En los últimos días hemos visto en redes sociales que se hizo viral un cortometraje de la Humane Society International (HSI) de un conejo realizado en stop-motion, el objetivo del mismo es hacer eco de las prácticas de maltrato animal que se llevan a cabo por parte de la industria cosmética, el nombre del video: Salvemos a Ralph (Save Ralph).
La HSI es una organización sin fines de lucro que busca promover el bienestar de los animales en general con diversas actividades, incluido promover las pruebas e investigaciones sin animales y enfrentar la crueldad animal en el mundo. El video que presenta esta organización es crudo, en esencia, pues en un punto de los casi cuatro minutos que dura se puede ver en forma de “humor negro” las consecuencias físicas a las que se enfrentan estos animalitos que son “criados para ser animales de investigación”, como: ceguera, ruidos en los oídos, quemaduras en el lomo, entre otros aspectos que los conejos “aguantan” como parte de su trabajo.
Lo interesante de este ejercicio es que, a pesar de durar más de un minuto -recordemos que en redes sociales la atención del usuario la tenemos por menos de 60 segundos, si bien nos va- no percibes el tiempo y al terminar, el mensaje es bien recibido; es decir, se logró hacer un balance entre la crueldad presentada por otros videos –que por su crudeza eran rechazados- y los términos técnicos.
Pero ¿En qué radica su éxito? Si bien el mensaje en general es muy fuerte, por decir lo menos, y busca generar alertas sobre el consumo de productos cosméticos que hacen pruebas en animales –sin considerar a los farmacéuticos, que también están implicados-, la clave en esta campaña es: el discurso ¿por qué? Porque apela a la emocionalidad, humaniza a un personaje aterrizando sus problemáticas a unas que podríamos entender todos y lo hace real; el protagonista, se centra en narrar una historia y plantear un problema del que no pide una solución, pero sí sugiere una intervención del espectador y finalmente, pone sobre la balanza el sufrimiento de un tercero –aún visto como “su trabajo”- junto a la vanidad, lo que cobra aún más peso en estos momentos de pandemia, donde la perspectiva social sobre las prioridades de consumo han cambiado.
El video termina con la frase “Ningún animal debería de sufrir en nombre de la belleza”, y ciertamente, hoy en día cualquier empresa o institución que busque posicionar su imagen de forma positiva debe tener un estandarte de responsabilidad social y, de no tenerlo, como ya lo vimos, se enfrentarán a una grave crisis de imagen pública. Queda claro que el mercado de la belleza debe modificar su discurso para establecer uno mucho más empático y humano con sus consumidores y, a la vez, cambiar sus prácticas para que así puedan generar nuevas narrativas acordes a los tiempos que se avecinan.