QUETZALTENANGO, Guatemala (Reuters) – A mediados de abril, Carlos Cumes, un migrante guatemalteco de 19 años, llegó a su país deportado desde Estados Unidos. Luego de cuatro días en la capital de Guatemala, fue trasladado junto a otros 15 repatriados a las afueras de su ciudad natal, en una zona montañosa del suroeste del país.
Con un documento que decía que no tenía síntomas de coronavirus expedido por el Ministerio de Salud, Cumes bajó del autobús a unos 16 kilómetros de casa.
Allí lo esperaba una ambulancia que lo llevó a su pueblo, Santa Catarina Palopó. Tras casi una hora de viaje, llegó a su destino, a orillas del lago Atitlán, una zona densamente poblada por indígenas mayas.
Al salir de la ambulancia, caminó hacia la humilde casa que compartía con sus papás y seis familiares, pero una muchedumbre lo empezó a seguir recriminándole por llevar el coronavirus al pueblo. Incluso, hasta sus propios familiares le dieron la espalda, luego de que un canal de televisión transmitiera su llegada en vivo y abonara al rumor de que estaba infectado.
“Amenazaron a mi familia con quemarlos. Entonces, para no provocar más problemas, pero con gran miedo, lo único que pensé es salir del pueblo”, confesó Cumes a Reuters, vía telefónica, asegurando que tuvo que huir a toda carrera.
“Si yo me quedo allí, hubieran quemado mi casa y no sé qué más”, agregó desde Ciudad de Guatemala, donde estuvo en cuarentena.
Las preocupaciones de los vecinos de Cumes no son únicas. Cada vez más guatemaltecos temen que los migrantes retornados desde Estados Unidos y México sean portadores del coronavirus, un brote que ha dejado más de 3,2 millones de infectados y cerca de 230,000 fallecidos alrededor del mundo.
Y, en las últimas semanas, el miedo se ha acrecentado luego de que autoridades confirmaran que casi un quinto de los 585 contagiados en Guatemala son migrantes deportados de Estados Unidos, el “Wuhan de las Américas”, según lo bautizó el ministro de Salud del país centroamericano, Hugo Monroy.
“Hace unos meses, muchos se alegraban porque les venía el cheque de la remesa, hoy a esas personas que mandan los cheques las están tratando como delincuentes”, se quejó el presidente Alejandro Giammattei, días atrás.
CALDO DE CULTIVO
Aunque en menor medida que Guatemala, Colombia, Haití y México también han reportado que connacionales deportados recientemente desde Estados Unidos han dado positivo al COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus.
La noticia ha ruborizado a las autoridades estadounidenses, obligándolas a comprometerse a examinar a algunos migrantes detenidos para detectar la enfermedad antes de deportarlos a otros países.
Cumes relató que en un centro de detención del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés) en Houston, convivió por poco más de un mes con casi un centenar de personas y, antes de deportarlo a su país, le hicieron una prueba para detectar el coronavirus, a la que dio negativo, pero cuyo certificado nunca obtuvo.
“Me tuvieron encerrado como mes y medio y, como un día antes de salir, nos hicieron la prueba de la enfermedad”, confesó.
Además, relató que los agentes que los atendían llevaban mascarillas y guantes y que a los detenidos les daban gel antibacterial y una mascarilla que les cambiaban cada 24 horas.
Sin embargo, en los centros de detención estadounidenses hay actualmente unos 30,737 migrantes, de acuerdo a cifras oficiales, que conviven mayormente hacinados y sin insumos necesarios de higiene, han dicho organismos de derechos humanos.
Temiendo un desborde en su endeble sistema de salud -que apenas cuenta con unos 783 respiradores para sus 17 millones de habitantes- el gobierno de Giammattei anunció que las deportaciones están suspendidas indefinidamente. A pesar de ello, desde el 19 abril han llegado tres vuelos más procedentes de Estados Unidos, principalmente con menores de edad.
Una fuente del gobierno guatemalteco mostró su escepticismo a que la medida pueda extenderse en el tiempo. En el pasado, Trump amenazó a los países centroamericanos con aranceles si no aceptaban a los migrantes retornados.
“Estados Unidos ha presionado a Guatemala para que no paremos de recibir aviones con migrantes, esto va más allá del coronavirus, esto es político porque Trump está en campaña (presidencial)”, dijo la fuente, quien solicitó el anonimato por no estar autorizada a declarar.
