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Tiempo ignominioso

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Según el diccionario de la RAE, el adjetivo ignominioso significa que es ocasión de ignominia: ofensa grave que sufre el honor o la dignidad de una persona, por un acto vil, infame, innoble, deshonroso, afrentoso, degradante, injurioso.

Es decir, es una afrenta pública, en el sentido en que constituye una ofensa personal que queda a la vista de una comunidad que la condena unánimemente. Por ello, la acción ignominiosa está relacionada con la desvergüenza y el deshonor de un individuo a quien las consideraciones morales le son indiferentes y que es consecuentemente objeto del descrédito general. Se suele emplear este término para denunciar una situación de injusticia.

Es evidente que todo depende de la perspectiva de cada sujeto, pues, como vemos de forma repetida estos días, mientras unos estados, políticos, medios de comunicación, etc., denominan a unas acciones como de guerra, del derecho de defensa, a otras acciones las denominan de terrorismo, ilegítimo y asesino.

Por eso me parece importante puntualizar que:

‘La vergüenza depende del juicio ajeno. Es el miedo a ser ‘mal visto’ o ‘mal mirado’ (…) El juicio ajeno aparece como el desencadenante. La categoría de ‘lo vergonzoso’ tiene un origen social, y lo mismo ocurre con su opuesto, ‘lo honroso’ (…) Esto implica que, para sentir vergüenza, el sujeto ha de poseer un modelo claro de ambos tipos de comportamientos. Tiene que saber lo que es necesario ocultar y lo que es necesario mostrar (…)’

(José Antonio Marina y Marisa López Penas, ‘Diccionario de los sentimientos’, editorial Anagrama, (Barcelona 1999, pág. 354 – 356)

Así, vemos que todo depende del modelo de la comunidad, de la sociedad. Pero tengo claro que ese parámetro no es el adecuado, pues todos sabemos que hay comportamientos mafiosos, asesinos, ladrones, que están bien vistos y son modélicos en según que grupos o grupúsculos sociales.

Podemos pensar que esos comportamientos, reducidos a determinados grupúsculos, no es extrapolable, así muchos lectores pueden considerar que eso es ‘coger el rábano por las hojas’, es decir, que es efectuar interpretaciones y deducciones erróneas.

Pero me reafirmo en mi apreciación, pues, si tomamos el ejemplo de las guerras, sabemos que, generalmente, son aceptadas, adecuadas y necesarias para resolver de forma extrema determinados conflictos. Y ese proceder belicoso no es ético ni moral, no puede ser considerado ‘un modelo claro’ para diferenciar lo vergonzoso de lo honroso, ya se trate de estados o de grupos minoritarios en conflicto y que, para demonizarlos, se consideran terroristas. Como si las guerras de los estados no causasen terror.

Volviendo al diccionario de la RAE, el término ‘terrorismo’ se define como: ‘sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror. Actuación criminal de bandas organizadas que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos’

Por lo tanto, ¿las guerras de los estados no se ajustan exactamente a esa definición, igual que las acciones de sus opositores minoritarios, denominados, despectivamente ‘bandas organizadas’?

¿Y no es ignominioso, que ahora, casi todos los políticos nos repitan que ‘hasta las guerras tienen sus normas, que se han de respetar’, en lugar de esforzarse en la búsqueda de la paz?

A mi me parece ignominioso que el Derecho Internacional Humanitario (DIH) se base, precisamente en ese principio, en las normas de la guerra:

‘El DIH es un conjunto de normas internacionales que establecen lo que se puede y lo que no se puede hacer durante un conflicto armado. Regula los métodos y los medios utilizados en una guerra y protege a las personas o bienes afectados por el conflicto.

(…) Su objetivo es salvar vidas y aliviar el sufrimiento, permitiendo además que sea posible volver a convivir cuando acabe la guerra.

(…) Las normas de la guerra son universales. Los Convenios de Ginebra, de donde surgieron las bases del DIH, han sido ratificados por 196 estados.

