Todos sabemos o creemos saber lo que son los valores humanos, que nos permiten tanto el desarrollo personal, como convivir con el fin de obtener un bien común.
Todas las sociedades y culturas tienen sus valores, que consideran buenos.
‘Las características propias de estos valores y su importancia pueden variar dependiendo del contexto, pero todos comparten cuatro puntos clave: su importancia varía en la vida de la persona a lo largo de la misma, pueden cambiar según la experiencia, mantienen una jerarquía (hay personas que consideran que el respeto está por encima de la generosidad, y viceversa) y suponen una satisfacción al practicarlos y vivir conforme a nuestras creencias.
(…)
Los 10 valores humanos más importantes, como sociedad:
1. Bondad
2. Sinceridad
3. Empatía
4. Amor
5. Paciencia
6. Gratitud
7. Perdón
8. Humildad
9. Responsabilidad
10. Solidaridad
Asimismo, sabemos y reconocemos el derecho y el deber de la educación, entendida, etimológicamente, como un conjunto de enseñanza; y la acción de educar, como dirigir, encaminar, desarrollar, perfeccionar los principales aspectos, generales y específicos.
Y también sabemos quienes fueron:
· Ana (Annelies Marie) Frank (1929-1945), adolescente alemana judía, autora de ‘El diario de Ana Frank’, un diario escrito mientras se escondía con su familia y cuatro amigos, durante la ocupación de Amsterdam, por las tropas nazis alemanas.
En 1942, la familia se refugió en una cámara oculta, en la parte trasera de la empresa Opekta, de su padre, Otto Frank. En ese momento, Ana tenía 13 años. Después de dos años en ese refugio, la familia fue delatada y deportada a los campos de exterminio. Siete meses después de su detención y algunos días después de la defunción de su hermana Margot, Ana falleció por el tifus, en el campo de Bergen-Belsen.
· María Montesorri (1870-1952), pedagoga, científica, médico (a los 26 años fue la primera italiana en obtener el título de licenciada en medicina), psiquiatra y filósofa, así como católica, feminista y humanista, impulsora del conocido método Montesorri, implantado en muchos países, e iniciado en 1907 al fundar la primera Casa dei Bambini.
En 1926 fundó la Real Escuela del Método Montesorri, con el soporte de Mussolini, las escuelas y los centros de formación a docentes se multiplicaron en Italia, y también en otros países, como Alemania. Posteriormente, ella renunció a la ayuda de Mussolini por su voluntad de adoctrinar a los niños con una finalidad fascista, principio que resulta incompatible con el concepto de libertad, tan fundamental en su método. Mussolini mandó cerrar todas esas escuelas, y Adolf Hitler hizo lo mismo en Alemania.
Al iniciarse la guerra incivil española (1936), Montesorri emigró a los Países Bajos. Durante la Segunda Guerra Mundial, se refugió en la India. En todos esos países fue desarrollando y aplicando su método, para mejorar la educación de los niños y de la juventud, siempre respetando su libertad.
El Método Montesorri constituye un sistema educativo destinado a promover la espontaneidad del niño, dándole libertad para desarrollarse dentro de un ambiente especialmente preparado, lo que favorecía su autodesarrollo. Por esta razón es considerado un método de educación abierto. ‘Los mejores maestros de los niños son los mismos niños’.
Sus objetivos principales fueron:
o Facilitar el desarrollo de la personalidad individual del niño.
o Ayudar al niño para acercarse al mundo social y emocional.
o Ayudar a los niños que sea posible desarrollar su plena capacidad intelectual.
es decir, potenciar la autonomía del niño, para conseguir ciudadanos autónomos.