“Lo preocupante es que ICE está deportando inmediatamente, no están revisando el tema de salud porque ni huellas, ni datos están tomando de la gente. Estados Unidos se sonrojó cuando les dijimos del primer migrante que vino con coronavirus”, agregó, en referencia a un repatriado que llegó a fines de marzo.
Uno de los problemas para detectar infectados, aseguran expertos, es que el coronavirus puede ser asintomático -pero altamente contagioso- durante las primeras semanas de haberse contraído. Y, desde el 21 de marzo, Washington ha acelerado el tiempo para las devoluciones de migrantes sin necesidad de pasar por procedimientos de migración estándar.
“Continuar deportando a personas enfermas que carecen de acceso a servicios de salud, seguridad financiera o agua potable una vez que llegan a Guatemala, es irresponsable”, opinó Rachel Schmidtke, de Refugees International, una organización no gubernamental (ONG) con sede en Washington.
“¡QUE SE VAYAN, NO LOS QUEREMOS!”
A pesar de haber logrado -al menos por ahora- detener las deportaciones desde Estados Unidos, el gobierno de Giammattei enfrenta otro dolor de cabeza: los deportados desde México.
La administración de Andrés Manuel López Obrador ha enviado a 2,136 migrantes guatemaltecos entre el 11 de marzo y el 15 de abril, menos que los 6,030 que deportó en enero y febrero, pero una cantidad significativa que está generando escozor en los pueblos a donde llegan.
La mañana del 15 de abril, escoltados por policías y soldados, dos autobuses con 80 migrantes guatemaltecos deportados desde México llegaron a un albergue temporal en plena zona residencial de Quetzaltenango, una ciudad en el altiplano de Guatemala habitada por indígenas mayas y mestizos.
Hacia la tarde, se esparció el rumor de que algunos migrantes, supuestamente con coronavirus, habían escapado del refugio. Inmediatamente, decenas de vecinos se congregaron a pedir que trasladaran a los repatriados por miedo a contagiarse, dijeron a Reuters autoridades y residentes de la zona.
Los ánimos se caldearon rápidamente y el gobernador, Julio Quemé, tuvo que llegar al refugio, acondicionado en un centro de recreación estatal, para contar públicamente a los migrantes y demostrarles a los vecinos que no se había fugado ninguno. Sin embargo, la gente no dejaba de gritar: “¡Que se vayan!”
“¡Señor gobernador, piense en nuestras criaturas! ¡De nada sirvió guardarnos un mes!”, le gritaron a Quemé, según recordó en una conversación con Reuters. “¡No los queremos!”, agregaron otros, con palos en las manos.
Minutos después de que algunos amenazaran con prender fuego al albergue, Quemé desalojó a los vecinos advirtiéndoles que había que cumplir con el toque de queda.
“Estamos preocupados; mire lo que nos vinieron a poner en la colonia”, dijo Roberto Gómez, señalando el albergue temporal, que ocupa una manzana entera y donde actualmente conviven 60 personas, ninguna de las cuales tiene COVID-19.
“Da miedo que los migrantes se escapen o que la gente que los cuida allá adentro venga a la colonia a infectarnos a todos”, agregó Gómez, confesando que ya no sale a la calle, ya que por sus 60 años de edad está considerado dentro del grupo de mayor riesgo de sufrir complicaciones por COVID-19.
A media hora al noreste de Quetzaltenango, en Paxtocá, una aldea del municipio Totonicapán, autoridades prohibieron el regreso de migrantes, luego de que en un vuelo de fines de marzo proveniente de Estados Unidos llegaran dos deportados a poblaciones cercanas que dieron positivo al coronavirus.
“De no hacer caso a esta disposición, la persona y la familia que los reciban serán expulsados de la aldea”, dijo a Reuters Santiago Pérez, alcalde de Paxtocá. “Esta decisión es por el resguardo de la salud de todos los vecinos”.
Hace no mucho, cada vez que regresaba un migrante deportado, sus familiares lo iban a buscar o mandaban por ellos. Quienes llegaban a recibirlos a una base de la fuerza aérea en Ciudad de Guatemala, acudían hasta con globos para darles la bienvenida. Hoy, esa imagen es sólo un bonito recuerdo.
“No sé qué hacer, no sé si llegar a mi pueblo o no porque tengo un gran temor”, confesó Cumes, quien cumplió 19 años el viernes.