Solo sé que no sé nada

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

El filósofo griego Sócrates (470 a.C. – 399 a.C.) hizo esa afirmación hace siglos, pero todavía no lo tenemos asumido, nos creemos sabios, poderosos y que controlamos nuestro entorno; y, así, nunca mejoraremos como especie. En el presente escrito trato este engaño tan habitual.

Laura Sala, en su artículo ‘Por qué nunca estamos satisfechos con todo lo que tenemos’ (Ara de hoy, 1 de abril del 2024) comenta que:

‘El escritor francés André Gide decía que cada deseo que había tenido le había enriquecido más que la posesión, siempre falsa, del objeto mismo de su deseo. Los humanos siempre estamos anhelando alguna cosa. La naturaleza infinita que nos proporciona el hecho de desear nos da un impulso vital para continuar adelante, pero también nos puede llegar a frustrar y desesperar.

Siempre queremos más y más, y por el camino nos damos cuenta que no acabamos nunca de estar del todo satisfechos. (…) Nuestro cerebro primario nos incita a querer siempre alguna cosa más, y el sistema económico y la publicidad no hacen sino reforzar esta frustración para hacer que consumamos todavía más’, explica Frédérich Lenoir y autor del libro ‘Filosofía del deseo’ (Ariel, 2024)

(…) Una explicación muy diferente nos la muestran los neurocientíficos contemporáneos, que dicen que nuestro cerebro primario está programado desde hace decenas de miles de años para obtener alimentos, sexo, información y reconocimiento social. Cada vez que lo consigue, recibe dopamina como recompensa. Siempre buscamos el placer que nos proporciona esta sustancia química y nuestro cerebro no está programado para decir ‘basta, ya tengo suficiente’, continúa Lenoir.

(…) ‘Si situamos nuestro deseo en el hecho de tener alguna cosa, continuaremos eternamente insatisfechos y nos quedaremos prisioneros de las pulsiones de nuestro cerebro primario, que no conoce límites’, según Lenoir. En cambio, si lo que nos mueve es más bien el crecimiento interior, no nos sentiremos nunca frustrados o insatisfechos: ‘el conocimiento, el amor, la contemplación, la belleza y el progreso nos llenan sin que tengamos el sentimiento de frustración típico de los deseos orientados a tener alguna cosa’, concluye Lenoir’.

Pues bien, aplicando estos pensamientos a nuestra situación política actual, me parece evidente que el estado español es prisionero de su cerebro primario, que desea poseer Catalunya, nuestros bienes, nuestras tierras, nuestras rendas, etc., y así, nunca se sentirá satisfecho, ya que siempre verán que su dominio y su control nunca serán totales, pues siempre verán que hay fugas que ‘se pierden’.

Por el contrario, los catalanes independentistas, que buscamos justicia, la restitución de la situación que teníamos antes de 1714 (es decir, antes de ser derrotados por el primer Borbón Felipe V); que queremos nuestro crecimiento social al disponer de la República Catalana, que será más justa e igualitaria; el crecimiento personal e interior, al sentirnos sujetos políticos de pleno derecho; nunca nos sentiremos fracasados, aunque la frustración y la insatisfacción actual veamos que se viene perpetuando a lo largo de 310 años y que, desgraciadamente, podrá mantenerse durante bastantes años más.

En esa línea, vemos que Salvador Illa (PSC/PSOE) y Alejandro Fernández (PP) tienen en común un mensaje, el de pasar página de estos últimos diez años, que consideran infructuosos. Y, sobre el particular, me parece muy acertado el comentario de Agustí Colomines, en su artículo ‘Puigdemont, el pasado que no pasa’ (elnacional.cat de hoy), al señalar:

‘(…) que un político se proponga ‘girar página’ del pasado reciente, aún que haya sido convulso y conflictivo -como lo son todos los procesos históricos, por cierto -, demuestra simplemente que no sabe cómo resolver la complejidad.

Los ciudadanos sólo respetan aquellos políticos que son sinceros. Aún que él era un cínico, tenía razón Nikita Krushchov, cuando a mediados de los años cincuenta observaba que los políticos prometían construir un puente, incluso en un lugar donde no pasaba ningún río, son iguales en todos lados.

(…) Como es más evidente en todos los conflictos que ha habido -y hay- en el mundo, si se decide taparlos por incapacidad política de darles una respuesta, tarde o temprano el conflicto resurgirá (…)’

Los independentistas catalanes sabemos que España es incorregible, y que, en la próxima campaña electoral nos volverán a prometer ‘el oro y el moro’ (*), lluvia de millones de euros que nunca llegarán. Pero los catalanes ya estamos cansados de promesas incumplidas, pues, por ejemplo, si hiciéramos caso a esas promesas, ya tendríamos, como mínimo, diez corredores ferroviarios del Mediterráneo, o tendríamos un Estatut y una financiación adecuadas y justas.

