El cantautor Lluís Llach empezó con estos versos la canción ‘El jorn dels miserables’ (El día de los miserables), del álbum ‘I si canto trist’ (Y si canto triste), de 1974.
Efectivamente, la dramática situación vivida en 1974, con la ejecución del antifascista Salvador Puig Antich (1948 – 1974) al garrote vil, fue extrema, ya que nos encontrábamos en el tramo final de la dictadura del asesino Francisco Franco (1892 – 1975).
La situación actual, con una alocada represión del estado español contra los independentistas catalanes, fruto del neofranquismo resistente en todas las instituciones del estado, ha comportado la potenciación de los quintacolumnistas (ERC, entre otros), como comenté en mi escrito de ayer.
Y, en definitiva, ha derivado en un gran genocidio ideológico de los independentistas catalanes, con gran regocijo del encantador de serpientes que es Pedro Sánchez, que se considera el gran ‘conseguidor’ de la mejora de la ‘convivencia’ entre los catalanes, y que, gracias a él, la situación actual en Catalunya es infinitamente mejor que la que heredó del 2017. No se puede ser más ignorante, pusilánime y mentiroso.
El término genocidio puede parecer excesivo, pero, metafóricamente, me parece correcto, ya que, etimológicamente proviene ‘del griego ‘génos’ (estirpe) y del latín ‘cidio’ (matar); y refleja un acto perpetuado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial, religioso o político’ (Wikipedia).
Es decir, la muerte no se limita y circunscribe al hecho físico definitivo; también puede entenderse, a mi modo de ver, con las propias ideas en sí mismas. Y esto es lo que está pasando, cuando los poderes del estado dicen que se puede ser independentista, pero siguiendo las férreas y acorazadas leyes que, en la práctica, hacen inviable divorciarse.
Como decía Woody Allen, en una cita que reproduje hace unos días: ‘hay matrimonios que acaban bien, y otros duran toda la vida’. Y ese durar siempre, es lo que pretende el carpetovetónico estado español, con la ayuda inestimable de ERC que ha caído en la trampa del ‘diálogo’, apoyada, como no, por la gran patronal.
Por eso, muchos estamos desmoralizados, sentimos, como dijo Llach, que tenemos pocas palabras y son muy gastadas, pues vemos que por mucho que nos expliquemos, no sirve para nada. Los poderes del estado son muy poderosos, y sus medios de comunicación (subvencionados y, a la vez, vigilantes de la permanencia de la ideología neofranquista; en lugar de reflejar la realidad, la cambian según sus intereses). Y eso a la UE le va de maravilla, pues creen y avalan las tesis del estado español.
Y esos medios y todos los poderes, incluida la actual ERC, como su monosabio, hacen como algunos cefalópodos, entre ellos el calamar: esparcir su tinta, su pigmento oscuro franquista; pero no para huir, para evadirse, al revés, para resistir y hacer invisible sus chapuzas antidemocráticas.
Pero los independentistas de base sabemos que no podemos desmotivarnos. Lluís Llach, en la canción citada, también dijo:
‘Cuánta rabia que tengo,
quizás hay que ser perro desde ahora;
cuánta rabia que tengo
y no quiero olvidarla.
Qué poca esperanza tengo,
y quizás habrá que dejarla,
que no sea que esperar
nos aleje más de los actos’
es decir, quizás debamos ser perros y, en paralelo, vigilar que la esperanza, el sueño, no nos aleje de actuar. Sabemos que, como dice la canción de Gertrudis ‘Si tothom calla’: ‘Si todos callamos hemos perdido la batalla (…) nuestra voz falla si tu cuerpo no baila’.
Volviendo a otras frases célebres del citado Woody Allen:
‘La fuerza de tus pensamientos y el reflejo de tus acciones son la firma que dejas en este mundo’
‘El ochenta por ciento del éxito consiste en estar allí’
‘El talento es suerte. Lo más importante en la vida es el coraje’
En definitiva, sabemos que lo importante es seguir manifestándonos con coraje, pues estar en las diferentes manifestaciones que con distintas periodicidades y formatos realizamos en Catalunya, es fundamental para el éxito; y si no lo conseguimos, habremos dejado nuestra firma para las siguientes generaciones. Y espero que, a medio o largo plazo, nuestras acciones sean valoradas por nuestros nietos, pues, como dice el refrán: quien hace todo lo que puede no está obligado a más.
Eso sí, debemos replantearnos si lo que hacemos es ‘todo’ lo que podemos hacer, y ser consecuentes.