(…) Las normas de la guerra establecen lo siguiente:

  • Prohíben atacar a la población civil.
  • Establecen que los enfermos y los heridos tienen derecho a recibir asistencia, independientemente del bando al que pertenezcan.
  • Especifican que los detenidos deben recibir alimento y agua, y también se les debe permitir comunicarse con sus seres queridos.
  • Prohíben matar o herir a un adversario que haya depuesto las armas o que esté fuera de combate.
  • Determinan que los trabajadores sanitarios, sus vehículos y los hospitales dedicados a tratamiento humanitario no deben ser atacados.
  • Prohíben la tortura y el trato denigrante a prisioneros.
  • Prevén algunos signos distintivos que se pueden emplear para identificar a las personas, los bienes y los lugares protegidos como los emblemas de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, así como los signos distintivos de los bienes culturales.
  • Limitan los medios y los métodos militares que no distinguen entre las personas que participan en los combates y la población civil como balas explosivas, las armas químicas y biológicas, las armas láser que causan ceguera y las minas antipersonal.
  • Prohíben expresamente la violación u otras formas de violencia sexual en el contexto de un conflicto armado.
  • Reconocen el derecho de la población civil a obtener protección contra los peligros de la guerra y a recibir la ayuda necesaria.

La violación de estas normas, pueden constituir crímenes de guerra.

(https://www2.cruzroja.es)

Es evidente que, en una comunidad internacional incapaz de garantizar la paz, garantizar estos mínimos, son un mal menor para minimizar los daños colaterales.

Ahora bien, ¿qué estado en guerra respeta escrupulosamente esos principios?, ¿se respetan en Ucrania, en Turquía, en Libia, en Israel, en Palestina, en Azerbaidján, en Yemen, en Etiopía, en el Congo, en el Sahel, en Haití, en Pakistán, etc., etc.?, ¿los respetó EUA en su guerra contra Irak? Está claro que no, y no por ello sus responsables han sido declarados crímenes de guerra, pues el poder es el que determina el modelo que es adecuado.

Por eso, generalmente nadie siente vergüenza, pues asumimos, acríticamente, la desinformación con la que nos ‘informan’; y al no producirse ningún tipo de disonancia interna, personal, entre nuestro pensamiento y el socialmente aceptado como ‘modélico’, todos vivimos más tranquilos.

Hemos rebajado tanto nuestros niveles éticos y morales, que comulgamos con las ruedas de molino que nos echen. Y, encima, tranquilos y confiados.

El historiador israelita Yuval Noah Harari, autor de ‘Sapiens: una breve historia de la humanidad’ (2011), ‘Homo Deus: una breve historia del mañana’ (2015) y ’21 lecciones para el siglo XXI’ (2018), en su artículo titulado ‘El trabajo del mundo durante la guerra contra Hamás: salvar el espacio para la paz’ (Ara, 19 de octubre del 2023), señala diferentes ideas importantes:

‘Los crímenes de Hamás no se pueden justificar atribuyéndolos al comportamiento que ha tenido hasta ahora Israel. Una mala acción no se puede escudar en una mala acción anterior (…)

La guerra que ha desencadenado Hamás causa un inmenso sufrimiento a millones de palestinos. No parece que a Hamás, guiado por el fanatismo religioso, le importe el sufrimiento humano, ni de los israelitas ni de los palestinos (…)

Hemos de ganar esta guerra de almas. En su guerra contra Hamás, Israel tiene el deber de defender su territorio y a sus ciudadanos, pero también ha de defender su humanidad. Nuestra guerra es con Hamás, no con el pueblo palestino. Los civiles palestinos merecen vivir en paz y prosperidad en su tierra natal (…)

Por lo que hace a la organización de Hamás y a sus partidarios, deberían ser condenados por la humanidad. No solo Israel, sino toda la comunidad humana debería de situar a Hamás fuera de lo que considera aceptable (…)

Los objetivos de la guerra de Gaza deberían ser claros. Al final de la guerra, Hamás debería quedar totalmente desarmado y la franja de Gaza se debería desmilitarizar, de manera que los civiles palestinos pudieran vivir una vida digna dentro de la franja de Gaza y los civiles israelitas pudieran vivir sin miedo a los del otro lado de la frontera. Hasta que no se consigan estos objetivos, la lucha por mantener nuestra humanidad será difícil (…)’

(este artículo, publicado ayer en el Ara, fue publicado en la revista ‘Time’, el pasado 16 de octubre)

Me parece importante señalar que tengo una alta consideración a Harari, pues sus tres libros mencionados, y sus artículos, siempre me han parecido enriquecedores, espectaculares.

