Todos tenemos una idea de lo que es la libertad, y sabemos sus límites, especialmente los límites de la libertad de los otros y, concretamente, según cada uno de esos otros, y del momento, pues esos límites que tenemos son flexibles de acuerdo con nuestro propio estado de ánimo.
También es cierto que los límites que consideramos para los otros suelen ser más rígidos que los que nos autoimponemos, tal como comenté en mi escrito de ayer sobre los modelos y la necesidad de automodelarnos.
Y es evidente que el relativismo normativo es muy complejo, pues ‘exige la autocondena de aquellos que obran de acuerdo con ella. Si yo emito un juicio sobre quienes emiten un juicio, debo condenarme a mi mismo. (…) imponer a todos el valor de la tolerancia, cuando no todo el mundo tiene ese valor, choca con la versión más extrema del relativismo normativo’ (Peter Singer, ‘Compendio de ética’, Alianza Edit., 2000)
Exceptuando ese relativismo extremo, hablando en términos absolutos, no sería difícil llegar a puntos en común, ya que, en grandes líneas, estamos de acuerdo con las nociones básicas. Ahora bien, si descendemos a temas concretos, es más fácil el desacuerdo, como veremos seguidamente con la vacunación contra el covid-19, o con la conducta social durante esta pandemia, por ejemplo, con el adecuado uso de la mascarilla.
La libertad de llevar o no la mascarilla, o de llevarla mal colocada y, en su momento, vacunarse con algunas de las posibles vacunas que, en breve, parece, estarán disponibles; son unos ejemplos concretos sobre los que el acuerdo ya no es tan común.
Es evidente que, según nuestra conducta, incidimos en la seguridad del prójimo y, por eso aceptamos que determinados aspectos sean regulados y debamos cumplir las obligaciones como, por ejemplo, hacemos al respetar las señales de circulación y los límites de velocidad. Aceptamos las normas, las sanciones, y la regulación en general, pues estimamos que de ello se deriva la seguridad colectiva.
En esa línea, aceptamos las obligaciones respecto al uso de las mascarillas y, como hacemos en la conducción, algunas veces hacemos alguna trampilla, cuando consideramos que no entraña ningún riesgo y no nos ven.
Ahora bien, si nos centramos en la vacunación, la obligatoriedad ya no la vemos tan clara.
Vicenç Villatoro señala:
‘¿Pueden los poderes públicos obligarnos en nombre de nuestro bien (el bien común) y de la razón científica? (…) ¿Dónde está el límite? Si no hay límite, vamos, en el mejor de los casos a un despotismo ilustrado: los que saben dicen lo que se ha de hacer y los ciudadanos han de obedecer. En el peor de los casos, al autoritarismo. Los regímenes autoritarios no tienen este problema. Obligan lo que quieren y punto. Pero al precio inasumible de anular la libertad individual. La respuesta es que el estado democrático ha de obligar poco y convencer mucho. ¿Pero, y si no convence suficientemente?’ (Ara, 23 nov. 2020)
Sabemos que las vacunas que se están elaborando, con los plazos recortados, las muestras limitadas y los períodos de observación y análisis posteriores, casi inexistentes, representan un riesgo, que muchos podríamos considerar que es inasumible.
‘¿Vacunarse tiene un riesgo? Si, claro. Como subir a un avión. (…) pero es preciso distinguir entre probabilidad y posibilidad. La posibilidad de sufrir fiebre o algún efecto adverso con cualquier vacuna es del 100%. Pero la probabilidad es del 1%. La misma probabilidad de morir, en el caso de coger el covid. Hemos de confiar en la medicina, la investigación y la farmacología. Las vacunas han salvado millones de vidas. Los movimientos contrarios a las vacunas no pueden ignorar los hechos estadísticos. La reducción de muertes en el mundo gracias a las enfermedades evitadas por la vacunación de la población es un hecho indiscutible. Empíricamente, desde un punto de vista de probabilidades y riesgos, no tiene sentido dudar ni un solo minuto. La estrategia de esperar a ver si realmente son seguras, es absurda. Cuando lleguen a la población ya se habrá hecho esta prueba. Decenas de miles de personas ya la habrán probado’. (Fernando Trías de Bes, Ara, 23 nov. 2020)
Prescindiendo de las corrientes y movimientos antivacunas en general, que no merecen el menor respeto, sí que es preciso repensar sobre la conveniencia, o no, de vacunarse contra el covid, dentro de unos meses, cuanto sea posible.
