Esta categorización que he señalado como título del presente escrito, la he tomado de Eudald Carbonell i Roura (n. 1953), arqueólogo, doctor en Geología del Cuaternario, y hasta hace poco, codirector de la Fundación Atapuerca, uno de los más ricos yacimientos europeos. Carbonell popularizó esta idea en su libro ‘El porvenir de la humanidad’ (Ara llibres, 2022), en el que apuntó que el Homo Sapiens se encuentra en un momento crucial, pues la sociedad está colapsando. Y esta idea es la base del presente escrito.
Carbonell es un científico mediático, sin que ese adjetivo le reste calidad, ni mucho menos, más bien es una constatación de su popular carácter pedagógico. Y por eso, es dado a buscar frases impactantes, como la que figura en el título de este escrito.
Esa idea la volvió a expresar ayer, domingo 2, en una entrevista a RAC1, comentando que ‘un imbécil es una persona que, sabiendo los problemas que puede generar, no hace nada para solucionarlos, a pesar de tener la información precisa (…) los humanos hemos identificado los problemas que se han de solucionar, pero no lo hacemos, lo que significa que no queremos construir nuestra propia historia’.
Sobre el particular tenemos muchos ejemplos, desde todas las guerras a la desconsideración ecológica, etc.; y, ante estas situaciones, actuamos de forma un tanto irracional: manteniendo la continuidad por la continuidad (como puede ser la victoria de Claudia Sheinbaum en México), o la variación por la variación (como podrá ser la victoria de Donald Trump, en los EUA), sin sopesar la totalidad de las consecuencias de nuestros actos, únicamente nos basamos en la comodidad, en las recetas sencillas y simplonas que no nos exijan ningún esfuerzo intelectual.
Por eso me parece preciso ampliar / matizar un poco el mencionado toque de atención de Eudald Carbonell, ya que, a nivel general, la ciudadanía carecemos de la información precisa en su totalidad, tenemos frases, flashes, meros eslóganes, que nos permiten ‘quedar bien’ en las conversaciones entre cuñados, nada más. Pero esa ignorancia no es una excusa, más bien al contrario, es una muestra más de nuestra imbecilidad, pues nuestra ignorancia, por comodidad, no es un eximente, está claro.
Así, siguiendo con el pensamiento de Edgar Morín (Edgar Nahoum, n. 1921), que apunté en mi escrito de ayer, nuestro conservadurismo nos hace temer la imprevisibilidad y la incertidumbre de la complejidad; y, claro, el más de lo mismo, y la preferencia por lo conocido, se expresa en la desconsideración del futuro, en la falta de decisiones para corregir / prevenir los problemas que nos afectarán a corto / medio plazo.
Y esa situación de sobrevalorar el presentismo, viene avalada y potenciada por los falsos gurús y pseudo líderes, que actúan como Jean-Claude Juncker, expresidente de la UE, que, en un momento de lucidez, dijo (como cité ayer, pero que me parece ilustrativo reproducir): ‘Todos sabemos qué hacer para salir de la crisis; lo que no sabemos es cómo ganar las elecciones después’. O como el fulero Pedro Sánchez, que juega con dos barajas, por ejemplo, reconociendo el estado palestino, pero, a la vez, continuando con la venta de armas al gobierno israelí; y eso no es cinismo, eso es diabólico.
Un claro ejemplo, de extrema importancia para el futuro de nuestro país, Catalunya, lo tenemos en la evolución demográfica, un tema suficientemente conocido, pero que únicamente es noticia en los medios de comunicación de forma puntual, como lo confirma la reciente publicación, a final de mayo, de la actualización del padrón municipal de habitantes de la ciudad de Barcelona.
Pues bien, en ese padrón se señala que a primeros de este año 2024, el censo de Barcelona era de 1,7 millones de habitantes, entre ellos, 432.556 residentes de nacionalidad extranjera empadronados en Barcelona, es decir, un 25,4% del total; uno de cada cuatro barceloneses tiene nacionalidad extranjera, correspondientes a 180 nacionalidades diferentes. Y de esos 1,7 millones de habitantes, 572.459 residentes en Barcelona han nacido en el extranjero, entre los que hay los nacidos fuera de padres españoles, que obtienen automáticamente la nacionalidad española, y los extranjeros que, a posteriori, han obtenido la nacionalidad española, lo que explica ese decalaje de 140.000 barceloneses entre la cifra de nacidos en el extranjero y la de residentes con nacionalidad extranjera, ya que más de un 27% de residentes en Barcelona nacidos en el extranjero tienen la nacionalidad española.
Ese padrón facilita información detallada por barrios, orígenes, etc., permitiendo interesantes observaciones y constataciones al respecto, pero que escapan al objetivo del presente escrito, si bien es preciso destacar que en el 78% de los domicilios barceloneses no vive ningún menor, pues los precios de compra y de alquiler desplazan a las nuevas parejas fuera de la ciudad.
Y esa información referida a la ciudad barcelonesa, refleja una ciudad heterogénea en diferentes aspectos: cultural, lingüístico, etc.; problemática generalizable a muchas de las ciudades de toda Catalunya.