(fuente, Wikipedia)
El paciente lector, a estas alturas de su lectura, se preguntará a qué viene esta aparente disparidad de ideas y personajes; pero me ha parecido interesante, para entender mejor, un artículo que leí ayer, escrito por Daniel Gamper, profesor de filosofía en la UAB (Universidad Autónoma de Barcelona), que ya he citado en otras ocasiones, y que me pareció del máximo interés, por lo que lo difundí entre mis amigos y familiares. Seguidamente reproduzco algunos fragmentos:
‘En el barrio de Sarrià (Barcelona) hay una escuela (Barcelona Montesorri School) que ha colgado, en la pared que da a la calle, un cartel (en inglés y castellano) en que se lee este ignominioso texto, a pesar de que me da asco hacerlo: ‘Algunas de las personas más exitosas de nuestro siglo estudiaron con esta metodología, incluidos los fundadores de Amazon, Wikipedia y Google, George Clooney, Ana Frank y Beyoncé’
Si, lo han leído bien, los responsables de esta escuela se hacen propaganda indicando que el método Montesorri es un camino al éxito (cosa que, dicho de paso, dudo que fuera el objetivo de la famosa pedagoga italiana). Un éxito que, por lo que aquí leemos, es sobre todo profesional, económico, empresarial, un éxito de ventas. Hasta aquí, las cosas son más o menos repugnantes, como lo suele ser la mayor parte de la publicidad con la que topamos por la calle.
La verdadera estulticia, pero, no la provoca esta peste a coaching en la entrada de una escuela, sino la profunda ignorancia histórica, la infinita confusión cultural, la más penosa indigencia ética y la sorprendente desorientación política que han llevado a incluir a Ana Frank (nombre que no me atrevo a escribir sin reverencia) entre la lista de las personas más exitosas de este siglo (se entiende que se refieren al siglo pasado, pero ya no viene de una tontería más o menos). ¿En qué sentido se puede hablar de ella como de una exitosa? ¿A qué mente estólida le ha pasado por su cabeza incluirla como reclamo publicitario? ¿Qué ha pasado en Europa para que alguien no sólo tenga la estupidísima idea de emparedar el nombre de la persona que simboliza la más grande barbarie de nuestro continente, entre George Clooney y Beyoncé (ni más ni menos), sino que, además, decide imprimir un cartel con esta inmoralidad y, como si aún fuera poco, lo cuelga a la entrada de una institución educativa (ni más ni menos)?
(…)
Esto del cartel es pura y dura necedad, máxima banalización, mercantilización del sistema educativo, demolición de la cultura.
Ustedes me dirán que exagero. Lo mismo debe pensar el director de la escuela, que no sólo no ha contestado el mensaje en el que dediqué tiempo para explicarle una cosa obvia, es decir, la completa barbaridad de su mensaje, sino que ha dejado el cartel allí colgado y ha desatendido mi invitación para descolgarlo por decencia.
Puede que esté exagerando. Pro ¿tengo alternativa? Me temo que no, porque la realidad es tan exagerada, la brutalidad social es tan notoria, la ignorancia se encuentra tan cerca de la maldad, los bárbaros están tan cerca de las puertas de la ciudad, destrozando las murallas de la civilización, vomitando sobre la cultura, que sólo si exageramos podremos reaccionar.
¿Cómo podemos no exagerar si pensamos que los que han de educar las futuras generaciones no tienen claras las mínimas jerarquías morales? ¿Alguien que no muestra respecto por una de las pocas cosas sagradas de nuestra cultura, la obligación de recordar solemnemente el horror del que venimos para no repetirlo, cómo orientará a las niñas y niños? ¿Cuándo expliquen la Shoah (holocausto, exterminio), lo harán al ritmo de Beyoncé y tomando una tacita de café de las que le gustan a George Clooney? ¿Cómo es que los progenitores que cada día pasan delante de este cartel no han pedido su retirada? ¿Cómo puede ser que los miles de personas que lo ven desde la acera, desde el coche, no se indignan? ¿Qué idiotez mental se está apoderando de nosotros? Puede que sea la misma que está llenando de fascistas los Parlamentos de Europa.
Pero, está claro, quizás exagero, posiblemente no me habría de preocupar que el nombre de María Montesorri legitime esta equiparación entre las estrellas del show business, los emprendedores de éxito y una nena que tuvo que vivir escondida y que murió como otros millones de personas en la industria nazi del exterminio. Quizás no hay para tanto. Quizás me habría de calmar y pensar que no pasa nada, que al fin y al cabo es sólo un cartel.
Puede que exagere, pero la despreocupación con la que los padres de esta escuela hace meses que llevan a sus hijos sin decir nada, la indiferencia de quien ha diseñado, pagado, colgado y contemplado esta aberración, me hace pensar que la memoria es corta y que sólo podemos mantenerla viva si exageramos mucho. Y exagerar hoy quiere decir volver a repetir cosas que creíamos que eran obvias, releer libros que creíamos que todos habían leído, explicar historias que pensábamos que todos conocían.