Ahora bien, respecto a este artículo, discrepo de algunas de sus afirmaciones, que considero que están determinadas por su origen israelí, y, como dice al comenzar este artículo, influenciado por el asesinato de los cinco miembros de la familia Aviv Kutz, próximos al autor, en el kibutz Kfar Aza, el pasado día 7, asesinados por en la incursión de Hamás.

Por eso siempre he considerado que las personas directamente afectadas por actos de terrorismo (de ambos lados), son las persona menos indicadas para aconsejar, pues su subjetividad puede nublarles su raciocinio.

No quiero dar la más mínima impresión de que defiendo a Hamás, ni muchísimo menos, pero, tampoco a las fuerzas militares israelitas, comandadas por un gobierno de extrema derecha, también guiada por su fanatismo religioso, que también actúan como respuesta de acciones anteriores. Ambos bandos tienen argumentos históricos para vengarse, pero, claro, ese no es el camino.

Asimismo, decir que Hamás debería ser aniquilada, desarmada, condenada por la humanidad y, así, la sociedad civil palestina vivir en paz en Gaza, a mi modo de ver, es un gran error, una muestra de prepotencia, al considerar que los buenos somos nosotros y los malos ellos. Y, claro, mantener a los palestinos desarmados y ‘felizmente prisioneros’ en la mayor cárcel al aire libre del mundo, con una juventud sin futuro, sin tener un estado con plenos derechos, es un sueño utópico impropio de un gran pensador como Harari, y, a mi modo de ver, ese no es el camino para que Israel pueda salvar su humanidad.

Harari no se cuestiona si el estado de Israel respeta las citadas normas de la guerra (DIH), pues parece que considera que el derecho de defensa está por encima de todos los principios.

Y esa forma de proceder prepotente, la vemos y sufrimos en todos los órdenes de la vida, y, claro, especialmente en el conflicto entre España y Catalunya, reprimido por la fuerza física y ‘legal’, despreciando todo proceso democrático participativo.

Salvar la humanidad, como dice Harari pensando en Israel, en nuestro caso también podríamos extrapolarlo a la necesidad de libertad del pueblo catalán, a la capacidad de actuar según nuestra propia voluntad, para decidir el estado en el que queremos vivir.

Todo el acorazamiento legal, basado en una constitución impuesta por los poderes franquistas, para preservar sus privilegios, y aceptada por la población por la necesidad de pasar página de la dictadura, confiando que esa constitución fuera permitiendo una progresiva democratización; pero, claro, la historia nos ha enseñado que no ha sido así.

Y merced a ese acorazamiento, el estado pasa olímpicamente de los derechos humanos más básicos, como el de elegir nuestro futuro de forma democrática.

La historia nos ha mostrado que todos los estados, todos, han utilizado todos los medios para mantener su control, como explica Josep Sala i Cullell, en su artículo ‘El pueblo unido será vencido’:

‘(…) en el que expone el trabajo de Vicent Bevins en su obra ‘If We Burn’. En este trabajo analiza la década del 2010, llena de revueltas masivas, iniciadas en Túnez, cuando el joven Mohàmmed Bouazizi, un vendedor ambulante de fruta y verdura se inmoló. Toda la cadena de manifestaciones de la ‘Primavera árabe’, acabaron sin conseguir nada, pues, como pasó en España con el 15-M, ‘cuando un movimiento insiste que no tiene líderes, estos emergen igualmente, pero no hay mecanismos justos y transparentes para seleccionarlos, y a menudo acaban siendo un grupo cerrado de amigos’ (como apunta la activista feminista Jo Freeman), aquí, secuestrado por un grupo de profesores de la Universidad Complutense de Madrid.

En ese libro, Bevins no habla de Catalunya, ya que aquí no pretendíamos derrocar a un gobierno, queríamos destruir un estado nación, según apunta Sala, y finaliza su artículo diciendo que ‘si un día nos sentimos tristes y abatidos por haber fracasado, podemos recordar que en todos los otros, de Chile a Hong Kong, les pasó exactamente igual’

(Josep Sala i Cullell, Vilaweb, 19 de octubre de 2023)

Yo creo que no podemos ni debemos sentirnos fracasados, pues los independentistas de base hicimos todo lo posible; si bien, nos faltó y nos sigue faltando hacer lo imposible, que es tomar las calles de forma multitudinaria, pacífica y de forma duradera, pues es la única forma de doblegar al estado.

