.; incluso hay niños que pueden creer que la leche sale del envase. Desconocemos los verdaderos conocimientos de la Pachamama, la madre tierra (en aimara y quechua), y así, despreciamos, olímpicamente, aspectos tan importantes como el proceso y efecto de las lluvias (como ahora hemos visto en la comunidad valenciana), y así nos va.
En Catalunya hemos de estar preparados, mentalmente, para tener, en su momento, un president de la Generalitat negro, árabe, chino, etc.; (ya hemos tenido a uno natural de Córdoba, y a muchos españolistas), y, aún así, hemos mantenido nuestra lengua y cultura. Pero es verdad que el riesgo actual es más grave, ya que, porcentualmente, la inmigración va teniendo una mayor incidencia relativa.
Por eso debemos invertir en cultura y en educación, no hay otra salida; y hacerlo, como dijo Pujol, con gran respeto, y yo añadiría, con firmeza. Una firmeza integradora, que no ponga en peligro nuestras raíces, es decir, no bajar el listón, para ampliar las bases, como quiere ERC.
Pues, como cantó Raimon, en ‘Jo vinc d’un silenci’ (1977) (yo vengo de un silencio), quien pierde los orígenes, pierde la identidad.
Y si cambiamos nuestras creencias, nuestro modo de entender el mundo, y el sentido de nuestras vidas, toda nuestra cosmovisión acabará siendo española y, con el tiempo, del spanglish, espaninglish, inglañol o espan’glés.
En definitiva, que debemos estar celosos en la defensa de nuestra lengua, nuestro principal elemento diferenciador y que determina nuestra cultura y nuestra historia. En eso debemos ser inflexibles. Y guardar la flexibilidad, para aceptar, ciertas costumbres, aunque nos desagraden, como el Halloween.