México tiene hoy al presidente menos viajero de la historia, el que por estrategia populista decidió mantenerse el mayor tiempo posible en suelo nacional y evitar salir del país salvo en casos de fuerza mayor. Los argumentos para tal medida fueron los de diferenciarse de sus antecesores; pretender apuntalar una imagen de austeridad; y, fortalecer un discurso nacionalista para favorecer el proyecto de la administración actual.
Tras acusar lo que consideró como excesos de los gobiernos neoliberales, el primer mandatario ha criticado hasta la saciedad tanto la compra del avión presidencial como los altos costos que, según le habrían informado, tuvieron en el pasado los viajes internacionales de las representaciones de México.
Lo cierto es que, una vez pasada la mitad del sexenio, esa decisión de quedarse en suelo mexicano ha desencadenado situaciones que pudieran no haber estado consideradas por aquellos que la pusieron en práctica.
Por un lado, el canciller Marcelo Ebrard ha tenido la oportunidad de pasearse a sus anchas por todo el mundo, con una agenda variopinta se ha logrado mantener a flote en la opinión pública debido a que, en gran medida, es beneficiario de la cobertura que en otros tiempos estaba reservada solo para el presidente.
Lo anterior no resultaría contraproducente si no fuera porque en la carrera hacia el 2024, el secretario de Relaciones Exteriores cuenta con oxígeno de sobra para disputar la silla. El regalito involuntario que le dio el propio Ejecutivo podría ser una piedra en el zapato de López Obrador si es que el canciller no resulta ser el elegido.
Las facilidades con las que ha contado Ebrard le han permitido posicionarse como un político de capacidades probadas de negociación en foros de alto nivel, en contraste con lo que a escala local realiza Claudia Sheinbaum, quien se supone que sería hasta ahora la favorita de Palacio Nacional.
En otro ángulo, la poca presencia del mandatario mexicano en los países de la región ha hecho que el liderazgo, que en otros tiempos tuvo el gobierno de México, se haya visto visiblemente mermado.
No es ninguna sorpresa que AMLO buscaba (y soñaba) con ser un referente no solo para México sino para Latinoamérica. La idea de convertirse en un líder del continente lo entusiasmaba; sin embargo, en términos prácticos, la incidencia de su figura ha estado marcada por las ausencias en eventos clave que, aunque se nieguen en reconocerlo, han desinflado su imagen hacia el exterior.
Un ejemplo de estas efímeras llamaradas es la supuesta atención que México daría al tema migratorio, escenario que provocó gran expectativa al inicio del sexenio. En pocos meses se pasó de esperar mucho a conformarse con casi nada. Incluso, según distintas ONG´s, la terrible situación que viven las personas en tránsito se ha recrudecido con este gobierno.
Para pretender ser, primero hay que parecer, y al presidente se le acaba el tiempo. Fuera de las fronteras, el gobierno no ha logrado proyectar la imagen que buscaba, prueba de ellos son los encabezados de diversos medios extranjeros que lo único que hacen es retratar una realidad de violencia extrema en el país, situación que ninguna maroma ha podido desmentir.