Pues bien, volviendo a Eudald Carbonell, en la mencionada entrevista de ayer, el periodista Xavi Bundó le preguntó qué opinaba sobre la citada evolución demográfica, y Carbonell contestó que:
‘le planteaba una gran preocupación, pues, de seguir así, Catalunya, como país con una entidad cultural diferenciada, desaparecerá, ya que la media de hijos por mujer, en Catalunya, es de 0,9 y, a ese ritmo, Catalunya desaparecerá en tres generaciones. Esa es la paradoja, Catalunya necesita tres millones de inmigrantes, pero esa globalización, tiende a la unificación, al final de la diversidad; y sin diversidad no hay riqueza cultural, lingüística, etc.’
Este ejemplo, trascendental, me parece interesante como confirmación de nuestra imbecilidad como sociedad, ya que es evidente que, si realmente queremos preservar el futuro de nuestro país, nuestro gobierno debe invertir muchísimo más en educación, en la preservación de nuestros rasgos culturales, y hacerlo de forma inteligente, para conseguir la integración, no el rechazo.
Obviamente, nuestra lengua, el catalán, que es el mayor y más rico elemento de diferenciación cultural, tiene un gran hándicap, que es la preponderancia del castellano, impuesta por todos los medios por el estado español, como vemos por el poder judicial, que no quita sus puñetas de ese tema. Así, muchos inmigrantes, por comodidad (especialmente los americanos), se limitan a esa lengua y todo lo que significa y simboliza (olvidando que, precisamente, en su historia, rechazaron ese significado y simbología). Y ese es un gran inconveniente, pues el catalán siempre está en clara desventaja.
Evidentemente, en esta situación de disglosia, mientras se considere más prestigiosa, útil y cómoda, la lengua castellana, tendremos muy difícil preservar el catalán durante más de las tres generaciones mencionadas por Carbonell.
Pero, como decía Edgar Morín, por comodidad tendemos a la ‘soluciones / decisiones’ más simplonas. Así que, realmente, tenemos un futuro bastante negro, pues, si falla la identidad nacional, ¿cómo podemos soñar con una República independiente?
Obviamente, al estado español ya le va bien esa tendencia demográfica, que en determinadas épocas ha provocado y favorecido, para diluir la identidad catalana y vasca.
En Catalunya siempre se ha dicho que ni la dictadura franquista consiguió acabar con el catalán, a pesar de que quedase reducida al ámbito familiar. Pero ahora, el problema de la globalización comporta riesgos mayores, al final, todo el pensamiento será plano, sin rasgos diferenciales, como el paisaje urbano que todo serán franquicias, bares y restaurantes regentados por chinos, como ya está pasando.
Y ante este problema, nuestros gobiernos municipales y autonómicos han mostrado su mayor incompetencia e imbecilidad, igual que muchos de los ‘irresponsables responsables’ de muchas empresas (y hablo por experiencia), pues subirse al tren de la moda, de los beneficios a cortísimo plazo y preponderar el inglés, sin tener una visión global y de futuro, privará a nuestros bisnietos de la riqueza cultural actual. Y todos esos irresponsables deberían acabar en el noveno círculo del infierno dantesco, el Cocito, por los siglos de los siglos.
Joan Ramón Resina, en su artículo ‘Causas populares y causas perdidas’ (Vilaweb, de ayer), comenta que:
‘(…) a menudo hacemos el mal por vanidad, para no parecer menos que los otros, por sentir el calor del grupo. Confundimos la verdad con la doxa y la democracia con la hegemonía.
La popularidad de una causa no es la mejor razón para defenderla. El hombre, decía Aristóteles, es un ser mimético; le domina el instinto de gregario, de rebaño. Hay que cuando oyen aullar también se ponen y alguno que no se atreve a lanzar la primera piedra, las lanza a montones al ver otros que lo hacen.
(…) Como decía Borges, hay una gran diferencia entre el mapa y el territorio.
(…) El infierno son los otros, pero no todos los otros, solo los habitantes de las antípodas.
(…) Como decía sabiamente T. S. Elliot, no hay causas perdidas, porque sabemos que nuestra derrota y desconcierto pueden ser el preámbulo de la victoria de nuestros sucesores, a pesar de que aquella victoria, si llega, será temporal. Luchamos más por mantener en vida alguna cosa que no esperando que alguna cosa triunfe. Este es el secreto de las causas perdidas; que nunca no lo son del todo, porque al luchar les damos vida, y mientras hay vida hay esperanza (…)’
Por lo que Resina aconseja aplicar la regla de ‘ninguna tolerancia con los intolerantes’, y esa regla deberíamos aplicarla constantemente, para evitar el colapso que prevé Eudald Carbonell y, así, evitar un horizonte final tan próximo para nuestra cultura e identidad catalana.
En definitiva, que por más negro que tengamos el panorama, debemos mantener nuestra ilusión y trabajar para transmitirla a nuestros nietos.
La escritora feminista afroamericana Audre Geraldine Lorde (1934 – 1992) decía que ‘no se puede desmantelar la casa del amo con las herramientas del amo’, y ese pensamiento, reproducido por Ángela Davis, los independentistas catalanes debemos aplicarlo en todos los órdenes de nuestra actividad social y política, pues no podemos aplicar las herramientas (leyes) y pactos (acuerdos) con el amo español. Debemos unirnos e ir a la nuestra. No hay otra. Sólo así dejaremos de ser imbéciles.
El pensamiento complejo se basa en tres principios fundamentales: la dialogía (la coherencia del sistema aparece con la paradoja), la recursividad (la capacidad de la retroacción de modificar el sistema) y la hologramía (la parte en el todo y el todo en la parte)