(*) expresión que tiene su origen en la época de la dominación musulmana de la Península Ibérica, refiriéndose a una promesa irrealizable o exagerada, en la que los musulmanes acumularon grandes cantidades de oro.

Pero, como digo, ya estamos escarmentados, y no nos conformamos con sucedáneos de estatutos, de financiación, etc., que no son más que lo mismo.

Los independentistas catalanes ya hemos aprendido que el chocolate no es un sucedáneo del sexo, a pesar de que el cacao pueda tener efectos afrodisíacos (por la feniletilamina y los ácidos grasos llamados N-aciletanolaminas, que afectan los niveles de serotonina y endorfinas). Los independentistas queremos el sexo, no sus sustitutos, por más placenteros que puedan ser.

Queremos tener nuestro propio estado, plenitud de derechos, completo dominio de nuestros recursos; librándonos, de ese modo, de los poderes colonizadores que nos atenazan y esclavizan.

Por todo ello, debemos librarnos de la ignorancia que nos impone el estado español, con su oscurantismo sobre las financias, por ejemplo; o con su falta de transparencia, por los que, como Pedro Sánchez, se consideran virreyes.

Un buen ejemplo de esa actuación caciquil de Pedro Sánchez, la señaló José Antich, en su editorial del pasado 29 (elnacional.cat), titulado ‘El Falcon y las vacaciones del Pedro Sánchez’, comentando:

(…) el uso y abuso de aviones de uso público para cuestiones estrictamente privadas (…) ‘Pedro Sánchez se queja que otros presidentes del gobierno español lo habían utilizado, y es cierto, pero ninguno con su periodicidad. El año 2022 lo utilizó 190 veces, cifras superiores a las de Felipe González en 14 años o a las de Rajoy en siete años (…)

Y ya no digamos el uso y abuso que efectúa la familia real, con unos presupuestos opacos, y, en gran parte, camuflados y distribuidos entre varios ministerios.

Que Pedro Sánchez use un avión militar para ir a un concierto musical con su familia, para irse de vacaciones; que la familia real se desplace por todo el mundo para temas privados inconfesables, o que sigamos pagando los dispendios multimillonarios del rey emérito, etc.; y que todo esto vaya a cargo de los presupuestos del estado, que pagamos entre todos, y, en una proporción desmesurada los catalanes (independentistas y españolistas), clama al cielo.

Por todo eso, los independentistas catalanes deseamos nuestra República Catalana, transparente, laica, justa, igualitaria, feminista, ecologista, etc., y, por lo tanto, muy alejada del patrón borbónico de la carpetovetónica España.

Con nuestro estado propio, deberemos garantizar un mayor conocimiento, reducir nuestro nivel de ignorancia y superar la frustración que nos impone la dependencia de un estado corrupto, se mire por dónde se mire.

Así, la castellana España quizás (sólo quizás) podría asumir sus errores, y autoreformarse; y, en ese momento, algunos españolistas (incluidos los catalanes) podrían concienciarse del expolio e injusticia al que nos han sometido durante siglos.

Y, como primer paso, lo que tenemos que hacer en las próximas elecciones catalanas (previstas para el próximo 12 de mayo), será votar coherentemente con nuestro deseo, obviando los discursos partidistas de los mal llamados ‘independentistas’ (como ERC y la Cup) y, claro, desoyendo los cantos de sirena con que alardearán todos los partidos unionistas, para seducir y seguir engañando a los catalanes unionistas.

Todos sabemos que las elecciones ‘teóricamente’ son la mejor expresión popular, pero, para ello, debería dominar una ética y una moral que siempre escasean, y más en las campañas electorales, pues, todos los partidos intentan manipularnos, para obtener nuestro voto. Y un voto engañado, cautivo, o limitado (como ha pretendido Pere Aragonès con el adelanto de las elecciones, para dificultar la candidatura del president legítimo Carles Puigdemont), lo que comportan es una democracia de quinta categoría, siendo optimistas.

Y ante ese alud de falsa democracia, debemos rebelarnos mediante un voto unitario a favor de Carles Puigdemont, facilitando, de ese modo, la restitución parcial del daño causado por el estado español mediante la aplicación abusiva del artículo 155 de su constitución.

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