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Registro de Marca

Martha Nava Argüelles
Imagogenia
@mar_naa

En el mundo empresarial, la imagen pública es un activo invaluable que requiere una protección meticulosa que muchas veces pasamos por alto. Por eso, registrar la marca de mi empresa además de asegurar su uso exclusivo en nuestro país, es una estrategia clave para cuidar la identidad y reputación de una empresa. Según el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI), el registro otorga derechos exclusivos durante diez años, permitiendo a las empresas diferenciarse en un mercado competitivo y protegerse contra el uso indebido de su identidad. Ciertamente, más allá de estos beneficios legales y comerciales, el registro de una marca es una herramienta esencial para evitar crisis de reputación y mantener el valor de la empresa en el mercado.

Como empresarios o emprendedores, debemos entender que la ausencia de un registro formal puede llevar a un uso inapropiado que dañe la imagen de la marca o, peor aún, a que la marca pierda valor en el mercado por no existir formalmente, pero no sólo eso, en un mundo donde la percepción lo es todo, tener mi marca registrada será un aliado importante cuando esta se enfrente a crisis de reputación, sobre todo si son causadas por terceros que hacen mal uso de la misma, ya que se pueden emprender acciones legales. 

Ahora, un atractivo interesante para que las micro, pequeñas y medianas empresas (Mipymes) realicen su registro de marca, es que cuando las empresas crecen, a menudo se convierten en objetivos atractivos para adquisiciones por parte de compañías más grandes. En tales casos, no tener un registro de marca puede devaluar significativamente la compañía, haciendo que se pierda valor y hasta la oportunidad de ser comprada.

La falta de registro puede obligar a las Mipymes a reconstruir su identidad desde cero si su imagen se ve comprometida. Este proceso además de ser costoso en términos de tiempo y recursos, también puede llevar a la pérdida de clientes que ya se identifican con la marca. Las grandes empresas, conscientes de estos peligros, además de registrar el nombre público, también lo hacen con todas las variantes posibles. Un ejemplo claro es Little Caesars, que recientemente registró «Liru Sisa”, para evitar que otros negocios usaran este nombre y así prevenir fraudes relacionados con su marca. La rápida acción de Little Caesars en este caso refleja una estrategia proactiva para proteger su identidad, y es que la marca detectó en redes sociales el uso de este particular forma de escribir su nombre y para evitar problemas a futuro, realizó el registro correspondiente. 

Esta práctica es común en el mundo empresarial. Apple, que según Statista es el líder mundial por valor de marca en 2024, con un valor aproximado de un billón de dólares, ha registrado todos sus productos en Estados Unidos y en los países donde opera. Pero Apple va más allá, ya que ha registrado también nombres potenciales o variantes de sus nombres de marca. Protegiendo así la imagen de la empresa, su valor y su reputación a largo plazo. La protección de la marca no es una mera formalidad; es una declaración de seriedad y compromiso con la identidad de la empresa.

A ojos del consumidor, y aunque parezca absurdo, una marca registrada genera una percepción de formalidad mucho más genuina que una marca que no lo está, fortalece la confianza del consumidor, y así ayuda a la construcción de una reputación mucho más arraigada, que además propicia que aumente el valor comercial de la empresa.

Al final, las acciones de las grandes marcas como Apple o Little Caesars, nos dejan una lección clara, el registro de marca es más que una medida de protección; es una inversión en el futuro de la empresa, sin importar su tamaño. Registrar la marca es proteger su reputación, su valor y su capacidad para competir de manera más segura. Sin duda, las empresas que lo entienden transmiten su intención: una empresa comprometida con su imagen, su reputación, su futuro y así, con sus consumidores.