Siguiendo con las elecciones de los EUA, y pendientes de la finalización del recuento en los estados de Carolina del Norte, Georgia, Nevada, Pensilvania, Arizona y Florida, es importante destacar que, prescindiendo de los votos electorales (que son los que cuentan, y que Biden ya tiene 264, mientras que Trump, 214), me parece interesante fijarnos en los votantes.
Y, en este momento, Joe Biden, tiene el 50,4% de los votos, en total, 72,1 millones de votos. Mientras que Donald Trump, tiene el 48%, en total 68,7 millones de votos.
Es decir, que independientemente de las reglas de asignación de los votos electorales, y de la acumulación de la totalidad de cada estado al vencedor; si atendemos a los ciudadanos, según la regla de un hombre un voto, que debería ser la regla de oro de toda democracia, vemos que, igualmente, el partido demócrata está ganando las elecciones (pero esta situación no siempre es así, ya que hace cuatro años, Hillary Clinton ganó el voto popular (65,9 millones de votos; contra 63 de obtuvo Trump), pero no los votos electorales (227 Clinton y 304 Trump).
Ahora bien, y aquí quería llegar, el voto está prácticamente dividido por partes iguales, pues Biden apenas ha obtenido 3,4 millones más de votos populares, respecto a Trump; es decir, la diferencia no llega al 2,4% del total.
Asimismo, me parece relevante destacar que la candidata Jo (Joanne Marie) Jorgensen (1957) de Libertarian Party, de momento no ha obtenido ni obtendrá ningún voto electoral, pero ha tenido el 1,1 % de los votos populares, en total 1,6 millones. Y que una candidata académica, activista, del Partido Libertario, sin apenas recursos ni apoyos económicos, en comparación con los dos partidos monstruos, me parece importante, pues si bien relativamente su incidencia es insignificante, es preciso resaltar que 1,6 millones de ciudadanos deseen otro sistema político, no debería quedar en un pozo muerto, como sucederá.
Otro aspecto relevante es que, tradicionalmente, el partido demócrata gana en las grandes ciudades, en las zonas rurales gana el partido republicano; así que mirar el mapa de los estados, pintados de azul o de rojo, camuflan la realidad.
Y no debemos caer en los fáciles estereotipos como nivel educativo, ingresos, raza, etc.; como muy bien me recuerda repetidamente una amiga, pues es verdad que en ambas realidades hay de todo. Pero es importante señalar la diferencia de votos entre ambos ‘mundos’ que, de cada vez la globalización digital acabará homogeneizando. Pero es verdad que siempre hay paradojas, ya que Trump, un personaje totalmente urbanita, no es representativo de los habitantes de las zonas rurales.
En cuanto a la recurrente diferencia de valores, más tradicionalistas en las zonas rurales, y más progresistas, en las urbanas; tampoco lo explican todo; pero sí, en buena medida, sirven para entender, de forma aproximada, ambas realidades.
Aquí, en Catalunya, también vemos que en la ciudad de Barcelona y el cinturón que configura el área metropolitana, porcentualmente hay menos independentistas (un claro ejemplo lo tenemos con la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que no es independentista); mientas que, en las zonas del interior, rurales, encontramos más independentistas.
Y aquí, no podemos considerar en ese carácter tradicionalista versus el progresismo, ya que, la independencia, la futura república catalana, obviamente, es un pensamiento más progresista, una idea de futuro más abierto y cambiante.
Tras este breve análisis, creo que podemos llegar a considerar que el nudo gordiano, que explica, en mejor medida, la diferencia entre ambas realidades, tanto en Catalunya, como en los EUA, es la diferencia demográfica, ya que, porcentualmente, las zonas digamos rurales, son más homogéneas, mientras que las ciudades son más heterogéneas, híbridas. Aunque, como en las otras variables mencionadas, también de cada vez se difumina esa diferencia, debido a la inmigración, que llega hasta a los pueblos más pequeños.
Por lo tanto, ese nudo gordiano: homogeneidad versus diversidad; si bien, sin olvidar que la homogeneidad nunca existe, pues incluso en las familias más reducidas, afortunadamente hay diversidad.
También es importante destacar que en las grandes ciudades es posible el anonimato, mientras que, en los pueblos, esto es imposible, ya que todo el mundo se conoce. Y este anonimato es el mecanismo que rompe la ligazón entre nosotros y los otros.
Y, la concepción de ese ‘nosotros’, con menor diferencia étnica, racial, ideológica, etc., sí que describe esa homogeneidad, auto-fomentada, por el fuerte sentimiento de grupo, de pertenencia, de identidad nacional y de orgullo.
Asimismo, la diversidad, ‘entendida’ como multicultural, genera desigualdad social, que, a su vez, comporta más diversidad cultural, es un circulo vicioso. Por lo tanto, la diversidad no debe entenderse como positiva al 100%, ya que, como todo, presenta una gran escala de grises.
‘Se nos intenta convencer de que el hecho de la diversidad es positiva per se, como si las sociedades fueran ecosistemas dentro de una perspectiva ecologista y conservacionista, muy en la línea de los multiculturalistas que defienden que todas las culturas deben ser conservadas. Pero la realidad es bien distinta. No existe evidencia científica de que las sociedades más diversas sean más ‘enriquecedoras’, antes al contrario, las sociedades con mayores diversidades de todo tipo, se encuentran abocadas a un mayor número de conflictos relacionados con esa misma diversidad.
