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Un negro futuro para Catalunya, con una única solución

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

La economía de mercado y la ley del mínimo esfuerzo son los mecanismos que utiliza el estado español para acabar de aniquilarnos como nación y, desgraciadamente, esos mecanismos los va asumiendo gran parte de la ciudadanía, de forma acrítica, y en muchos casos de forma inconsciente, como vemos. Y sobre esto va el presente escrito.

La historia nos demuestra que las culturas americanas precolombinas, prácticamente fueron aniquiladas por los estados colonizadores; igualmente, pasa en ‘democracias’ como la francesa, que el centralismo y la pasión por la ‘grandeur’ ha provocado que idiomas como el occitano, el bretón, el catalán, el flamenco, el alsaciano, el vasco y el corso, hayan pasado a tener un carácter residual y sus culturas reducidas a aspectos meramente folclóricos.

Igualmente, el estado español hace siglos que mantiene esa política borbónica, desde 1714, pues, está claro que esa rama impuesta, intentó y sigue intentando ser una copia, una mala copia, del anterior reino matriz borbónico, reproduciendo, fundamentalmente, sus defectos.

Y eso es así, ya que la población española no tuvo la valentía, ni la ética, ni la moral, para efectuar una toma similar a la de la Bastilla (la fortaleza y prisión de la Bastille Saint-Antoine) el 14 de julio de 1789, no tuvimos una revolución como la francesa, que se inició con la citada toma de esa fortaleza, y por eso seguimos anclados en una especie de antiguo régimen, y nunca mejor dicho.

Una buena muestra del carpetovetónico reino español se vio con los gritos ‘Vivan las cadenas (caenas)’ efectuados en 1823, al ser restablecido el absolutismo de Fernando VII, poniendo punto final al Trienio Liberal iniciado en 1820 con el pronunciamiento de Rafael del Riego Flórez (1784 – 1823). Y con ese grito: ‘Vivan las cadenas, viva la opresión: viva el rey Fernando, muera la nación’ iniciado en Sevilla, se generó un movimiento contrarrevolucionario, pues, la población, ebria de alegría, cometió todo tipo de excesos y tropelías persiguiendo a los liberales

Y ‘con estos mimbres no se puede hacer más que el cesto actual’, o, como dice otro refrán ‘con estos bueyes hay que arar’, pues vemos que el mencionado grito, en 2017 fue sustituido por el ‘a por ellos’ (que somos los catalanes), grito propugnado por el Borbón actual, Felipe VI, que sigue representando lo peor del antiguo régimen mencionado, es decir, de Felipe V y, también del citado Fernando VII (‘el rey felón’ para unos, y ‘el deseado’, para otros).

Personalmente, creía que hacer pedagogía, explicando nuestra historia y nuestra represión, nuestra infrafinanciación, la persecución de nuestra lengua y de nuestras libertades, era la mejor estrategia para ‘ampliar las bases’ como erróneamente propugnó ERC.

Hace unos días empecé a leer ‘Els ulls de Mona’ (los ojos de Mona), de Thomas Schlesser (editorial Empúries, Barcelona, 2024), una novela en la que un abuelo lleva a su nieta al museo del Louvre, y cada semana le hace observar, detenidamente, un cuadro, después le explica la historia y circunstancias del autor y lo que representa y le pregunta a la nieta qué siente al contemplarlo, qué opina. Y así, durante semanas, la nieta va elevando su capacidad de observación, de análisis y de expresión de sus sentimientos. La obra incluye 52 obras, especialmente seleccionadas.

El autor de esa obra, el mencionado Thomas Schlesser (n.1977), es director de la Fundación Hartung-Bergman, y es un discípulo del grupo francés OuLiPo (acrónimo de ‘Ouvroir de littérature potentielle’, es decir, obrador / taller de literatura), fundado en 1960 por el escritor Raymond Queneau y el matemático François Le Lionnais. Ese movimiento fomenta las obras que contienen dificultades progresivas y facilitando su superación, previo esfuerzo del lector.

Pero está claro que por más obras que se escriban sobre nuestra historia y represión, y por más didácticas que sean, nunca llegarán a las manos de los que realmente las necesitan.

Y eso es así, ya que:

  • inverosímilmente, consideran esas obras y a sus autores como supremacistas;
  • esos potenciales lectores no leen ni leerán, se limitan a los escasos caracteres de los tuits y poco más;
  • los medios de comunicación, mayoritariamente, tienen líneas editoriales nacionalistas españolas, unionistas y monárquicas;
  • y, en consecuencia, esas personas tienen una mentalidad de súbditos, no de ciudadanos, pues son dócilmente adoctrinados para ser dogmáticos acríticos;
  • y esos súbditos, paradójicamente, en una gran proporción, son inmigrantes o catalanes hijos de inmigrantes, que dominan el castellano y, por la ley del mínimo esfuerzo, no les interesa ni preocupa aprender el catalán, pues no lo ven necesario;
  • máxime cuando el estado español, y sus diferentes tentáculos (policías, jueces, medios de comunicación, etc.) practican todos sus poderes para minusvalorar el catalán;

Por lo tanto, y desgraciadamente, veo claro que el camino pedagógico clásico debe ser descartado, con la única excepción de utilizar las redes sociales, para multiplicar mensajes breves, claros y concisos, que hagan referencia a aspectos concretos y puntuales de la realidad actual, para, de ese modo, intentar contrarrestar las mentiras que se divulgan sobre Catalunya en general, y sobre el movimiento independentista en particular.

