El coronavirus ha puesto en crisis a los gobiernos de muchos países. La batalla que se libra es entre el populismo cargado de posverdad y las frías cifras de contagios y muertos que desenmascaran discursos vacíos.
No son pocos los gobernantes que asumen una posición desafiante frente a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, incluso hay algunos que azuzan con desobedecer las reglas.
También el fantasma dictatorial recorre el globo, apoyado por la ilusión injustificada de que una mano dura es útil en el combate al virus. Tentaciones autoritarias pueden aparecer en cualquier esquina.
Así, ésta al igual que otras crisis, son un trampolín para aquellos cuya popularidad desfallecía y que paradójicamente la pandemia “les cayó como anillo al dedo”.
Mucho se ha hablado de las posibles consecuencias y cambios que vendrán para la sociedad mundial tras el paso del Covid-19. Al parecer, no habrá un solo aspecto de la vida que se salve de ajustes.
Los sistemas políticos no están exentos y en ellos se dará la debacle de aquellos políticos a quienes, como bien dijera Warren Buffett: “solo cuando baja la marea se sabe quién nadaba desnudo”.
Por mucho, el Covid-19 resultó ser la mayor amenaza para la estabilidad política en gran cantidad de naciones. Políticos de todas las ideologías luchan por mantener la gobernabilidad frente a un enemigo invisible que trastoca la confianza del electorado.
Hay algunos a los que las excusas usadas para construir el relato gubernamental, empiezan a jugarles en contra. La eficacia ante la pandemia hoy más que nunca se mide en presente y se califica rápida y tendiente hacia abajo.
Las lamentables víctimas mortales se cuentan por miles, los enfermos luchando por sobrevivir y los políticos, de aquí y de todo el mundo, reinventándose o arriesgándose a perecer.