Dentro de pocos años habrán muerto todos los testimonios de los campos de exterminio y en un par de décadas la postverdad sobre el nacionalsocialismo y sobre la memoria de Europa se apoderará del pasado, y los más burros se confundirán con los más malos, y el capitalismo acabará de girar todos los valores, y las virtudes se pudrirán, y se seguirá normalizando el odio y la persecución al diferente, y entonces ya no hará falta exagerar, habrá suficiente con constatar la destrucción de lo más preciado.
Es por eso que pienso seguir exagerando’
(Ara, 27 nov. 2020)
Este artículo, que prácticamente he reproducido, me parece que es muy interesante, ya que expresa de forma muy clara el pensamiento y sentimiento de nuestra sociedad actual; pues, como dijo Hannah Arendt (1906-1975), mediante su concepto ‘la banalidad del mal’ (‘Eichmann en Jerusalén: Un informe sobre la banalidad del mal’, 1963): ‘El autor de un crimen monstruoso, como el que cometió Eichmann, puede no ser ni un loco fanático, ni un monstruo; sino un individuo común y corriente, que simplemente acata órdenes sin realizar ninguna reflexión crítica’.
No sé en que momento evolutivo del ser humano contemporáneo se rompió la cadena del ‘progreso’, para llegar al punto en el que estamos. Ahora todo es banal, lo banalizamos todo, sea lo que sea, todo se compra y se vende.
No quiero banalizar el argumento de D. Gamper sobre el holocausto, ni mucho menos, trayendo ahora a colación a nuestros presos políticos y exiliados, ya sé que son hechos totalmente diferentes e incomparables, pero me parece que tienen en común que tanto los poderes del estado responsables de su perdida de libertades, como la mayor parte de la ciudadanía haya banalizado el tema, ya lo ha amortizado, y eso lo hacen, como dice Arendt, las personas comunes y corrientes, que acatan las órdenes de forma acrítica, sin cuestionarse nada.
Y esas personas, como dice Gamper, tienen una indigencia moral, de la que son desconocedores, o lo son y les importa un bledo, pues su confort, el del sofá de sus casas, les atrae más que cualquier otra idea. No les motiva en absoluto ver que personas dignas y honradas lleven tres años de prisión, y que, poco a poco, vayan imputando a más independentistas.
Y esas personas banalizan que haya partidos como Vox, o como el que cité ayer, así como que políticos como Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, el autodenominado gobierno más progresista de la democracia, lleven un año gobernando y no han movido un solo dedo para aprobar una amnistía, que deberían haber decretado el día siguiente de asumir el cargo, pero, asumir el cargo no es tomar el poder, pues ya sabemos que éste lo rigen las cloacas.
Si no fueran meros banalizadores del mal, como todos los del sistema, ya habrían actuado en consecuencia; y el propio sistema los habría destruido, claro. Y ellos, como Miquel Iceta, Ada Colau, y muchísimos más, saben que, para sobrevivir (como lo hacen), deben ir a favor del viento, banalizando muchas acciones e ideas, eso es lo cómodo.
Cuando las cloacas huelen, es un presagio de que va a llover (la explicación es que la baja presión atmosférica deja subir la peste; mientras que cuando estamos en un momento anticiclónico, la presión es más elevada, y tira la peste de las cloacas hacia abajo). Pues bien, aquí, es indiferente que tengamos altas o bajas presiones, que las olamos o no, pues sabemos que siguen estando y actuando. A veces de forma más sibilina, y no las olemos, otras, de forma más descarada, y les es igual que se huela.
Históricamente se ha seguido la norma ‘para que se consiga el efecto sin que se note el cuidado’, como dictó el primer Borbón, Felipe V, pues las instrucciones del 20 de febrero del 1714, decían: ‘Pondrá el mayor cuidado en introducir la lengua castellana, a cuyo fin dará las providencias más templadas y disimuladas para que se consiga el efecto, sin que se note el cuidado’.
Y desde entonces aplican esa norma, buscan conseguir el efecto, pero, ahora, les importa poco que se note o no el cuidado. Y eso lo podemos corroborar cada día en la manifestación de la avenida Meridiana, ya que hay días que algunos compañeros ‘notan el cuidado’, pero, claro, la mayoría lo banalizado todo, y así nos va.
Amadeo Palliser Cifuentes