Muchos podemos valorar la vacuna para el futuro, pensando que ya estará más probada, y analizados sus posibles efectos secundarios. Pero ¿es esto solidario?, ¿es moral esperar que se vacunen los otros, y así se alcance la inmunidad grupal, sin vacunarnos nosotros?
Estas preguntas son razonables, pues las dudas son importantes, como también sabemos la gravedad de la pandemia, con los muertos y afectados. Pero el temor y la desconfianza es personal.
Por eso, nos escudamos con la duda de si esa vacunación, tan pronto como estén disponibles, debe ser obligatoria o no.
La respuesta a esa duda puede ser, obviamente, un mero mecanismo de defensa, más que el resultado de un razonamiento sosegado.
Es cierto que las farmacéuticas corren para sacar las vacunas y obtener beneficios astronómicos, los políticos corren para vender a la ciudadanía que han gestionado bien y han obtenido suficientes vacunas. Todo son intereses. En España, tanto Pedro Sánchez como el ministro de sanidad Salvador Illa, hace días que ocupan todos los medios de comunicación, todos los espacios públicos explicando que ya tenemos la vacuna casi a nuestro alcance.
Nos están vendiendo humo, como hacen siempre. No somos críos que nos deben ir enseñando el caramelo para irnos teniendo callados. Sabemos los avances de las distintas vacunas, y sabemos las compras centralizadas que ha hecho la UE, y la distribución que se efectuará, atendiendo a la población. Así que no hace falta que Pedro Sánchez se vaya poniendo medallas.
Ahora bien, si que debemos exigir a Pedro Sánchez que sea respetuoso con su palabra, como mínimo; pero ya le conocemos, es un mentiroso compulsivo. Al empezar esta segunda oleada, Sánchez comentó que la gestionarían los gobiernos autonómicos. Así, todos los problemas y críticas las asumían los responsables descentralizados, cuando realmente la financiación y los recursos que no llegan, sí que dependen de él, desgraciadamente. Pero ahora, que habla de las vacunas, y se trata de ponerse medallas, dice repetidamente que su gobierno hace meses que está estudiando el plan de vacunación, que será igual para todas las comunidades, en cantidad y en asignación a los colectivos especiales (sanitarios, seguridad, educación) y vulnerables (mayores, con problemas adicionales, etc.).
Así, ¿dónde queda la gobernanza autonómica?, si nos llegará una mínima cantidad de vacunas y nos fijarán los criterios a seguir.
Pedro Sánchez dice que en medio año estará vacunada la mitad de la población, en otros medios ha dicho que estaría vacuna una importante cantidad de personas. Pero, según los datos facilitados por la consejería de sanidad de la Generalitat de Catalunya, en Semana Santa (mes de abril), estarán vacunadas unas 300.000 personas, es decir, un 4% de los 7,5 millones de catalanes.
Desconozco los criterios sanitarios, pues, seguramente, los que ya hayan pasado el covid, no deberían ser prioritarios en la vacuna; y los bebés y niños, tampoco; así que si vamos excluyendo colectivos podríamos llegar al verano con un 20 o 30 % de personas vacunadas, es decir, muy lejos del 60 o 70% que estiman los especialistas que es el mínimo exigible para considerar la inmunidad grupal, de rebaño.
Y sin olvidar que las vacunas, según dicen, tienen una efectividad del 90 o 05%, es decir, que hay un 5 o 10% de personas que las vacunas no les aportará beneficio protector alguno, con el consiguiente riesgo para su entorno, por la falsa seguridad que creerá tener.