Volviendo con el citado Harari:

‘Estamos en la época con menos violencia de la Historia. El terrorismo es el arma de los débiles. Un terrorista es como una mosca en una cacharrería. Su objetivo es destruir toda la tienda, pero no puede, porque es una mosca. Entonces ¿qué hace? Encuentra un elefante, entra en su oreja y le incordia. El elefante reacciona y destruye la tienda (…)’

(https://www.elmundo.es)

No pretendo volver a discutir la consideración del terrorismo, que, en esta cita, parece más próxima a mi idea expuesta, pero me parece interesante el ejemplo de la mosca.

Así, los independentistas deberíamos hacer como esa mosca, como la mosca cojonera, incordiar hasta que nos dejen ser libres. No queremos destruir nada, solo queremos ser libres para decidir.

¿Qué sentido tiene una vida sin libertad?, se preguntaba Hannah Arendt (1906 – 1975) de forma recurrente, en toda su amplitud: libertad personal, social, etc., pues consideraba que lo realmente importante era la determinación absoluta de ser ella misma.

El filósofo Ludwig Wittgenstein (1889 – 1951) finalizó su ‘Tractatus lógico-philosophicus’ (1921), con la frase: ‘de lo que no se puede hablar (la muerte o la nada), es mejor callar’, ya que consideraba que callar no era olvidar, pues el silencio también habla.

Yo creo que, en el momento político actual, a muchos de los actuales ‘dirigentes’ españoles y catalanes, les sobra la verborrea y la gestualización, por lo que sería preferible su silencio.

Pero, claro, prefieren los minutos de gloria, como el que pretendió el president Aragonès, presentándose en el senado, dando una imagen de un president autonomista, que se sometía a las normas renunciando a la vía unilateral.

Los signos, las imágenes, son muy importantes, y así deberían considerarlo los dirigentes, como el citado Aragonès, pero, claro, anteponen su interés personal y de partido por encima del interés general del país, así nos va.

Otro ejemplo de pérdida del sentido histórico, lo tuvimos hace un par de días, con la visita de Felipe VI y su familia, a la exposición conjunta de la Fundació Joan Miró y el Museu Picasso. Pero, como señaló Joan Miguel Batllori, ¿con qué criterio se han permitido estas dos instituciones invitar al rey español (…) que es heredero directamente del dictador Franco por medio de su padre, el monarca fugado, el cazador de elefantes?

Muchas instituciones y multitud de ciudadanos consideran que ‘Catalunya no té rei’ (Catalunya no tiene rey), pero, como sigue Batllori:

‘(…) El mundo del arte hace ver que vive en otro mundo y que se puede permitir invitar a un rey; solo la expresión ‘invitar a un rey’ hace venir escalofríos.

Los museos no son neutrales, lo sabemos, y se preocupan de subrayarlo, como esta vez.

¿Cómo se han atrevido los directores de estos dos museos o los patronatos de los que dependen a invitar un heredero implícito de la dictadura franquista si representan dos artistas, Picasso y Miró, que fueron defensores acérrimos de la República, que lucharon por la libertad del pueblo español y catalán?

¿Es que la función de la Fundació Miró y del Museo Picasso es borrar el compromiso político incuestionable de estos dos artistas? ¿quieren hacer creer que la lucha que expresan sus obras (el Guernica de Picasso y l’Aidez l’Espagne o el Maig del 68 de Miró, entre más y más) ya no tiene vigencia? Justo ahora, cuando el fascismo y la violencia renacen en todo el mundo.

(Joan Miguel Batllori, Vilaweb, 19 de octubre 2023)

Por todo esto, me parece que estamos en una etapa ignominiosa, que deberíamos intentar corregir, en lugar de multiplicar y abonar la ignominia, como hacen los ‘responsables’ mencionados (Aragonès, y responsables de esos dos museos, por ejemplo).

No queremos formar parte de un estado que, como los otros, consideren los derechos de las guerras, con sus principios que incumplen, pues todos son unos farsantes.

Así que, sólo nos queda un camino: independizarnos, cuanto antes mejor.