Otros caminos pedagógicos son, obviamente:

  • Utilizar siempre el catalán, indiferentemente del receptor. Y esto es básico, pero, claro, insuficiente, pues lo haremos en los bares y restaurantes, pero NO cuando vayamos a una comisaría de la policía nacional a renovar el carnet de identidad o el pasaporte, o para efectuar cualquier otra gestión, pues, en esos casos, rápidamente pasamos a su lengua invasora; y tampoco lo haremos en los juicios. Por eso vemos que hay denuncias contra personal sanitario que exige el castellano, pero no las hay (o muy pocos y celebradas en las redes) contra policías y jueces.
  • Realizar manifestaciones cívicas, reivindicativas, si bien, por experiencia propia, vemos que la reacción que producen, generalmente, son contrarias, de rechazo, haciendo florecer los instintos más rudimentarios del unionismo; y, excepcionalmente, algunas reacciones son las de preguntar por el motivo de la manifestación y, puntualmente, algún apoyo. Quizás deberíamos mejorar y hacer más visibles nuestros motivos, nuestro mensaje, reduciéndolo a la independencia.

Hemos de ser realistas, y hemos de ser conscientes de que la demografía también juega en contra nuestra, pues actualmente apenas el 60% de la población ha nacido en Catalunya (incluyendo a los hijos de emigrantes, ya que no hay la categoría de emigrante de segunda generación, afortunadamente), el 20% nació en otras comunidades españolas, y un 17,2 % tiene un origen extranjero, nada más y nada menos que 1.361.981 ciudadanos catalanes son extranjeros viviendo en Catalunya.

El origen de esos extranjeros, a primeros del 2023, porcentualmente, se concentraban de la siguiente forma: el 17,18% provienen de Marruecos, el 6,37% de Rumanía, el 5,93% de Italia, el 5,61% de Colombia, el 4,54% de China, el 4,37% de Honduras, el 4,19 % de Pakistán, etc.; y, para ellos, su objetivo es mantener su identidad natal, y adaptarse al estado español, para vivir y sobrevivir de la mejor forma posible.

En la gran ola migratoria producida entre los años 1950 y 1975, en pleno franquismo y desarrollismo, llegaron a Catalunya casi dos millones de personas de otras regiones españolas, y aquí consiguieron trabajo y seguridad para crear a sus familias; pero no debemos engañarnos, la inmensa mayoría de esa migración no se ha integrado, no ha asumido la cultura (lengua, historia, etc.) catalana, pues, siguiendo con las mencionadas leyes de la economía de mercado y la ley del mínimo esfuerzo, han vivido y viven como si estuvieran en sus tierras de origen y, por lo tanto, no han querido asumir la identidad catalana. Y, desgraciadamente, muchos de ellos, encima la critican sin apenas conocerla.

Afortunadamente, hay muchas excepciones de personas que han hecho el esfuerzo de conocer e identificarse con Catalunya; y aquí la escuela ha ejercido una gran labor, aunque insuficiente, pues siempre prima el entorno social y los medios de comunicación (televisión, cine, etc.)

Es verdad que hemos pasado momentos peores, como el franquismo con su dura represión, y también es verdad que ni así consiguieron anular los anhelos e ilusiones de muchos catalanes, pero el catalán se hablaba en la intimidad familiar y poco más.

Dado mi pesimismo, no creo en el refrán de que ‘cuando una puerta se cierra, ciento se abren’, ni creo en el pensamiento de Thomas Alba Edison (1847 – 1931): ‘no fracasé, sólo descubrí 999 maneras de como no hacer las cosas’; pero sí que creo que, como dijo ese inventor: ‘la forma más segura de tener éxito es siempre intentarlo una vez más’.

Así que, en definitiva, únicamente veo una alternativa para conseguir la República Catalana, y es que los partidos llamados independentistas hagan caso al segundo pensamiento del citado Edison y se unan, y planteen una estrategia creíble y motivadora, que incentive a votar a todos los abstencionistas. Pues así, ganaríamos las próximas elecciones; elecciones que deberíamos presionar, de todas las maneras posibles para que se produzcan anticipadamente, sin tener que esperar a sufrir 4 años del represor Salvador Illa.

Y, una vez conseguido el poder, ejercerlo modélicamente, favoreciendo a todas las clases sociales, y, claro, potenciando el catalán en todos los órdenes de la vida, incluyendo el policial, judicial y mediático; y efectuando una discriminación positiva al respecto.

Sólo así, por la fuerza de los hechos consumados, los migrantes verán necesario adaptarse a la cultura de este país, ya que se darán cuenta de las ventajas que comportará reconocerse e identificarse con la República Catalana; como hacen los inmigrantes en Francia, Alemania, Reino Unido, etc.

No hay otra alternativa.