Como vemos, todo es muy complejo, y sabemos que ni los científicos pueden clarificar todas estas dudas. Por eso, pido a los políticos que callen, que no aumenten el barullo y la desinformación que ya tenemos.
Eso sí, creo que sería positivo algún debate sosegado, entre filósofos, psicólogos, médicos, abogados, etc., sobre la obligatoriedad de la vacunación, pues, como he dicho, este es el tema crucial, a mi modo de ver.
Yo soy partidario de la voluntariedad, cuantas menos obligaciones, mejor. Pero para eso, requerimos una información objetiva y honesta. Y en base a ella, ya actuaremos.
En caso contrario, esperar que sea obligatoria, para no tener que asumir la responsabilidad, no deja de ser una muestra de inmadurez, obviamente, pues actuar acríticamente, es infantil.
Que dispongamos de la información objetiva y honesta, no garantiza que nuestra respuesta sea la adecuada; la información es necesaria, pero no suficiente.
Los egoístas pensarán que ya se vacunarán los otros, y así ya se conseguirá la inmunidad de grupo. Éstos piensan como Margaret Thatcher, como se verá:
Daniel Gamper comentó que ‘el énfasis en la individualidad ha naturalizado una definición del ser humano, una manera de entender la propia identidad, que nos inclina a responder a la pregunta que nada ¿somos los que creemos que no necesitamos nada más que nuestra propia fuerza para tirar adelante? ¿somos los que hemos de competir con (contra) los otros para conseguir nuestra parte de los recursos escasos, somos los que fracasamos porque no nos esforzamos suficiente. En la definición de nosotros mismos hoy tiene más peso lo que dijo Margaret Thatcher: ‘la sociedad no existe’, que todo lo que dijeron Platón, Cristo, Kant, Hegel, Tolstoi, Freud, Nietzsche y Beauvoir’ (Ara, 12 nov. 2020)
Lo triste, o jocoso, de todo esto, es que podemos ser críticos con esta vacuna en concreto, y actuar de forma temerosa o egoísta, pero si queremos viajar a determinados países que requieren ciertas vacunas, como, por ejemplo, la de la fiebre amarilla, nos la ponemos sin mirar ni pensar en los efectos secundarios; pensamos que son vacunas muy probadas, y es verdad, pero cada naturaleza es diferente, y la naturaleza no responde de acuerdo con las ciencias exactas.
Muchos podemos pensar que si realmente es confiable la vacuna, los primeros que deberían correr a ponérsela deberían ser el rey y su familia, los políticos, los grandes empresarios, etc., para dar ejemplo. No vale el caso de Vladimir Putin, pues que una de sus hijas participase ‘voluntariamente’ en los ensayos de la vacuna Sputnik 5, no es lo que pido, lo que creo que estaría bien, es que antes de distribuirla a toda la población, que se la pusiera él, pero de verdad, sin trampas.
Pero todo esto no es más que marear la perdiz, dar vueltas para no llegar a ningún sitio. Pues cada uno de nosotros, en nuestro fuero interno, ya tenemos adoptada nuestra respuesta y, la manifestemos o no, con toda seguridad será más emocional que racional. Por eso creo que es preciso que nos replanteemos la situación, busquemos información y, llegado el momento … nos vacunemos, pues en este caso no podemos poner límites a nuestra libertad, debemos asumirla, por responsabilidad.
Y eso sí, seguidamente, pasar la factura a los gobernantes como Pedro Sánchez y otros de aquí Catalunya (como ERC), por su pésima gestión en toda esta pandemia, enviarlos a la calle, al paro, no votarles más, pues ya estamos cansados de ineficacia y mentiras. ESA SERÁ LA MEJOR MUESTRA DE NUESTRA LIBERTAD. No vale pensar que la mayoría de los gobiernos lo han hecho mal, pues la situación ha sido y es muy compleja y nueva, pues tenemos claros casos que lo han hecho bien; así que debemos hacer que sigan el ejemplo que los EUA han hecho con Donald Trump.
Amadeo Palliser Cifuentes