(…)
Esa es la razón por la que los inmigrantes cuando llegan a una nueva sociedad se concentran en determinados barrios o zonas de las ciudades, ocupadas por personas de su mismo origen, religión o cultura’.
(Carlos Rontomé, El Faro de Ceuta)
Obviamente, la concentración de los inmigrantes responde, asimismo, a otros muchos factores, como el económico, pero, es verdad que la búsqueda del grupo de pertenencia, es un mecanismo de defensa, ante el miedo a los otros.
Y llegamos al miedo, a la sensación, que explica muy bien el siguiente cuento sufí:
‘Ante el sultán, un médico y un necio del pueblo se habían retado a tomarse al día siguiente cada uno el veneno que haría el otro. El hombre necio fue a buscar el veneno más potente, de serpiente o escorpión que sabía todo el pueblo. El médico, sin embargo, se encerró toda la noche en su consulta, y comenzó a hacer ruidos, los más extraños posibles, simulando que preparaba algo; sin embargo, no reparó nada. El ignorante lo oía y no podía dormir.
Cuando llegaron ambos ante el sultán, al día siguiente, les emplazaron de tomarse el veneno cada uno del otro. En la botella del médico había agua, en la otra, veneno.
El hombre necio estaba aterrado pensando en qué debía haber preparado el médico con tanto revuelo el día anterior.
Tanto miedo tenía, que de golpe cayó al suelo y se murió de un ataque al corazón, antes de tomárselo.
El médico había ganado. Literalmente, el ignorante murió de miedo.
Como es bien sabido, un poco de miedo es bueno, pues nos prepara y nos hace ser prudentes, pero tener un miedo desproporcionado, no sirve de nada, vamos, o sí, de morirse más rápido.’
Y volviendo con la realidad catalana, los independentistas nos consideramos afines políticamente, en cuanto se refiere a la necesidad de ser dependientes de España, a ser nosotros lo que queramos ser. Pero también lo son los unionistas, en su idea de dependencia. Y esto lo vemos y respetamos todos, o casi todos, pues siempre hay excepciones.
Por lo tanto, no tenemos miedo a ‘los otros’, ya que consideramos, mutuamente, que, asimismo, tenemos mucho en común.
Pero si que tememos al estado, a los poderes legales, alegales e ilegales, que utilizan contra los independentistas, o personas afines, como el caso del joven Dani Gallardo, de 23 años, que ya lleva un año en prisión preventiva en Alcalá Meco, acusado por desórdenes y agresión a un agente (cosa que el acusado niega), pero, el estado no tolera que en Madrid pudiera originarse un movimiento de apoyo al independentismo catalán, y por eso, el fiscal le pide seis años de prisión. Y el juicio, que empezará mañana, tememos que acabe como el de los restantes independentistas. Y ese sentimiento de miedo, no es mera angustia, ya que se refiere a un objeto específico, como es el estado español, que tantas muestras nos ha dado.
Y dada la situación actual, los independentistas catalanes nos sentimos como los ryukyuanos, que es una etnia japonesa muy específica, con elementos matriarcales, con una religión y costumbres autóctonas. Y si esta etnia, ha pervivido durante muchos siglos, y actualmente está compuesta por 1,3 millones de personas, en la prefectura de Okinawa, más otros 0,6 millones están dispersados, por la gran diáspora que han sufrido. Pero, lo importante, es que, a pesar de sus problemas, sigue bien viva.
Con este ejemplo no quiero, ni por asomo, considerar a los catalanes, ni a los independentistas como nada parecido a las etnias y las razas; sólo he traído este ejemplo por las dificultades que tienen para perseverar a través de los siglos. Y los independentistas catalanes, igualmente, seguimos y seguiremos vivos y multiplicándonos, esto es lo que necesitamos y queremos.
Necesitamos y queremos integrar a los otros, a los catalanes democráticos que estén hartos de estar sometidos a un estado ‘absolutista’, y nunca mejor dicho, ya que la monarquía es el símbolo de la opresión asfixiante del modelo franquista basado en la patria ‘una, grande y libre’, que está por encima de todo, y todo es todo.
Pero esa integración no debe ni puede comportar bajar nuestra línea roja, que es la obtención de la república catalana, que será diversa y multicultural, pero esa línea roja es primordial e innegociable y, diría más, indemorable, pues ya hemos esperado más de 300 años.
Y para finalizar este escrito, me parece interesante recordar la importancia del relativismo, pues aquí los independentistas catalanes que votamos en el referéndum del 1 de octubre del 2017, fuimos más de 2 millones de personas, mientras que, en los EUA, el citado partido libertario, liderado por Jo (Joanne Marie) Jorgensen, de momento, ha tenido 1,6 millones de votos, representando un 1,1%, por o que su peso relativo es ínfimo. Pero en Catalunya, representamos casi un 50% de los votantes. Asimismo, en los EUA, con una participación del 60% del censo, Biden será presidente con el 50%, es decir, con el 30% del censo, y nadie le cuestionará, salvo Trump, pero ese es otro problema.
Amadeo Palliser Cifuentes